Ante el momento de la UE
El Consejo Europeo, que reúne a los presidentes y primeros ministros de los países miembros de la UE, está convocado por la canciller alemana Angela Merkel para los días 21 y 22 de junio en Bruselas. Es el momento en que concluye el periodo de reflexión abierto hace dos años con la finalidad de deliberar sobre las soluciones y propuestas posibles para salir de la crisis surgida por los referendos donde los electores de Francia y Holanda rechazaron ratificar el 'Tratado por el que se establece una Constitución para Europa'.
O sea, que Europa se la juega en unos días y España debe decidir cuál va a ser su posición y cómo va a promoverla. Por nuestro Madrid, todavía agitado por los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del 27 de mayo, ha pasado anteayer miércoles el primer ministro de Holanda, Jan Peter Balkenende, y ayer jueves el nuevo presidente de Francia, Nicolas Sarkozy. Venían a cambiar impresiones con nuestro primer ministro, José Luis Rodríguez Zapatero, en busca de un consenso que permita salir del actual impasse constitucional europeo. Los dos interlocutores han expuesto con claridad sus propuestas y han tratado de sumar a España en su favor. Pero sucede que de nuestra propia posición apenas sabemos nada.
Sólo el secretario de Estado para la UE, Alberto Navarro, se pronunció el 11 de mayo en la jornada que convocó la Fundación Carlos de Amberes y el Real Instituto Elcano con el título Y ahora ¿qué? En aquella mesa redonda sobre la Constitución europea, 50 años después del Tratado de Roma participaron también personalidades de la política y del periodismo de los seis países fundadores. Allí Navarro sostuvo que España quiere preservar la sustancia del Tratado, que ya ha sido ratificado formalmente por 19 de los 25 países miembros.
Parecería que nos encontrásemos ante un problema cuasi teológico, como el clásico de la Eucaristía, pero a la inversa. En el misterio de la Eucaristía, según aprendimos en el Catecismo, se conservan invariables los accidentes sensibles de pan y vino pero al consagrarlos se produce la transubstanciación, de manera que las sustancias de pan y vino quedan convertidas en las del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Ahora en el misterio de Europa que estamos celebrando se trataría por el contrario de preservar incólume la sustancia del Tratado, mientras que se alterarían los accidentes. Es decir, por ejemplo, que cabría sustituir ciertas referencias lingüísticas como el término de Constitución y otras acuñadas de antiguo que levantan susceptibilidades varias.
La cuestión a resolver consiste en evitar que la nueva versión, encomendada a una conferencia intergubernamental (CIG) a convocar, haya de ser sometida otra vez a los votantes que rechazaron la primera en Francia y Holanda. Claro que, a partir de ahí, debemos recordar que el diablo está en los detalles y por eso serían de gran interés los avances para precisarlos. Esa es en particular la tarea que han abordado en sendos estudios tanto Friends of Europe, el más prestigioso laboratorio de ideas de Bruselas, como el Instituto Universitario de Estudios Europeos del CEU, acompañado por la Fundación Rafael del Pino y el Instituto Universitario Europeo de Florencia. Friends of Europe traza un mapa de ruta para un nuevo Tratado de la mano de Keith Richardson y Robert Cox bajo la inspiración de Giles Merritt y considera que los ingredientes para una solución son cuatro: el voto por mayoría, la coordinación y liderazgo, el mensaje político sobre los fines de paz, prosperidad y justicia social y la decisión sobre el formato y el liderazgo.
En cuanto al segundo estudio, dirigido por Íñigo Méndez Vigo, se cierra con nueve conclusiones entre las que figuran la necesidad de que el Consejo fije un mandato preciso y claro a la CIG para la redacción de un nuevo texto sobre la base del último Tratado que preserve la sustancia, recorte su extensión, mejore la simplificación y añada temas surgidos en el periodo 2005-2007. Sugiere que la regla de oro para la negociación sea que para cualquier iniciativa de sustitución o modificación de una disposición del Tratado, el proponente deba demostrar que goza del mismo acuerdo que el que obtuvo la disposición que pretende alterar.
Los dos estudios merecen una lectura atenta antes de fijar posiciones, pero aquí los asuntos de la UE parecen fuera de la agenda. Se diría que el Gobierno nada tiene que decir, ni la oposición que preguntar. Veremos.
Miguel Ángel Aguilar.