El crecimiento de China
El rápido crecimiento económico experimentado por China, pese a sus carencias y debilidades, sigue desconcertando a los analistas. Su trayectoria dependerá, según el autor, de si ha aprendido de los errores del pasado. En el caso contrario, en su opinión, ésta se verá truncada por una crisis como la de 1997
Para asombro de los analistas, China lleva dos décadas de crecimiento rápido. La mejora en la calidad de sus productos, la capacidad para sortear crisis bancarias e inmobiliarias como las que asolaron el sureste asiático en 1997, la osadía de intentar a la vez unos Juegos Olímpicos y una Expo Mundial, la estrategia de tratar con grandes potencias y estar junto a países pobres (productores de materias primas), la atención a la investigación avanzada y atracción de científicos o la aparición de ciudades millonarias en pocos años, son facetas de un país con más población que Europa que busca un lugar en el mundo similar, salvando distancias, al que tuvo antes del inicio de nuestra era.
El crecimiento de China se alimenta de procesos similares a los de otros países que iniciaron su despegue en el pasado, pero con aspectos propios. Entre los primeros están el desplazamiento de la población del campo a las ciudades, que permite pasar de actividades de baja productividad a otras más eficientes en la industria y los servicios, la mejora de la productividad en las tareas agrarias y en las industriales, el aumento del capital por persona y la mejora de la eficiencia de ese capital. Ente los segundos están la ambición de los empresarios, la capacidad para concebir la verdadera dimensión de un mercado inmenso, el ahorro, la facilidad con la que se asume el riesgo inversor y la proliferación de iniciativas empresariales a pesar de que la regulación cambiante y la inseguridad son inadecuados para la actividad empresarial.
La actividad económica prospera donde la propiedad está bien asignada y defendida, donde la regulación es estable y se aplica con criterios homogéneos, donde el sistema financiero es sólido y el acceso al crédito fácil. No hay nada de esto en China, donde los derechos de propiedad sobre la tierra y otras propiedades son imprecisos y cambiantes, la normativa varía significativamente y su aplicación depende de la interpretación de las autoridades regionales, el acceso al capital se relaciona con las prioridades de cada plan, el sistema bancario está debilitado por la concesión de créditos de recuperación dudosa y el precio de los inmuebles crece dificultando el acceso a la vivienda en propiedad (o el derecho de uso por varias décadas).
A la falta de un metamercado idóneo y algunas debilidades como las expuestas, hay que añadir la percepción de una burocracia mejorable, el descontento con la calidad, la cobertura y la cuantía de la asistencia médica básica así como del coste del resto, la carencia de buenas comunicaciones, la dualidad extrema entre el interior y la costa este y la multiplicidad de lenguas que no son transparentes (aunque la escritura es la misma).
Sin embargo, el mercado interno crece, las empresas que le sirven han alcanzando una dimensión mundial y generado cuantiosos ingresos por la venta en el extranjero, han realizado acuerdos con socios occidentales, y conseguido y mejorado la calidad exigida a través de su propio enfoque que combina astucia, audacia, rigor, y evitar problemas como el de una apreciación rápida de su moneda.
Al contrario de la planificación pública y las pautas de planificación estratégica a largo plazo de las grandes empresas occidentales, los empresarios chinos no tratan de imponer sus criterios sino que buscan los vacíos en la oferta y atienden las necesidades que perciben, mejor dicho, que aprecian e interpretan, como hacen con su caligrafía en la que cada carácter tiene significados diferentes que hay que componer. A la percepción le sigue el análisis, la detección de vínculos, la fijación de la meta y la acción trepidante que abre paso a nuevas escaramuzas en los mercados.
Las empresas prosperan con tensión alta, formación continua y actividades cambiantes. La maquinaria, en rápida mejora, se exprime en tres turnos. Es el mundo guerrero, pero no sanguinario, de Sunt Tzu, que convive con el de Confucio y con certezas como que uno no está seguro trabajando para otro, y así, los jóvenes entran en una multinacional para aprender y luego crear su empresa.
Gran parte de las actuales las fundaron ciudadanos víctimas de la reeducación ideológica en la revolución cultural y que volvieron para crear empresas y asombrar al mundo. ¿Tiene ese temple la nueva generación? Mao buscó el gran salto adelante, pero falló al imponerlo. Deng pensó que la tarea del socialismo era liberar las fuerzas productivas y lo consiguió con libertad. Hu sigue esa vía pero, ¿es capaz la burocracia de evitar discrepancias, alinear las provincias, sanear la banca, dar buen servicio sanitario e infraestructuras, mejorar su eficiencia, acabar con la corrupción y dar paso a la democracia? Si han aprendido de su pasado y son coherentes la respuesta es positiva. Si no es así, una crisis como la de 1997 truncará la trayectoria.
Joaquín Trigo. Director ejecutivo de Fomento del Trabajo Nacional