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Columna
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Blindajes y espejismos

Estos últimos días, los que tengan el interés en las relaciones interempresariales y sus supuestas alianzas estratégicas han asistido al último acto de una de las más notorias en los últimos años en el mundo empresarial español, la que se firmó inspirada en grandes objetivos estratégicos entre Telefónica y el BBVA con intercambio de participaciones y de consejeros entre una y otra entidad. Aquella operación se inscribió en una ola de operaciones de creación de diversos núcleos duros en algunas de las empresas de mayor relevancia de la economía española bien conocidas internacionalmente por su creciente proceso de globalización, con origen en algunos casos en antiguas empresas públicas financieras y no financieras y con la intención final de crear una red de garantías mutuas que les sirviera a modo de blindaje contra eventuales operaciones de compra no deseadas.

A su vez, esta oleada de actuaciones tenía un precedente en la creación inicial de núcleos duros en los procesos de privatización de grandes empresas públicas en los años noventa, todavía con Gobiernos socialistas en el poder. En aquellos momentos las operaciones de núcleos duros se presentaban además como una garantía de estabilidad en la gestión y la cotización de unas acciones que tenían que experimentar, por primera vez, la valoración constante del mercado después de haber sido monopolios públicos al margen de la evaluación normal de las otras empresas cotizadas.

Tampoco sobreviven hoy muchas de las alianzas entre inversores que permitieron crear aquellos núcleos duros. La razón es simple: o la operación tiene sentido porque es una diversificación razonable y desde el punto de vista gerencial asumible por parte del comprador de un paquete significativo de acciones o, si no, no podrá resistir en el largo plazo al cuestionamiento crítico de los analistas financieros sobre el objetivo último de la misma. Por lo demás, el tiempo tiende a demostrar más pronto que tarde que los negocios en los que una empresa no tiene experiencia acaban resultando una pesada carga en el activo del balance la mayor parte de las veces: no todo el mundo sabe hacer todas las cosas por muy competente que sea. El problema de los conglomerados ha sido siempre el mismo.

No hay nada inquietante en lo que está pasando con las empresas energéticas, siempre que no salten las alarmas de la valoración excesiva de las compañías

Hoy, de aquellos núcleos y alianzas estratégicas tan sólo quedan residuos que, a juzgar por la facilidad con la que se difunden por los mercados bursátiles los rumores sobre opas hostiles y otras operaciones de fusiones y adquisiciones y la credibilidad que a los mismos otorgan los inversores, tienen una utilidad prácticamente cero para cubrir el objetivo estratégico de blindaje para el que fueron diseñados. La situación en algún sentido es paradójica. Puede decirse, por un lado, que si hasta ahora no ha habido muchas adquisiciones no deseadas por parte fundamentalmente de empresas extranjeras se debería a la existencia de estos acuerdos estratégicos. Sin embargo, la credibilidad que reciben los rumores de las mismas desmiente la capacidad de defensa de dichos acuerdos. A pesar de lo cual quienes entran en nuevas operaciones de esta naturaleza aducen los mismos argumentos cuando lo hacen o simplemente los dan a entender según cual sea su conveniencia en ese momento.

Todo lo cual viene a cuento de los episodios que estamos viviendo estos días con las empresas energéticas. En mi opinión, no hay nada inquietante en lo que está pasando siempre que no salten las alarmas de la valoración excesiva de las compañías involucradas y ello arroje dudas sobre la rentabilidad de la inversión para los compradores. Aunque, después de todo, eso es un asunto privado que no concierne sino a los involucrados.

Yo creo que se debe acoger con satisfacción la diversificación en el sector de las constructoras que estas adquisiciones implican y la apuesta de sus dirigentes por negocios mucho más recurrentes como son las eléctricas, cosa que no se puede decir de los relacionados con los hidrocarburos, que tienen asociado un nivel de riesgo mucho mayor y unos componentes macroeconómicos y estratégicos de mucha mayor relevancia que aquéllas. No obstante, unas y otras inversiones están sujetas al argumento crítico contra los conglomerados.

Finalmente, es muy satisfactorio observar al capitalismo español apostando por las empresas de nuestro país no como un signo de patriotismo económico, sino como una manifestación de confianza en el futuro de los negocios en España y en el buen desempeño estratégico hasta ahora de las empresas en las que están adquiriendo participaciones de referencia.

Lo que constituye un espejismo es querer que estas tomas de posición representen la garantía de un blindaje frente a adquisiciones no deseadas de las compañías concernidas. Un cambio en las circunstancias de las empresas compradoras o en las que se adquieren participaciones significativas; cambios en la orientación de los mercados relevantes o en determinados precios relativos pueden aconsejar deshacer operaciones o revisar pactos estratégicos con la misma facilidad con que aquéllas hicieron o éstos se alcanzaron.

Pero un espejismo todavía mayor es creer que, en un mundo globalizado, primero uno se puede proteger de la adquisición por extranjeros de empresas españolas, particularmente cuando ya la propiedad de las mismas ha dejado desde hace mucho tiempo de estar en manos exclusivamente españolas y, segundo, que haya que hacerlo en todos los casos.

Países de tamaño intermedio como España están mucho más interesados en que las reglas del juego de las inversiones extranjeras se apliquen libremente y sin cortapisas en todos los mercados mientras exista libertad de movimiento de capitales que en crear barreras artificiales en la búsqueda de campeones nacionales con signo español. Por ello es de desear que en esta materia los principales puntos de vista tenidos en cuenta por las autoridades sean los intereses de los usuarios y consumidores y los de los accionistas y no otros. La Suecia de hoy sigue estando en los niveles más elevados de riqueza y bienestar de Europa y del mundo y ni Volvo ni Saab ni Ericsson ni Electrolux, por señalar grandes marcas bien conocidas, son hoy campeones nacionales.

Carlos Solchaga. Ex ministro de Economía

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