Los riesgos del abuso del crédito
El crecimiento sostenido de la economía por un periodo tan longevo como el actual sólo tiene explicación en la explosión de inversión de los hogares y las empresas, aprovechando el desconocidamente atractivo coste de financiación que ha proporcionado la moneda única. Acostumbrados a hipotecas al 15% en los ochenta y a proyectos empresariales fracasados por el apalancamiento financiero negativo, los españoles encontraron una bendición en los tipos nominales cercanos a cero y en la seguridad de que habían alcanzado la estabilidad.
Pero en los últimos años, los españoles, como colectivo, dan algunas muestras de estar viviendo por encima de sus posibilidades. El recurso continuo a financiación ajena primero y exterior después ha situado la necesidad de recursos de España en la tasa más alta de la OCDE, en los mismos niveles de EE UU, cuyo crecimiento es alimentado también por un desequilibrio financiero exterior cada vez menos sostenible.
Un encarecimiento paralelo de la vivienda en los diez últimos años, en parte imputable a una demanda contenida por muchos años de condiciones financieras hostiles, ha llevado los niveles de endeudamiento de los hogares hasta cotas doblemente peligrosas. Por un lado, porque volúmenes de deuda tan elevados son incompatibles con una recesión económica, que, por muy largo que sea el ciclo, llegará. Y en segundo lugar, la absorción tan ingente de recursos que ha provocado la vivienda ha restado una no menos ingente capacidad de consumo por parte de las familias.
En todo caso, la ingeniería comercial de la banca, buscando nuevas fórmulas de crédito, y el efecto psicológico de la riqueza proporcionada por la revalorización de los activos inmobiliarios han compensado los miedos. Por ello, la maquinaria sigue en marcha. Pero las dificultades de algunas hipotecarias americanas, con prácticas no ensayadas en España, ha encendido las alarmas. Aunque no haya contagio, tal como el propio Banco de España se ha apresurado a decir, debería extremar la vigilancia ante varias fórmulas poco ortodoxas de estirar el crédito para mantener el consumo.
Generar crédito para consumo amparado en la hipoteca de la casa, que llega ya a los 35.000 millones de euros; forzar hasta lo imposible la elasticidad de las tarjetas de crédito, donde la morosidad supera el 5%, o concentrar deudas en productos sintéticos mucho más llevaderos, pero engañosamente más caros, son tendencias que delatan que una parte de la población ha perdido el respeto al sonrojo de una quiebra. Mantener el tren de vida a toda costa puede ser la huida hacia adelante que ponga en punto muerto la economía si una pequeña escalada de impagados se transforma en algo más grave.
Un informe reciente de las cajas de ahorros cifraba en un 10% la población con dificultades reales para hacer frente a sus obligaciones financieras, por el simple ejercicio de cruce de sus ingresos y su gasto comprometido. La banca está en una carrera abierta por el negocio en un mercado muy competitivo. Pero no debe perder su norte y sí exigir mayores niveles de calidad a sus acreedores, ya que el BCE no puede designar tipos más disuasorios para España. A la vez, el Banco de España debe estrechar la vigilancia sobre el mercado.