Deslocalización, ¿mala o buena?
El anuncio de Delphi de cerrar su fábrica de Puerto Real, en Cádiz, es el último ejemplo de deslocalización en España. A la luz de esta decisión, el autor analiza el alcance del fenómeno, que considera una tendencia irreversible de la globalización que requiere medidas específicas para su gestión
Cuando uno piensa sobre la deslocalización es muy difícil dar una opinión que no genere reacciones apasionadas desde alguno de los afectados. ¿Es buena? ¿Es mala? La respuesta parece que depende de quién es el afectado. Por ejemplo, para los ciudadanos de Puerto Real, en Cádiz, podríamos decir que el sentimiento es de frustración total. El cierre de la planta de Delphi afectará directamente a unos 1.500 empleados e indirectamente a unos 1.300 trabajadores. Desde esta perspectiva, la deslocalización es dañina para España. Pero, por otro lado, Delphi no parece tener muchas alternativas para reducir sus costes operativos y poder sostener su viabilidad.
De lo que no parece haber duda es de que la deslocalización es una tendencia irreversible de la globalización, y tiene un gran impacto para la sociedad, el empleo, las empresas y los Gobiernos. Podemos definirla como el proceso de relocalizar algunos -o todos- los procesos de negocio de una empresa de un país a otro, principalmente para reducir costes. Es importante destacar, sin embargo, que otras variables como destrezas del recurso humano y garantía de calidad se analizan también antes de relocalizar.
Delphi es una de las empresas más importantes de la automoción a nivel mundial. En 2005, cuando contaba con casi 200.000 empleados y 159 centros de producción, se declaró en bancarrota, a pesar de su buen desempeño en términos de excelencia operativa. Delphi ha sido una de las empresas americanas que mejor ha adoptado las prácticas japonesas de reducción de desperdicios y mejora de la eficiencia -lean manufacturing- en el sector de la automoción. Pero no ha sido suficiente para garantizar la viabilidad del negocio. Otros factores, como altos costes laborales o flexibilidad, han precipitado el cierre de empresas en EE UU y Europa Occidental.
El fenómeno de la deslocalización se repite en el sector servicios, aunque con algunas diferencias. Hay empresas de banca, telecomunicaciones y seguros que están deslocalizando sus procesos de procesamiento de nóminas, entrada de datos, procesamiento de aplicaciones de créditos y call centers. Esto ha sido posible gracias a la caída de los costes de las telecomunicaciones y la posibilidad de transformar actividades basadas en documentos físicos -papel- a actividades digitalizadas que se pueden realizar en cualquier lugar del mundo. La India y Filipinas son algunos de los destinos preferidos por empresas anglosajonas.
El potencial de los países en vías desarrollo para convertirse en las fabricas del mundo es inmenso. No sólo hablamos de mano de obra barata, sino que también podemos contar con ellos para trabajos que requieren destrezas técnicas. Wipro e Infosys en la India son dos grandes multinacionales de tecnología y procesos de negocio que están asumiendo un alto porcentaje del trabajo técnico deslocalizado desde EE UU. Mientras un programador de software en EE UU cuesta 60 dólares/hora, en la India cuesta seis. La producción de ingenieros es impresionante. China produce 450.000 ingenieros por año. Se espera que estos países puedan convertirse en grandes centros de diseño y desarrollo en áreas como electrónica, aeroespacial o consultoría técnica.
Los ciudadanos de los países desarrollados ven el fenómeno de la deslocalización como algo muy negativo y perturbador de la seguridad laboral. Sin embargo, en teoría, la deslocalización crea valor a las economías más desarrolladas -como España- al crear valor a las compañías de esos países y liberar recursos para actividades con mayor valor añadido. El reto es mover a las personas desplazadas de sus puestos de trabajo a nuevos empleos de mayor agregación de valor.
Sin embargo, se observa que ni empresas ni Gobiernos toman medidas para facilitar la gestión de este cambio global. ¿Qué podemos hacer para reducir el sufrimiento y la frustración de las personas que quedan sin empleo? ¿Cómo podemos reducir el impacto de la deslocalización en nuestra sociedad? ¿Cómo pueden las empresas aprovechar los beneficios de la nueva red global de suministros?
Por citar sólo unas ideas, algunas multinacionales están desarrollando programas para ayudar a recolocar a los trabajadores que se quedan sin empleo. Para ello se crean alianzas con empresas especializadas en selección de personal. Otras ayudan a través de bonos especiales para los afectados mientras se reubican. Y en algunos países están surgiendo seguros especializados que permiten protegerse contra este fenómeno.
En cuanto a la supervivencia de las empresas, que deben deslocalizar parte de sus procesos, el reto es diseñar y construir una cadena de suministros que se beneficie de las ventajas de un mundo globalizado y conectado. Hay que definir qué actividades se pueden realizar independientemente de la localización. Hay que escoger el nuevo destino en que se realizarán. Y finalmente hay que establecer los mecanismos de gobierno de esta nueva cadena de suministros. Todo tomando en cuenta la responsabilidad social y ética de la empresa.
Oswaldo Lorenzo Ochoa. Director académico del Executive Master of Management in Global Supply Chains del Instituto de Empresa