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Columna
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Este puede ser un año revelador

Es natural que, cuando la economía da muestras de un creciente y extraordinario vigor como en 2006, e incluso en el parecer de muchos mejora su anómalo e insostenible modelo de crecimiento, quede aparcada la superación de las asignaturas clave para el futuro que los problemas estructurales han ido creando.

Hay que destacar en primer lugar, por su veteranía, un excesivo aumento de los precios que siempre ha sido y sigue siendo el talón de Aquiles de la economía. Por eso resulta sorprendente que esta cuestión no haya sido prioritaria en un Gobierno socialista, pues son las clases sociales menos favorecidas las que sufren sus efectos nocivos.

Otra asignatura ha sido la productividad de trabajo, que antes se superaba con nota. æscaron;ltimamente se han echado las campanas al vuelo porque por fin parecía que la productividad salía de su prolongada atonía, pero un mínimo examen de los datos relevantes pone sordina al tañido de esas campanas. Es cierto que la productividad creció en 2006 un 0,8%, pero eso se debe a un aumento del 3,3% en la industria y un (sorprendente) 2,2% en los servicios de no-mercado (es decir las Administraciones), resultado de un (increíble) crecimiento en el último trimestre de casi el 12% en tasa anualizada, mientras caía en todos los demás sectores.

Si las previsiones oficiales de fuerte crecimiento para 2007 se cumpliesen, la superación de estas asignaturas seguiría quedando para septiembre. Es posible, sin embargo, que el fuerte crecimiento tendencial haya inducido un falso optimismo en las previsiones. Parece, en efecto, a juzgar por las sucesivas revisiones al alza hechas a las previsiones del último año, tras la aparición de nuevos datos, que el método utilizado es una simple y candorosa extrapolación de la tendencia más reciente.

Pero así se está introduciendo un sesgo alcista en la extrapolación, pues ese mayor vigor económico se debe a los efectos directos e indirectos de una fuerte y anómala aceleración en la construcción de viviendas al anticiparse la iniciación de las obras para eludir la aplicación de nuevas normas sobre la construcción a partir de este año.

También el sector exterior parece haber introducido el mismo sesgo en las extrapolaciones. Es cierto que en 2006 ese sector invirtió la creciente acción contractiva de años anteriores y tuvo un efecto expansivo del 0,7% del PIB, lo que se llegó a celebrar como el inicio del cambio del patrón de crecimiento. Pero parece que esta inesperada mejora del sector exterior fue flor de un día, fruto de la erraticidad de los datos del comercio exterior. Otra cosa no puede explicar que ese efecto expansivo se haya concentrado exclusivamente en el primer trimestre con una tasa anualizada del 2% del PIB, como consecuencia de un aumento de las exportaciones de bienes de casi el 50% medido de la misma forma, mientras las importaciones lo hacían a un ritmo mucho menor. El efecto contractivo continuó e incluso se aceleró durante el resto del año con una caída significativa de las exportaciones y un aumento importante de las importaciones.

Esta tendencia del sector exterior deja ver bien a las claras que el patrón de crecimiento sigue inmutable como, por otra parte, era de esperar, pues los factores que podían cambiarlo, fundamentalmente la competitividad, tanto de costo como de calidad, continúa su persistente deterioro.

Y es probable que sus efectos perniciosos continuen e incluso se podrían acentuar en 2007. Primeramente porque, como es bien sabido, los efectos acumulativos del deterioro de la competitividad aumentan con el paso del tiempo. Eso se percibe en nuestras ventas a la zona del euro que en 2006 crecieron en volumen sólo la mitad que lo hizo ese mercado. Después, porque el dólar va a proseguir, como lo desean las autoridades norteamericanas, su gradual, cautelosa e inevitable caída frente al euro, con la correspondiente apreciación de ésta divisa.

Se puede concluir diciendo que estadísticamente hablando la extrapolación naïve de las tendencias recientes como método de predicción es poco fiable y los casos de Japón e Italia son paradigmáticos. Tras su prolongado milagro económico, Japón necesitó más de 15 años para salir del desastre de su burbuja inmobiliaria. Italia, que ha basado su milagro económico en el dopaje devaluatorio de la lira, pasó por un largo periodo de síndrome de abstinencia y estancamiento tras el acceso al euro.

La economía española adolece de estos dos síndromes que aquejan a estas dos economías. Una continua y creciente burbuja inmobiliaria y una importante pérdida de competitividad que ya no se puede recuperar como antes con la devaluación de la divisa.

No hay por qué pensar que la economía española vaya a sufrir los mismos efectos que estos síndromes han tenido en esos dos países. Pero dado que las circunstancias son muy similares, ya que tampoco en España se han podido (¿o querido?) tomar las medidas paliativas adecuadas, no se puede excluir que antes o después uno de los síndromes (o los dos) desemboque en un largo periodo de estancamiento económico.

Anselmo Calleja. Economista y estadístico

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