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Columna
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España, Europa y la tecnología

La Unión Europea se encuentra aún lejos del objetivo de desarrollo tecnológico marcado en la Estrategia de Lisboa, una situación que empeora en el caso de España, según el autor. La excepción es, en su opinión, la Agencia Tributaria, pionera desde hace 20 años en el empleo eficaz de las nuevas tecnologías

Cuando en el año 2000 la Unión Europea definió la Estrategia de Lisboa, planteó la necesidad de aumentar significativamente su apuesta tecnológica como uno de los instrumentos que le permitirían situarse a la cabeza de la economía mundial. El objetivo fijado consiste en conseguir que en 2010 el gasto en I+D+i del conjunto de los países alcance el 3% del PIB.

Según datos provisionales, a finales de 2004 el porcentaje alcanzado es el 1,9%. Es evidente que se está considerablemente lejos del objetivo que se marcó, pero lo que resulta más preocupante es el escaso grado de avance logrado, toda vez que el porcentaje correspondiente al año 2000 era el 1,88%. España está todavía más lejos del citado 3%, pues a la conclusión de 2004 su porcentaje de gasto en I+D+i es un modesto 1,07%, lo que nos sitúa en el estricto puesto intermedio -13 sobre 25- de los países de la Unión, y considerablemente alejados de los más dinámicos (Suecia y Finlandia están por encima del 3%, mientras que Dinamarca, Alemania, Austria o Francia superan ampliamente el 2%).

Es cierto que en términos de incremento la economía española se ha comportado comparativamente mejor que la mayoría de países, dado que en los últimos cinco años su porcentaje de gasto en I+D+i ha crecido a un ritmo anual superior al 4% -sólo superado por cinco países-, pero lo cierto es que el punto de partida era tan bajo -0,89% en 1998-, que el crecimiento resulta claramente insuficiente. Sin duda, es necesario adoptar una terapia de choque que logre impulsar de manera mucho más intensa nuestro gasto en investigación. Para ello, a la acción directa del sector público, que debe aumentar el importe de sus partidas de gasto en I+D+i, hay que añadirle una política decidida de apoyo al gasto privado -mediante incentivos fiscales y subvenciones-. Ambos esfuerzos resultan imprescindibles si queremos subirnos al tren tecnológico de primera velocidad y participar como un socio relevante en el futuro espacio de la tecnología.

Es necesario adoptar una terapia de choque que logre impulsar de manera mucho más intensa el gasto en investigación

En el campo concreto de las tecnologías de la información -área fundamental dentro del espacio tecnológico-, la situación que presenta España no es mejor. Por ejemplo, a finales de 2004 el porcentaje de empresas españolas con más de 10 empleados que cuentan con conexión a internet es el 87%, dato inferior a la media de la UE -89%-, y muy por debajo del 97% correspondiente a Dinamarca y Finlandia, del 96% de Bélgica, o del 94% de Austria y Alemania. En otro orden de cosas, y también referido a datos de 2004, en España hay 18 ordenadores por cada 100 habitantes, cuando en Dinamarca hay 59, en Noruega y Suecia 58, en Suiza 51 o en Países Bajos 48. En todo caso, la situación de los países europeos no soporta la comparación con la situación de EE UU, país en el que existen 80 ordenadores por cada 100 habitantes.

Como confirmación de la desventaja comparativa que sufre Europa respecto a su aliado norteamericano, basta comprobar que el gasto europeo en tecnologías de la información y comunicación es el 2,9% del PIB frente al 5,5% de EE UU o al 3,5% de Japón. En este apartado la situación que presenta España es especialmente preocupante, pues gastamos tan sólo un modesto 1,5% de nuestro PIB en las citadas tecnologías. Aún más, en el entorno de la UE ocupamos un decepcionante penúltimo lugar, teniendo por detrás exclusivamente a Grecia.

Sin duda, las últimas cifras expuestas indican con claridad que el tránsito hacia la sociedad de la información constituye una auténtica asignatura pendiente de la economía española. No obstante, en este desierto existe algún oasis que merece ser destacado, y en este sentido el ejemplo a seguir es el de la Agencia Tributaria, institución pionera en la utilización eficaz y eficiente de las potencialidades que ofrece la nueva frontera tecnológica para la modernización de los servicios públicos. La apuesta tecnológica de la Agencia es probablemente el mejor paradigma de cómo una política pública decidida en intensidad y sostenida en el tiempo -al margen de los cambios políticos originados por los ciclos electorales- resulta rentable para la sociedad.

Es evidente que la estrategia iniciada hace ahora 20 años y continuada desde entonces por todos los Gobiernos, ha permitido que la gestión del sistema tributario español, basado en las nuevas tecnologías, haya alcanzado un nivel importante de calidad -excelencia en terminología anglosajona-, que además es reconocido y ponderado en los diferentes ámbitos internacionales. Por estas razones, la experiencia de la Agencia Tributaria debería ser el modelo a seguir en la transformación de las Administraciones públicas, lo que adicionalmente constituiría un factor catalizador en la modernización tecnológica de nuestro sector privado.

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