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Tribuna
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Balance de cinco décadas

El 50 aniversario del Tratado de Roma de 25 de marzo de 1957, que fundó la Comunidad Económica Europa (CEE) y la Comunidad Europea de Energía Atómica (Euratom), entes que se unieron a la ya existente Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) puesta en marcha en 1951 gracias a la Declaración Schuman de 9 de mayo de 1950, es una perfecta excusa para repasar los logros y defectos de la Unión Europea (UE) actual. La ocasión presta para dar simultáneamente muestras de satisfacción por el camino recorrido y resaltar las sombras del proyecto en las circunstancia de hoy.

Así, por ejemplo, las quejas se han ceñido especialmente al impasse causado por el rechazo del texto de Tratado Constitucional, el distanciamiento de los ciudadanos, la ausencia de un liderazgo efectivo, los temores acerca de la inmigración, las dudas sobre la identidad y las incógnitas de la seguridad interna y externa. Se ha llegado a considerar que, paradójicamente, la UE puede desaparecer: ha cumplido con creces su misión primordial (cesar las guerras europeas). Puede, por lo tanto, morir de éxito.

Desde fuera, azuzados por las voces plañideras del interior, observadores apresurados y sectores de decisión, los opositores se han estado concentrando en el debe de la UE, con un doble motivo y una explicación central. Por un lado, al delinear los serios problemas del proceso europeo esconden las graves limitaciones de los propios experimentos de integración regional en el mundo, sobre todo en las Américas. Por otro, al magnificar las dimensiones negativas, tratan de disminuir los temores ante la competencia presentada por la propia UE en una economía globalizada, antaño monopolizada por un centro circunscrito a la irradiación del poder de Washington y sus aledaños.

Finalmente, las críticas desmesuradas frecuentemente revelan un desconocimiento supino acerca no solamente del proceso europeo, sino de la esencia de la integración (política y económica) regional. Pero lo que sistemáticamente se soslaya es el balance, impresionante desde el punto de vista comparativo, del proyecto que ha desembocado en la UE.

En primer lugar, tanto desde un ángulo de la praxis política como de la teoría del análisis, el surgimiento y desarrollo de la UE revolucionaron la actitud con que se contemplaba la relación entre Estados. Hasta la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo después, la esencia de las relaciones internacionales giró alrededor del peso relativo y absoluto del poder, militar o económico. La aparición de la UE desde sus modestas primeras variantes (la CECA, la CEE) colocó en el tapete una segunda opción de alternativa a la guerra como continuación de 'la política por otros medios', al decir de Clausewitz. Por primera vez desde las diversas propuestas de la 'paz perpetua' kantiana se contemplaba la plausibilidad de convertir el continente más violento y guerrero del planeta en un laboratorio de cooperación.

Por el método funcionalista se lograba lo que ni la tenacidad napoleónica ni la intolerancia hitleriana habían conseguido en integrar a Europa por la fuerza, al tiempo que se constituía una alternativa a los cantos de sirena de Moscú. Aunque algunas veces se dude de la máxima consistente en que las democracias no van a la guerra entre ellas, lo cierto es que ésta no solamente se ha convertido en impensable, sino también 'materialmente imposible' (Declaración Schuman) entre los miembros de la UE.

Cumplido con creces su objetivo fundacional, la UE ha triunfado ostensiblemente al convertirse, si no en un modelo imitar, sí en un punto de referencia a considerar para cualquier proyecto de integración regional.

Este detalle es tan fehaciente que incluso en los esquemas de la mera cooperación económica y comercial se alude al proceso europeo. Así, por ejemplo, se barajan con la UE alegremente conceptos tan disímiles como zona de libre comercio, unión aduanera, mercado común e incluso unión económica, los cuatro primeros estrados de la integración regional hasta lograr la siempre quimérica unión política.

Pero el récord positivo de la UE se demuestra por el éxito de su poder de inducción, la atracción que tiene tanto en los países que, por ser europeos (antigua Yugoslavia), tienen derecho a optar al ingreso, como en los vecinos que, por conveniencias, anhelan la elusiva membresía (caso de Turquía, cuya candidatura ha sido objeto de presión por Estados Unidos). El éxito de la UE se demuestra tanto por la larga fila de pretendientes como por el hecho de que hasta la fecha ningún miembro la ha abandonado. Solamente un Estado europeo (Noruega) rechazó en referéndum su proceso de ingreso.

Desde su fundación, la UE se ha ampliado doblemente, tanto en número de socios como en políticas comunes que se deciden libres del veto nacional mediante mayorías cualificadas, gracias a la aceptación de la supranacionalidad de sus instituciones. La soberanía compartida (pooling), no su cesión o pérdida, es el aspecto menos comprendido en el exterior. Es lo que la Constitución congelada trata de reforzar.

Joaquín Roy Catedrático 'Jean Monnet' y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami

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