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Columna
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La economía sigue con fuerza, pero...

La economía española conoce un miniboom en el seno de la UE. Pero, según el autor, su productividad está estancada frente a la europea, que se ha doblado en los últimos cinco años. El principal problema es, en su opinión, la falta de competitividad a causa de la alta inflación

En el miniboom que lleva la economía destaca el fuerte contraste entre el considerable aumento de riqueza generado y la languidez de la productividad que viene arrastrando. Hay sin embargo cierta resistencia a ponerlo de manifiesto. Cada nuevo dato de fuerte crecimiento se compara con el hasta ahora práctico estancamiento europeo, pero nunca se dice que a pesar de su débil crecimiento -menos de la mitad del español- el avance de la productividad en los últimos cinco años ha sido el doble. La única explicación plausible de éste olvido es que saca a la luz la deficiencia de funcionamiento del sistema económico español frente al europeo.

El práctico estancamiento de la productividad es un punto débil de la economía española, pero no hasta el extremo a que se llega en el reciente informe sobre la economía de Caixa Catalunya, según los datos recogidos en el diario El País. El informe estima la aportación del trabajo de los inmigrantes a la economía española, que se resume cuando dice que 'sin ella el PIB español hubiese caído a un ritmo superior al 1% anual en la década 1995-2005' y 'que el PIB per cápita podía haber retrocedido en la última década a razón del 0,6% anual'.

Es cierto que el trabajo de los inmigrantes ha llegado a ser muy importante para la economía, pero los resultados del análisis pertinente de los datos relevantes distan mucho de las conclusiones del informe. En el aumento del empleo en los 10 últimos años, según la EPA, la contribución de los inmigrantes fue de algo más del 32%. Suponiendo que tienen la misma productividad que los nacionales (aunque debe ser bastante menor por los sectores de baja productividad en que mayoritariamente trabajan y los empleos de baja cualificación que ocupan) el ritmo del crecimiento del PIB en ese periodo prescindiendo de su aportación se reduciría al 2,4% anual, lejos de la caída del 1% mencionada. Como la población creció ese periodo al 0,5% anual el PIB per cápita todavía registraría un aumento del 2% anual como mínimo, en vez de la caída del 0,6% estimada en el informe.

Otra cuestión no menos importante que conviene investigar es la atonía de la productividad, tema inicial de estas líneas, pues como bien se dice en el Programa Nacional de Reformas 'la productividad es clave para alcanzar la convergencia real'. Sorprende la baja productividad del sistema cuando la relación capital-trabajo ha debido aumentar significativamente los últimos 10 años como consecuencia de un incremento de la inversión en bienes de equipo en volumen que casi duplica el del empleo en el mismo periodo. Es posible que el escaso efecto de esta inversión sobre la productividad refleje lo inadecuado de los componentes en que se materializa y/o su distribución sectorial.

Además de la inversión hay naturalmente otros factores en los que, según el Programa, radicaría la debilidad de la productividad y que irían de las infraestructuras a la inversión en I+D pasando por la competencia de los mercados de bienes, servicios y del trabajo. Cabe pensar que no sea más que una simple expresión retórica y no la manifestación de una voluntad firme de corregir esta debilidad, pues la aplicación de las políticas pertinentes con un mínimo de eficiencia exigiría conocer la contribución de cada uno de los factores mencionados al objetivo perseguido, algo que el Programa no se plantea.

Que un avance significativo de la productividad es necesario para un progreso continuado de la prosperidad es incontestable, pero no es suficiente. De poco serviría por sí sola la productividad para impulsar la economía en circunstancias normales (y las que viene atravesando la economía española no lo son) si no estuviese acompañada de la competitividad.

Por eso, resulta realmente chocante que el Programa no trate específicamente de la inflación cuando hay poderosas razones para incluirlo como uno de sus ejes de actuación. Primero por ser la causante del persistente e importante deterioro de la competitividad-costo y porque el creciente diferencial de precios con los socios europeos está señalando claramente la existencia de rigideces en algunos mercados que es preciso corregir.

El desinterés ante la inflación que esto manifiesta se explica probablemente porque a diferencia con el pasado el deterioro de la competitividad ya no obliga gracias al euro a un doloroso ajuste en el corto plazo, aunque siga siendo inevitable (y más costoso) en el largo. Además la inflación actúa de lubricante engañoso de la economía y favorece de forma perversa su expansión, pues distorsiona y corroe el funcionamiento de sus mercados.

Un ejemplo de estos beneficios perversos de la inflación es su contribución sin duda significativa a la mejora del saldo presupuestario en estos últimos años como consecuencia del aumento de los ingresos fiscales asociado al de los precios. Esta mejora puede inducir políticas presupuestarias erróneas, pues es tan espuria como la generada por el crecimiento económico superior al potencial del mismo periodo. Pero estas son cuestiones que merecen ser tratadas con más detalle en otra ocasión.

Anselmo Calleja. Economista y estadístico

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