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Columna
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Hipotecas 'subprime' y capitalismo inteligente

Este mes de agosto pasará a la historia económica -confiamos que no lo haga a la Historia en su sentido más amplio- como el de la crisis de las denominadas hipotecas subprime. La excesiva relajación en la concesión de créditos hipotecarios seguida por los bancos norteamericanos -al parecer, un 50% de los concedidos en el ejercicio 2006 puede calificarse como de alto riesgo o de créditos basura según la expresión popular-, unida a la política seguida en EE UU y en Europa respecto a los tipos de interés -varios años consecutivos de sucesivas y constantes subidas-, ha provocado un brote de morosidad en los deudores hipotecarios de aquel país. A través de la crisis del mercado inmobiliario estadounidense, y con la globalización como agente catalizador, una nueva reedición del efecto mariposa ha tensionado al conjunto de la economía mundial.

Bastó el anuncio hecho por una entidad financiera -BNP Paribas- suspendiendo el reembolso de varios fondos de inversión materializados en títulos de inversiones (crediticias) inmobiliarias para encender la mecha. Al salir a flote la alarma del mercado inmobiliario que todos sabían sumergida, otras entidades reconocieron problemas similares o relacionados, el miedo se expandió, la confianza se quebró, y los mercados bursátiles -fieles a su condición de indicadores de la situación económica- están reflejando la situación con la correspondiente caída de las cotizaciones. Dentro de las generalizadas pérdidas bursátiles, y en un entorno de intensa volatilidad de los mercados, nuestro Ibex 35 perdió inicialmente casi un 4% en tan solo dos días, para posteriormente sufrir una pérdida similar en una sola jornada, la del jueves 16.

Sin embargo, la presente crisis aparece como una evidencia empírica más de lo que en la década de los noventa se bautizó como capitalismo inteligente. Así, éste en su comportamiento responde al patrón de sistema aprendiente, que interpreta sus propios errores y sus crisis, siendo capaz de generar las adaptaciones necesarias para evitar la reproducción de los primeros y reducir la probabilidad y los daños de las segundas. Es cierto que perdura el comportamiento cíclico de la economía, pero en las crisis recientes, la onda de la fase depresiva del ciclo se presenta notablemente suavizada. La amortiguación se logra combinando la utilización de múltiples testigos que anticipan información -permitiendo la rapidez en las respuestas- con la eficacia de los mecanismos reactivos empleados, iniciándose la terapia anticiclo. Como ejemplo, en los últimos días, tanto la Reserva Federal de EE UU (Fed) como el BCE han actuado con inmediatez, inyectando al sistema bancario tesorería barata a fin de evitar un crac de liquidez -el BCE ha llegado a suministrar casi 200.000 millones de euros en apenas cuatro días, y la Fed redujo el viernes su tipo de descuento, al que presta dinero a los bancos-.

En el momento actual, aún desconociendo todavía cuáles serán los efectos definitivos de la actual crisis, parece evidente que sus consecuencias nada tendrán que ver con las derivadas del crac bursátil de 1929, con las provocadas por los shocks petrolíferos de 1973 y 1979 o, por citar la más próxima, con la de los primeros noventa que en España se saldó con una reacción encadenada de suspensiones de pagos y quiebras empresariales, con el consiguiente crecimiento del desempleo -se alcanzó la tasa del 23%-, del aumento inducido del déficit público, y las negativas consecuencias derivadas.

En todo caso, del citado carácter aprendiente del capitalismo inteligente cabe esperar que, además de dominar la actual situación, interiorice las causas de su origen y evite en el futuro su reiteración. Así, confiemos que en adelante el sistema bancario del conjunto de los países desarrollados refuerce su control de riesgos.

En este punto, parece que el sistema bancario español se ha comportado de modo eficaz y, al menos los grandes bancos, no ha seguido la política laxa de las entidades norteamericanas. Así, aunque la persistente escalada de los tipos de interés ha provocado inevitablemente un aumento de la morosidad en los créditos hipotecarios -se cifra el incremento en un 30%-, la situación no ha alcanzado el grado de crisis vivido en el mercado hipotecario norteamericano.

Del mismo modo, también es deseable que las autoridades monetarias norteamericanas y europeas se replanteen su política de tipos de interés. Hoy puede afirmarse que la política de tipos caros ha resultado ser una de las causas de la crisis de las subprime. Ciertamente, los responsables deberán reconocer que bascularon excesivamente sus decisiones a favor del objetivo antiinflacionario, despreciando los daños colaterales que podrían provocar -en el caso analizado, crecientes dificultades de pago a los deudores hipotecarios-. Constatado de modo fehaciente su error de cálculo, procede la rectificación urgente de su política.

Ignacio Ruiz-Jarabo Colomer. Ex presidente de la SEPI, presidente de EDG-Escuela de Negocios y consejero de Copisa

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