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Tribuna
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Campeones nacionales, de Finisterre a los Urales

Moscú divide europa. La unidad de la UE en sus rela-ciones con Moscú se ha resquebrajado. Francia y Alemania llevan su propia agenda bilateral con una Rusia fortalecida por sus exportaciones energéticas. A la vez, las mastodónticas empresas rusas reclaman espacio vital e influencia en los mercados europeos

Uno de los términos más recurrentes hoy día en medios periodísticos europeos es el de campeón nacional. No sólo es habitual para referirse a la frecuente injerencia de los respectivos Gobiernos en operaciones corporativas transnacionales, con los lógicos rifirrafes entre países y con el Ejecutivo comunitario, sino que el concepto encuentra también aplicación en la remota Rusia. Aunque los ideólogos de la vieja nación europea confiaban más bien en los valores y la cultura como nexo de unión desde Finisterre hasta los Urales, la globalización económica nos ha llevado a compartir también prácticas y medidas de política industrial cargadas de polémica.

El encaje de Rusia en el contexto europeo ha sido un tema histórico de debate ya desde la época zarista, que sigue despertando recelo y preocupación en las capitales europeas. El auge en los precios del petróleo y las materias primas han situado al país en el primer plano del panorama mundial, como ha ocurrido con Venezuela o Noruega en otro nivel. Mientras China e India han convertido a Rusia en una de sus prioridades de política exterior, Europa se apresura también a encontrar ese encaje, que parece tan o más complicado que en el caso turco.

Si este último país se ve afectado por la siempre delicada cuestión religiosa, Rusia se presenta aún como una potencia militar enemiga de la OTAN y con intereses confrontados a los de Europa y EE UU en las antiguas repúblicas soviéticas de Ucrania, Georgia o Asia Central.

A todo ello se ha añadido la creciente dependencia europea de la energía rusa y, sobre todo, la ofensiva de los grandes grupos empresariales rusos en el exterior, cuyo más claro exponente ha sido la inesperada incursión en el maltrecho consorcio aeroespacial EADS.

La trama EADS constituye de hecho una curiosa colisión entre dos campeones nacionales y las respectivas y discutibles políticas industriales de Rusia y la UE. Como Europa trató de crear un gran grupo empresarial capaz de competir con la maquinaria espacial y militar estadounidense, Vladimir Putin ha promovido la integración de hasta seis fabricantes rusos del sector en una nueva empresa (United Aircraft Co.).

En el segundo acto en esta estrategia industrial, el Gobierno ruso precisa de la colaboración de un líder tecnológico como es EADS/Airbus. La entrada del banco público ruso Vneshtorgbank en el capital de la firma europea se interpreta como una maniobra para forzar esta cooperación en el campo tecnológico, que por otro lado tenía ya prevista el grupo europeo antes de su sonada crisis.

Ciertos analistas occidentales sitúan el origen de la política industrial de Putin en sus trabajos académicos en el Instituto de Minas de San Petersburgo, en los que propugnaba un papel activo del Estado en la regulación y ordenación de los recursos naturales como primera riqueza del país, a través de bancos públicos y una estrecha colaboración con la empresa privada. Sin embargo, la creación de campeones nacionales no es patrimonio exclusivo ruso y su empleo fue bien frecuente en los procesos de desarrollo económico de Asia Oriental.

Aún hoy día el consorcio público Temasek sigue siendo uno de los motores de Singapur, al tiempo que el Gobierno chino alienta activamente la fusión entre empresas privadas en los sectores del acero, automoción y electrónica. Asimismo, algunas operaciones corporativas rusas, como la reciente fusión entre Rusal y Sual, tienen una clara lógica empresarial y difícilmente pueden interpretarse como maniobras del Kremlin. En cambio, la caótica e ineficiente gestión de la producción en EADS sí obedece claramente a su pesado lastre político.

Rusia, como Turquía, está llamada a convertirse en un futuro próximo en el nuevo horizonte de la economía europea. Ambos países aportarán 200 millones de consumidores, recursos naturales y centros productivos de bajo coste, factores esenciales para que Europa pueda hacer frente a una Asia en vertiginoso ascenso como foco mundial de consumo y producción.

Alemania está llamada a jugar un papel clave en la inserción de ambos países y la germanofilia de Putin contribuye sin duda al buen entendimiento. Sin embargo, la política actúa de nuevo contra la lógica económica y obligará al ejecutivo alemán a convertirse, muy a su pesar, en accionista de EADS si DaimlerChrysler vende finalmente su participación, para frenar así el acoso ruso y defender ante sus electores la germanidad de la empresa con los consabidos empleos.

Los políticos europeos olvidan que su campeón aeroespacial ha caído en desgracia no tanto por la amenaza exterior, rusa o estadounidense, sino más bien por su deficiente gestión, muy influida precisamente por condicionantes extraeconómicas. La crisis, en cualquier caso, abre una nueva e interesante vía de colaboración con nuestro vecino eslavo, embarcado como nosotros en una política industrial tan activa como polémica.

Jacinto Soler Matutes / Daniya Scheulova. Soler Matutes es socio de Bufete Soler-Padró y de Eurasia Way Consulting; Scheulova es directora del departamento de Rusia & CEI de Bufete Soler-Padró

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