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Tribuna
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Para sobrevivir, gestionar el conocimiento

España continúa ampliando su brecha exterior. Los recientes datos del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio son contundentes: un crecimiento del 26% de déficit exterior, respecto a las mismas fechas de 2005. Las cifras muestran la frágil competitividad española en el mercado global. Se van acumulando planes para impulsar sectores, dinamizar ámbitos empresariales e incentivar todas aquellas iniciativas que pueden fortalecer el tejido empresarial.

Si bien es cierto que las exportaciones han aumentado, la tasa de cobertura sigue disminuyendo. Este marco deficitario obligaría a la empresa española a seguir trabajando para incrementar sus niveles competitivos e ir más allá de los planes macro que puedan diseñar una u otra Administración. Estos esfuerzos deben necesariamente orientarse hacia mejoras dentro de las propias empresas.

A menudo, en España, la empresa ha sufrido de una visión a corto plazo y de una lenta incorporación de la innovación. Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) no son una excepción. Desde hace años, venimos escuchando el término gestión del conocimiento sin que se haya logrado implantar plenamente, a diferencia de otros países desarrollados. El término arranca del pensamiento del recientemente fallecido Peter F. Drucker, quien ya en los años sesenta anticipaba la importancia que los trabajadores del conocimiento tendrían en el futuro de la sociedad industrial.

Pero, en cierta medida, superado el efecto champán de la expresión gestión del conocimiento, quedaría en nuestro país la asignatura pendiente de cómo hacer de la gestión del conocimiento y del aprendizaje una auténtica ventaja competitiva; al menos en dos dimensiones claves para la competitividad de la economía española: la gestión del cambio derivada de la globalización y la gestión de la innovación.

Hablar de globalización a estas alturas sólo puede tener sentido en cuanto a cómo sacar ventaja de ella. En Occidente, incapaces de competir en costes en la producción de bienes y servicios con las economías asiáticas, es preciso identificar un nuevo rol para el trabajador cualificado; que suponga una mayor capacidad de generar valor que un trabajador, por ejemplo, chino o vietnamita, lo cual está íntimamente ligado al modo en que los trabajadores aprenden y desaprenden, esto es, a cómo comparten conocimiento para generar valor a su empresa.

La capacidad de gestionar el conocimiento también tendría que ver con la capacidad de innovar. Muchos son los factores que inciden en este potencial innovador, pero sin duda el disponer de trabajadores cualificados y en permanente interacción con su entorno (clientes, mercados, competidores) sería un factor clave del éxito en las políticas de I+D de una compañía.

Se da además la paradoja de que en España sectores clave de nuestro producto interior bruto, como la construcción, el turismo y algunos sectores productivos exportadores, son, por el contrario, bastante deficitarios en el desarrollo de políticas de gestión del aprendizaje y del conocimiento orientados hacia la innovación y la generación de valor.

En el siglo XXI las empresas españolas se enfrentan al formidable reto que viene de las economías emergentes. Ser capaces de superar este pulso histórico dependerá en buena medida de lo armadas que estén las compañías en términos de talento y capital intelectual.

El abordar políticas avanzadas de gestión del aprendizaje y del conocimiento es ahora, como el visionario Drucker anticipaba hace décadas, cuestión ya no de mejora, sino de supervivencia global a medio plazo para nuestro tejido empresarial.

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