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Tribuna
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La sangrienta protesta azafrán de Birmania

La prensa lo llama la protesta azafrán, en recuerdo del levantamiento de miles de birmanos, que salieron a la calle para exigir el fin del régimen que controla su país desde 1962. Azafrán, porque liderando las masas que llenaban las calles había miles de monjes budistas, descalzos, con túnicas del color de la especia anaranjada.

El país, que los militares rebautizaron como Myanmar -a puerta cerrada sigue siendo Birmania para los demócratas- figura entre los más pobres del mundo. Casi no hay coches. Ni siquiera las motos que llenan las calles de otros países asiáticos. La gente se mueve en autobuses, que están tan llenos que muchos deben agarrarse desde fuera, con el riesgo de caerse. O van en bicicleta, a veces una familia entera sobre una. O van andando. Las calles de tierra están llenas de mujeres, niños y hombres andando, con el longhi, la falda que todos llevan.

Es difícil creer que en unas calles y casas tan míseras se pueda vivir. Las lluvias las invaden de agua y la basura llena los charcos. De vez en cuando se ve alguna casa suntuosa detrás de los árboles. Cuando preguntas quién vive en estas casas, te susurran: 'Los militares'.

En Yangon -el nuevo nombre militar para Rangún, la capital- el hotel exclusivo donde van los occidentales está vallado para que los mendigos no se acerquen. Pero docenas de niños esperan en la valla, y te saludan en uno de los muchos idiomas que saben chapurrear. Si les ofreces comida, seis o siete saltan para cogerlo. Te sonríen, se acuerdan de tu nombre, te hacen un regalo si pueden cuando te vas de su país.

George Orwell, el escritor británico, vivió en Birmania durante la época colonial. Los demócratas birmanos dicen que escribió una trilogía sobre Birmania: el primer libro, Burmese Days, criticando la época colonial; el segundo, Animal Farm, narrando la transformación de socialistas en dictadores, como los cerdos del cuento, y el último, 1984, como parábola del régimen omnipresente bajo el cual viven. Los últimos dos están prohibidos en Birmania.

¿Qué pedían en la protesta azafrán? En principio protestaban por los incrementos hasta del 500% en el precio del combustible, que aceleraron aún más la inflación. Pero se convirtió rápidamente en un desafío desesperado a la represión de la junta. Protestan por la falta de libertad de expresión. Protestan por el arresto domiciliario de Aung San Suu Kyi, la hija del héroe de la independencia, detenida casi continuamente desde que ganó las elecciones democráticas en 1990, incluso mientras moría su marido en el extranjero, o después de recibir el Premio Nobel de la Paz. Protestan por las torturas y matanzas de demócratas y etnias no birmanas que se refugian en campamentos por las fronteras. Protestan por el trabajo forzado de niños y mujeres. Están hartos de la represión y la pobreza. Quieren un cambio.

La última vez que salieron a protestar fue en 1988, acompañados por los monjes. El Gobierno reaccionó matando a unos mil disidentes y la represión continuó. Las esperanzas de que esta vez fuera distinta ya se han desvanecido. Abrieron fuego sobre una protesta pacífica. Un militar fugado relató que hubo cientos de muertos, muchos de ellos monjes, cuyos cuerpos se amontonaron en la selva.

En cualquier caso, los birmanos pensaban que no luchaban solos. Cuando estuve allí, hace unos meses, uno de ellos me confió que la situación iba a estallar pronto. 'No se puede soportar mucho más. Esperamos que cuando intentemos cambiar este país, estéis allí para apoyarnos', me dijo.

Y ahora lo están intentando. Las sanciones que impuso Estados Unidos en 2003 no han debilitado al régimen, porque China protege a la Junta y proporciona armamento. Su abundante gas natural y otros recursos hacen que sus vecinos y las compañías petrolíferas no quieran enfrentarse al Gobierno. De momento, se ha hecho poco y no ha surtido efecto ninguno.

¿Qué estamos dispuestos a hacer? ¿Enfrentarnos a China para intervenir a favor de los demócratas? ¿Unirnos para exigir que el régimen libere a la líder de la oposición, celebre elecciones democráticas y permitir un cambio? ¿O nos quedaremos mirando mientras otra protesta azafrán acaba en un baño de sangre, en un país que se atreve a tener esperanza en la acción pacífica y la promesa de la democracia?

Gayle Allard. Directora del Área de Entorno Económico del Instituto de Empresa

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