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Columna
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Vuelta al cole pesimista

Carlos Sebastián

En la última cena de las vacaciones, una amiga médico me decía que ella percibía que la gente a su alrededor vivía mayoritariamente bien y corroboraba esta visión optimista sobre la situación económica cuando viajaba: si lo hacía por España observaba lo mucho que había mejorado en los últimos 20 años y cuando lo hacía por Europa escuchaba la buena opinión que la gente tenía sobre la situación económica española. ¿Por qué yo, aceptando esos testimonios como realistas, no puedo compartir el optimismo de mi amiga?

Es cierto que el nivel de gasto de los españoles ha crecido de forma sustancial en los últimos 10 años, que la dotación de capital público ha mejorado significativamente en los últimos 20 años y que España está creciendo claramente por encima de la media de la UE. Pero todo es muy frágil.

Al crecimiento de la renta, a una tasa elevada y superior que la media europea, está contribuyendo decisivamente el fenómeno de la inmigración y la fuerte creación de empleo que está impulsando. También el disfrutar (o padecer) tipos de interés prácticamente negativos y las aportaciones de fondos estructurales de Europa. Estos últimos y la descentralización administrativa han contribuido a mejorar las dotaciones en nuestras ciudades y pueblos. Las familias españolas, que han visto elevarse sus rentas por los factores indicados, han aumentado aún más su consumo y su adquisición de activos acudiendo al endeudamiento. La continua revalorización de sus inmuebles y la fuerte creación de empleo les hacen sentirse cómodos con esos niveles de deuda. Y esa voracidad gastadora mantiene el crecimiento de la renta y del empleo.

El curso empieza con buenas cifras macroeconómicas y con unas perspectivas sombrías a medio-largo plazo

En el momento en que las familias perciban que su nivel de endeudamiento es insostenible, el cambio de la coyuntura puede ser muy brusco. Y esto sucederá cuando el empleo deje de crecer y/o cuando se produzca una corrección en el precio de las viviendas. Hay varios factores que pueden producir alguno de los dos hechos: el continuo encarecimiento de la energía que resta renta disponible; la elevación de los tipos de interés, como respuesta a las tensiones inflacionistas que hasta ahora la debilidad del dólar esta contribuyendo a moderar; el fin del ciclo constructor; una crisis internacional.

Pero mientras, seguimos tan contentos. Gastando como ricos y en la cola de casi todos los ranking sobre factores que tienen que ver con el crecimiento a largo plazo. Trabajamos más horas que la mayoría de los países europeos, pero nuestra productividad apenas crece y cada vez se aleja más de los mejores. El marco institucional (formal) en el que operan nuestros empresarios (la Administración Pública y la Justicia) es pésimo. Ellos lo perciben como tal y en las comparaciones internacionales estamos en una muy mala posición relativa. Pero nadie parece plantearse seriamente abordar su reforma.

La seguridad jurídica es deficiente. Y no sólo por el mal funcionamiento de la Justicia, también por un bajo cumplimiento de normas y contratos. Las prácticas de favoritismo en las decisiones de las Administraciones siguen bastante generalizadas, sin que haya una decidida intención de poner fin a este estado de cosas. Sólo últimamente parecen producirse algunas denuncias (un bravo a la Ministra de Medio Ambiente por sus recientes declaraciones) y algunas acciones judiciales relevantes. No es de extrañar que en este país, los grandes triunfadores sean fundamentalmente constructores (con algunas honrosas excepciones): líderes de compañías grandes que han crecido al amparo de la obra pública o propietarios de compañías pequeñas que han crecido al amparo de sus conexiones con el poder local.

El sistema científico-técnico español ha mejorado, pero sigue lejos de los más avanzados. Lo que, sin ser el factor más decisivo para explicar el atraso en productividad, supone un lastre relevante para el crecimiento a largo plazo.

Empezamos, por tanto, el curso igual que los anteriores. Con buenas cifras macroeconómicas y con unas perspectivas sombrías a medio-largo plazo. Mientras que el presente sea boyante, ¿a quién le preocupa el futuro que, en cualquier caso, es incierto? Pero incluso los buenos datos macroeconómicos tienen claroscuros: los desequilibrios son cada vez más intensos. Crecen el diferencial de inflación, el desequilibrio exterior y el endeudamiento familiar. Además, hay que insistir, sigue sin haber señales de que los factores a largo plazo se vayan enderezando. Al menos, este pesimista recién regresado de vacaciones no las percibe.

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