El ciclo mantiene el pulso constante
España acumula ya 52 trimestres, 13 años nada menos, de crecimiento ininterrumpido, en el que se perfila como el ciclo alcista de actividad más longevo de la democracia, y sólo superado por el desarrollismo de los sesenta y setenta del siglo XX. La liquidación de la crisis de los primeros noventa, que se llevó por delante también un ciclo muy intenso como el de los últimos ochenta, abrió un escenario expansivo tan prolongado porque incorporó cambios en políticas que hasta entonces estrangulaban el crecimiento cuando se acumulaban desequilibrios.
El ciclo actual también erosiona variables, como ocurre siempre que se crece en exceso, y deberían corregirse pronto para evitar una quiebra precipitada y dolorosa. Mientras tanto, en los últimos 12 años de avance del producto, España ha recortado cada año el retraso en renta y bienestar que mantenía con los países centrales de Europa; ha logrado niveles de asalarización y empleo comparables con las economías industriales y de servicios más vigorosas; y ha aflorado proyectos empresariales líderes en el mundo en varios sectores, como telefonía, banca, concesiones o energía, por no citar la formación empresarial superior.
El encuentro de políticas económicas eficientes, capital bien gestionado, notables estándares formativos y un giro estratégico de las demandas socio-sindicales han puesto en valor la capacidad antes sumergida de una de las economías más fuertes del planeta. Tiene su cuota de responsabilidad la incorporación plena a los mercados europeos, así como los flujos financieros procedentes de Bruselas, que España ha rentabilizado como ningún otro país de los 25 hasta ahora.
Pero la liberalización escalonada de mercados de factores (laboral sobre todo) y de bienes y servicios; el rigor fiscal; y la confianza transmitida a inversores, consumidores y empresarios desde los noventa han puesto las bases para el resto. Lógicamente la integración en el euro produce un shock monetario descomunal, al poner en manos de una población acostumbrada a la inestabilidad económica, financiación barata con garantías de largo plazo. Ese ha sido el incentivo determinante a la insaciable demanda de inversión y consumo, que ha desencadenado otros fenómenos, el tirón demográfico por encima de los demás, que a su vez se ha convertido en agente activo del crecimiento.
Hoy no hay analista de considere que el ciclo económico está agotado, y menos cuando el crecimiento se acelera por trimestres. Así las cosas, cuando la UE toma el relevo de la demanda, el horizonte para España se coloca cada vez más lejos. No obstante, hay riesgos en el modelo que pueden echarlo a perder. Es intensivo en mano de obra, muy concentrado en actividades de recorrido productivo limitado, como la construcción o los servicios de ocio tradicional, y erosiona en exceso la productividad. Tiene bases vulnerables.
Para evitar un corte radical cuando haya desaceleración en la construcción residencial, debe reforzarse la parte del aparato productivo más dependiente de la inversión tecnológica y de la cualificación personal de alto nivel. Y en ese empeño no basta con pedir responsabilidad al Gobierno, que tiene más que nadie. Empresarios, trabajadores y comunidad educativa tienen que caminar en armonía al encuentro del objetivo.