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Tribuna
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La inflación de la Bolsa española

Desde el verano se ha producido en la Bolsa española un movimiento alcista de gran envergadura, que ha creado la expectación de los analistas e inversores sin que hasta la fecha haya aparecido alguna explicación clara del fenómeno, más allá del hecho de conocer quiénes son los grandes compradores de nuestro mercado. Y es precisamente esto último lo que puede sembrar dudas sobre lo que viene sucediendo: los compradores son empresas nacionales del sector de la construcción que, gracias a una generosa financiación de la banca española, se están endeudando significativamente para comprar acciones del sector energético. Al rebufo de ello, el resto de la Bolsa sube y la aversión al riesgo se diluye, como ha sucedido en tantas otras ocasiones. En un ambiente así es difícil sugerir frialdad y análisis, pero no estaría de más sumergirse debajo de la espuma de la celebración para intentar averiguar qué hay en este mar bursátil hispánico.

La presentación de la opa sobre Endesa por parte de Gas Natural en septiembre de 2005 removió a la Bolsa, sobre todo a la empresa opada, produciéndose subidas en el sector de la electricidad al que se suponía en el punto de mira de presuntos compradores internacionales. Así transcurrieron varios meses sin que el resto de la Bolsa se contaminara de esos movimientos circunstanciales. La Bolsa continuó moviéndose en los parámetros de las restantes Bolsas de la UE, que tenían ganancias moderadas tras haber digerido la crisis del año 2000. Pero la presentación de la segunda opa sobre Endesa por parte del gigante alemán Eon insufló los ánimos de quienes veían en el sector español de la energía un nuevo Eldorado por descubrir y empezaron el juego y las apuestas.

En poco tiempo, unos meses, el crecimiento anual de nuestra Bolsa se ha disparado hasta situarse al día de hoy 10 puntos por encima de la mejor de las Bolsas europeas, la de Fráncfort, y más de 15 sobre la media de las restantes. El 27,81% de crecimiento del Ibex en lo que va de año nos sitúa en un modelo parecido al de las Bolsas de los países emergentes, aunque España no se encuentre entre ellos. Y eso debería dar que pensar, porque la turbamulta de compras y las financiaciones que las soportan no se ven acompañadas de los planes industriales de desarrollo empresarial que pudieran justificar, al menos en parte, los precios que se están pagando por las acciones.

El sector energético español tiene sus tarifas reguladas y, aunque se revisaran al alza, cosa no fácil por su repercusión en el resto de la economía, no estaría en condiciones de lanzarse a políticas generosas de dividendos a medio plazo. Antes tendrá que afrontar inversiones para poner al día sus capacidades y evitar los estrangulamientos en el servicio que se vienen padeciendo con cierta frecuencia y que delatan la endeblez de las estructuras de producción y distribución de la mayoría de las empresas energéticas de España. Hay grandes campañas de publicidad e imagen, que estimulan el consumo, que no se corresponden con la capacidad de las empresas que lo alientan. Y es que desde que se abandonó el programa nuclear hemos seguido tirando con lo que había o poco más.

La pregunta inmediata es qué arcano se esconde tras las subidas espectaculares de estos meses. No resulta fácil la respuesta, pero puede que nos encontremos ante una operación doméstica, y subrayo esto último, de capitalismo financiero con elevados componentes especulativos. Las compras masivas y el endeudamiento que las acompaña, sin proyectos explícitos de ordenación industrial y de negocio, hacen pensar en la creación de una burbuja -no sería la primera vez- que en un plazo no lejano pueda acarrear disgustos y sinsabores a muchos inversores, y no precisamente a los que la están alimentando. Salvo prueba en contrario, nada indica que no estemos en una reedición de lo que ocurrió hace pocos años con otras burbujas bursátiles, la de las nuevas tecnologías es la más cercana, aunque en este caso nos estemos refiriendo a empresas que tienen importantes activos y que forman parte del núcleo productivo central de la economía nacional.

No obstante, como la esperanza es lo último que se pierde, habría que confiar en la actuación preventiva de los organismos reguladores, que están dotados de capacidad y medios suficientes, además de contar con un rico caudal de experiencias anteriores, para evitar las consecuencias negativas que se derivarían de una actuación poco diligente en materias tan sensibles para el crédito y el buen funcionamiento de los mercados españoles de valores.

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