Más estímulos a la inversión exterior
España ocupa el lugar 39 de una lista de 175 países en el ranking Doing Business (Haciendo negocios) que elabora el Banco Mundial. No es, desde luego, una posición agradable para la que por volumen de producción es la novena economía del mundo, y menos si tenemos en cuenta que en la lista aparecen con mejor disposición a la inversión exterior muchas economías dinámicas emergentes, que hasta hace muy pocos años apenas contaban en el contexto económico internacional. Pero la apertura de mercados que ha provocado la globalización de la tecnología, el capital financiero y el humano ha cambiado las reglas de juego, y la riqueza del futuro dependerá mucho de la capacidad para atraer los proyectos emprendedores de la industria y los servicios de las grandes corporaciones.
Esta poco lucida clasificación tiene reflejo en los números de los últimos años. En 2006, por ejemplo, España cerró el peor ejercicio desde 1998 en atracción de inversión exterior, con un volumen de poco más de 13.000 millones de euros y un descenso del 24%. Pero a esta cantidad limitada hay que añadir el proceso de desinversión de proyectos ya instalados, que llevan la caída del saldo agregado de inversión exterior hasta el 65%.
El Gobierno ha entendido ya que la sangría es muy seria y que no puede ir a más. Para ello ha creado una agencia que ha sondeado a expertos e inversores de dentro y de fuera del país, para identificar cuáles son las condiciones a modificar y generar una batería de nuevos estímulos a la inversión. Un primer barrido entre los encuestados reclama mejor tratamiento fiscal para las apuestas empresariales, respetando íntegramente las ayudas por I+D+i; una mejora de la formación; más implicación de la universidad en la vida empresarial; promover el rescate del talento huido y atraer el nuevo, y algo tan fácil como mejorar la tramitación de visados para los trabajadores extranjeros cualificados, que se ha convertido en un dilatado laberinto administrativo.
España es ahora uno de los pulmones de inversión en el mundo, con apuestas arriesgadas en servicios financieros, concesiones o telefonía, a juzgar por las tomas de posición de los últimos años en los mercados más maduros del mundo. Pero debe recuperar un paisaje atractivo para que el capital también haga el camino de vuelta con los volúmenes de los últimos años, y que lo haga a sectores con alto valor añadido. Ahí está el futuro del desarrollo, siempre que en paralelo se ponga en marcha un mecanismo para mejorar los estándares de calidad de la cualificación humana.
Es innegable que en las últimas décadas España ha logrado uno de los niveles más altos de escolarización de los jóvenes. Pero no puede decirse lo mismo de la calidad de los conocimientos, a juzgar por los exámenes continuos que hacen instituciones como la OCDE. La pelea política e ideológica en torno a la educación está detrás de las continuas reformas educativas, cuyo resultado hasta ahora no es otro que un deterioro imparable de los niveles del conocimiento. Debe darse por zanjado el debate ideológico y convertir la calidad en único norte de los cambios, siempre que medie un compromiso político inquebrantable para lograrlo.