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La opinión del experto

Queremos un poco de felicidad

Juan Carlos Cubeiro asegura que dentro de las empresas se puede obtener cierta satisfacción personal, siempre y cuando sean organizaciones abiertas a la tolerancia, el respeto y la cordialidad

Will Smith se ha quedado a las puertas del âscar por En busca de la felicidad, inspirada en una historia real. En 1982, Chris Gardner fue admitido como becario de una entidad financiera, era padre soltero de un niño de 20 meses (de cinco años en la película) y, sin apenas ingresos, malvivió en moteles, centros de beneficencia, su propia oficina y el WC del metro. Hoy, a los 52 años, posee su propia empresa de intermediación, un Ferrari y un Bentley, un hijo de 25 años que quiere abrirse camino en la música y una hija de 20, estudiante de empresariales. El sueño americano. Lo que a Chris le hizo salir adelante fueron las palabras de su madre: 'Sólo puedes depender de ti mismo, porque la caballería no va a venir'. En la película, el protagonista cita a Thomas Jefferson en la Declaración de Independencia: 'Todos los hombres han sido creados iguales y concebidos por el Creador con ciertos derechos inalienables, como son la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad'.

La felicidad ha sido y sigue siendo la aspiración suprema de los seres humanos y el objeto principal de la filosofía. Si queremos buscarla, hemos de saber definirla acertadamente. Para Aristóteles, en su æpermil;tica a Nicómaco, es 'aquello que acompaña a la realización del fin propio de cada ser vivo'. Por tanto, es una actividad del alma para el aprovechamiento del propio talento a través de la virtud (la areté de los griegos). La felicidad es un tipo de vida basada en el ejercicio constante de lo que nos es propio, de lo que nos diferencia de los seres no racionales (la consciencia, la compasión).

Los epicúreos la definieron como la ausencia de dolor; los estoicos, como la paz y tranquilidad (ataraxia); los budistas, como 'alcanzar la iluminación'; Spinoza, como la búsqueda de aquello que nos hace crecer y la capacidad de evitar lo que nos empequeñece, y Nietzsche distinguía entre dos tipos de felicidad: la de los mediocres (una vida cómoda, sin problemas) y la de los que se marcan retos ambiciosos y luchan por alcanzarlos.

Adrian White, de la Universidad de Leicester, elaboró el año pasado el primer mapa de la felicidad, asociándola a la salud, la riqueza y la educación. Según esta clasificación, España está en el puesto 46 sobre 178, y los siete primeros son Dinamarca, Suiza, Austria, Islandia, Bahamas, Finlandia y Suecia. Y yo me pregunto, si el análisis es acertado, ¿por qué los nórdicos y centroeuropeos vienen a nuestro país en cuanto pueden y no al revés? Sigo a mi admirado José Antonio Marina cuando nos anima a vincular la inteligencia no con el conocimiento, sino con la felicidad. Con una felicidad pública, en la que los planes personales se compatibilizan a través de normas de convivencia, de reglas éticas. Y con una felicidad privada, los propios deseos y ambiciones, nuestro proyecto de vida. Por ello, la ética es el modo más inteligente de resolver los dilemas de nuestra convivencia y de la búsqueda de la felicidad.

En el último medio siglo, la Unión Europea ha avanzado en dotar a sus ciudadanos del bienestar (en sanidad, educación, justicia) que sustenta la felicidad. Espero que no la perdamos en los próximos años, para sustituirlo por el 'búscate la vida' del Reaganomics que nos presenta Gardner en esta cinta. Aun así, no estoy muy seguro de que sean los poderes públicos los que puedan ayudarnos en la búsqueda de la auténtica felicidad, la que tiene que ver con aprovechar nuestro potencial, descrita por los más variados pensadores, desde Aristóteles hasta nuestros días pasando por Nietzsche y antes por Gracián en su Arte de la prudencia: 'Cualquiera habría triunfado si hubiera conocido su mejor cualidad'.

Creo más bien que es el individuo en organizaciones humanistas, la fórmula que mejor puede ayudar a que las personas sean más felices. Una empresa ética, que asuma como uno de sus valores supremos la integridad (y no maximizar el beneficio de cualquier forma), que genere una cultura de compromiso, que proponga retos ilusionantes y en la que sus profesionales puedan dar lo mejor de sí mismos, implicándose entre ellos. Una empresa que fomente el talento como disfrute, como dedicación y como dominio, aprovechando la diversidad. Una empresa en la que impere la tolerancia, con un clima de satisfacción, rendimiento y desarrollo. Una empresa de exigencia desde la dignidad y el respeto a las personas, desde la cercanía. Una empresa de la que se sientan sanamente orgullosos sus clientes, sus accionistas, sus empleados y la sociedad en su conjunto.

Juan Antonio García Soto, director general de Renault Motores en Valladolid, comentaba hace unos días a su comité de dirección ampliado que una de sus principales aspiraciones era que toda su gente se levantara por la mañana con las mismas ganas de ir a trabajar con las que él lo hacía. Ese es el liderazgo (el de las buenas personas, capaces y comprometidas) que fomenta la felicidad.

Aunque ahora Chris Gardner sea un benefactor, me temo que no ha entendido que la felicidad no está asociada a la riqueza, sino a integrarse en entornos saludables, a un sentido de comunidad. La felicidad está, sobre todo, en unas relaciones personales sanas, y nada como la empresa para ayudar en esta línea.

Juan Carlos Cubeiro. Director de Eurotalent

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