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Tribuna
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De Bretton Woods II a la ruta de la seda

José Carlos Díez

Desde 2004, la economía mundial ha crecido a tasas próximas al 5% y con estabilidad de precios, algo insólito desde la década de los setenta, antes de los choques del petróleo. En la actualidad abusamos del efecto China para explicar este periodo. China está creciendo a tasas del 10% desde 1979 y en 2001 se produjo una de las crisis más intensas y complejas de las dos últimas décadas, que llevó a la economía mundial a crecer próxima al 2,5% en ese año.

El periodo actual comenzó en 2003, cuando las políticas monetarias y fiscales expansivas surtieron efecto y estimularon el consumo privado en Estados Unidos, apoyado en la revalorización de los activos inmobiliarios. Estados Unidos consumía por encima de sus posibilidades y las empresas norteamericanas, en pleno proceso de saneamiento de balances, optaron por aprovecharse de las ventajas de la globalización y localizaron sus negocios en países con menores costes de producción.

Aquí entra en juego China, que se convirtió en la fábrica del mundo. A los chinos, a pesar de su fuerte proceso inversor, les sobraba ahorro y decidieron vender a plazo a los estadounidenses. El Banco de China mantenía un tipo de cambio fijo con el dólar y se convirtió en el regulador de dicha financiación, lo cual le ha llevado a acumular un billón de dólares en reservas extranjeras. A este sistema se le ha denominado Bretton Woods II, ya que se basa en mecanismos similares a los acordados en 1944 para el sistema monetario internacional, en la pequeña localidad de New Hampshire (EE UU). El sistema tiene un límite, que podemos denominar: el dilema de Triffin II. El elevado y creciente stock de deuda externa americana puede llegar a saturar las carteras de los inversores internacionales y podría llevar a una pérdida de confianza en el dólar y a un desplome de la divisa similar al de los setenta.

Estamos viendo actualmente un resurgir de los emprendedores españoles en el exterior no visto desde el siglo XVI

Bretton Woods II fue el motor de la economía mundial en 2004 y puso en marcha el flujo circular de la renta. En 2005, el intenso ciclo de materias primas y de comercio internacional incorporó a la mayoría de países al ciclo expansivo y se diversificaron las fuentes de crecimiento. En 2006 Estados Unidos ha entrado en desaceleración, pagando los excesos anteriores, pero ha resurgido lo que podemos denominar la nueva ruta de la seda.

Las expediciones militares de Alejandro Magno, seguidas de la ruta de las caravanas de los romanos, se materializaron en el siglo XIII en un florecimiento del comercio mundial similar a la actual etapa de globalización. Gengis Khan reinaba en el mayor imperio en extensión de la historia desde Polonia hasta Persia y China. La astucia comercial de los venecianos y genoveses permitió una ruta comercial que de nuevo vuelve a florecer en la actualidad. China sigue siendo la fábrica del mundo pero ha diversificado sus exportaciones, aumentando significativamente el comercio con los países de su área de influencia y sobre todo con los países europeos. Además su demanda interna, basada en la inversión, aunque con un crecimiento del consumo privado sostenido, necesita bienes de capital y servicios de alto valor añadido producidos en Estados Unidos y la Unión Europea de los Quince.

India, fuera del Imperio mongol y de la original ruta de la seda, se ha incorporado con fuerza a la globalización, especialmente en el comercio de servicios. También está estrechando sus lazos con su antigua zona de influencia en Asia meridional. Los países productores de petróleo, desde Rusia hasta Oriente Próximo, se han lanzado a intensos ciclos de inversión y de consumo y han abierto sus economías, demandando con ansiedad bienes y servicios, especialmente europeos. La nueva ruta de la seda será clave para explicar el crecimiento mundial en los próximos años y su potencial enemigo es el proteccionismo.

Muchos sectores industriales tradicionales, en los países desarrollados, no tienen capacidad para competir con los nuevos países y están perdiendo cuota de mercado. Eso lleva a perder capacidad instalada y empleo. Sus organizaciones empresariales y sindicales han situado en el debate público a la deslocalización como el principal enemigo de nuestro estado del bienestar. No obstante, la clave política la tenemos los consumidores.

Los consumidores somos los principales beneficiados de la globalización y el caso español es un buen ejemplo. En España, a pesar de la amenaza de la deslocalización, somos capaces de generar cientos de miles de empleos. La ecuación es sencilla: si en nuestra cesta de la compra incorporamos bienes producidos en otro país a precios más baratos, nuestra capacidad adquisitiva aumenta. Eso nos permite incrementar nuestro consumo real y generar mayor capacidad instalada y empleo en otros sectores. Además, nuestras empresas le han cogido el gusto a la globalización y estamos viendo un resurgir de los emprendedores españoles en el exterior no visto desde el siglo XVI. Somos líderes mundiales en telecomunicaciones, moda, banca, construcción, servicios de ingeniería civil y de sistemas, sector inmobiliario, energía, concesiones, turismo, sector editorial, medios de comunicación, etcétera.

Los economistas buscamos maximizar el bienestar social y la nueva neuropsicología define la felicidad humana como la ausencia de miedo. La mejor forma de luchar contra nuestras fobias es el conocimiento científico de los fenómenos que las generan. Vence tus miedos y, como diría Bruce Lee: 'No seas proteccionista, mi amigo'.

José C. Díez. Economista jefe de Intermoney

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