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Tribuna
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Argentina, el desafío de gestionar el crecimiento

Los resultados de las elecciones en Argentina son singulares, ya que se ha elegido, por primera vez, a una mujer como presidenta (la definición del cargo en femenino es una reivindicación de la interesada). Cristina Fernández es abogada y una política experimentada, que ha pasado varias legislaturas en el Parlamento, como diputada y como senadora, en la oposición y en el oficialismo. Pero, ¿qué se puede esperar de una mujer que comparte el festejo público por su elección con Ségolène Royal y que expresa su admiración por Angela Merkel? ¿De la candidata con mayor patrimonio -casi tres millones de dólares declarados-, votada masivamente por las capas más pobres de la población y despreciada por las más ricas? ¿De una persona tan preocupada por su imagen como por los reclamos de las madres de Plaza de Mayo?

El nuevo Gobierno dará continuidad a muchas de las políticas y medidas, e incluso a parte del Gabinete, de su predecesor, aunque también habrá cambios de estilo y, seguramente, de énfasis. La presidencia de Cristina Fernández dedicará mayores esfuerzos a la política exterior, intentando mantener una posición equidistante entre Estados Unidos y Venezuela, si es que esto es posible, y buscando un acercamiento a Europa. El nuevo Gobierno tratará de revertir la imagen de Argentina como un país centrado en sí mismo y proclive a las pendencias. Esto requerirá, en política interna, un fortalecimiento del funcionamiento de las instituciones del Estado, una mejora de los mecanismos de control, rendición de cuentas y transparencia, así como de las garantías de seguridad jurídica para las empresas.

En cuanto a la economía, el desafío es gestionar el crecimiento intentando mantener cierto control sobre la inflación y asegurando el abastecimiento energético necesario. Las tasas de crecimiento de los últimos años duplican el promedio de la región. Hay indicios de recuperación de la capacidad productiva deteriorada por la crisis de 2002 y un incremento notable del empleo, la recaudación fiscal, las reservas y las exportaciones. Sin embargo, la inflación y las restricciones del lado de la oferta (especialmente, la crisis energética) indican la existencia de desequilibrios económicos fundamentales.

El Gobierno anterior intentó combatir la enfermedad anulando sus síntomas: exigiendo a empresas el autocontrol de precios, llamando al boicot ciudadano de algunos productos o, incluso, interviniendo el organismo independiente de producción de estadísticas (el Indec), lo que ha llevado a la aparición de múltiples fuentes de datos, a cual menos creíble.

¿Cambiará el nuevo Gobierno la estrategia? Las opciones de política económica son esencialmente tres: la primera es flexibilizar el tipo de cambio y permitir su apreciación, lo cual es improbable ya que, en un contexto de altos precios de materias primas y movilidad de capitales, la flotación podría llevar a una excesiva apreciación del peso con la consecuente pérdida de competitividad. La segunda opción consiste en acercar el tipo de cambio real al nominal con una mezcla de medidas monetarias (esterilización) y fiscales restrictivas. Esto parece más probable ya que estaría en línea con la política actual de acumulación de reservas, aunque llevaría a una desaceleración del crecimiento y al mantenimiento de ciertos niveles de inflación. Si la prioridad sigue siendo el crecimiento, la tercera alternativa será el mantenimiento de una política económica no ortodoxa, como la actual, que pretende conseguir la trinidad imposible (controlando el tipo de cambio en un contexto de movimiento de capitales relativamente libre y con una política monetaria independiente).

¿Qué pasará con las empresas españolas radicadas o que deseen instalarse en Argentina? El escenario económico seguirá siendo atractivo: la necesidad de inversión en infraestructura -e inversión extranjera directa en general- será importante para sostener el alto nivel de crecimiento, una vez agotado el efecto rebote poscrisis. Sin embargo, la experiencia de los años noventa demuestra que no toda entrada de capital genera crecimiento y que, por su carácter procíclico, puede incluso desestabilizar la economía. Existirá, entonces, cautela y control por parte del Gobierno. Este control también seguirá afectando los precios y tarifas, aunque es seguro que la nueva Administración estará más abierta al diálogo, ya que la inversión desempeña un papel esencial en la mejora de la productividad, requisito indispensable para sostener un crecimiento con menor presión inflacionaria.

Por cierto, el presidente saliente es el esposo de Cristina Fernández.

Vanina A. Farber Profesora de Economía del Instituto de Empresa

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