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Tribuna
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Reconsideración sobre la opa eléctrica

Ante la confusión de confusiones jurídico-económicas en la que ha desembocado la inicial opa presentada sobre Endesa por Gas Natural, tal vez haya que volver a los fundamentos de política empresarial y de estrategia energética que la motivaban para retomar la racionalidad económica y la óptica del mercado.

Y es que actores y espectadores del proceso parecen más interesados en reproducir los diálogos curiosos entre un filósofo agudo, un mercader discreto y un accionista erudito que ya planteaba José de la Vega en la Ámsterdam del siglo XVII, que en discutir las expectativas de futuro de la operación planteada.

Un intento en el que nada puede resultar más práctico que una buena teoría. Y que puede comenzar con la teoría del control de empresas planteada por Bradley en 1980, para evaluar por qué el valor de mercado de Endesa se ha incrementado en más de un 44% desde aquella ya lejana fecha del 5 de septiembre de 2005 en la que se hizo pública la opa.

Gas Natural y Endesa tienen más posibilidades de generar sinergias y crear economías de escala mediante una fusión

Parece obvio que las opas son un mecanismo disciplinario del mercado que parte de la constatación de que una empresa vale más de lo que cuesta. Y de que si ese exceso de valor sobre el precio existe, alguien debe ser capaz de restituirlo a los accionistas, ante la evidencia de que sus directivos actuales no han querido o no han podido aflorarlo en las cotizaciones. ¿Cuánto más que las cotizaciones de partida? Tanto cuanto sea necesario para garantizar el control de la empresa, nos diría Bradley. Y aquí es donde aparece la paradoja de esta opa, ya que en lugar de ser los potenciales adquirentes los que demuestren querer tomar el control de la empresa infravalorada, son los directivos que habían motivado su infravaloración los que están dispuestos a hacer cualquier cosa para que el precio de las acciones suba, si bien y sistemáticamente con ingresos no recurrentes, para mantener el control de la empresa.

La buena noticia ha sido, para los accionistas de Endesa, que los mecanismos disciplinarios han funcionado gracias precisamente a la iniciativa de Gas Natural. Y además se ha introducido un grado más de competencia en un sector cuya liberalización siempre ha estado constreñida por un statu quo de derecho o de hecho en el que las estrategias de futuro y la misma calidad del servicio prestado se supeditaban a los pactos entre caballeros o a la rentabilidad suficiente para un sector de bajo riesgo por sus precios administrados.

La mala noticia, como es obvio, es que han sido y son los directivos responsables de la infravaloración los que insisten en demostrar que Endesa vale todavía más que lo que reflejan las ofertas competidoras, para convencer a los accionistas de que son ellos quienes deben seguir liderándola o, como mal menor, quienes siempre desde el puente de mando den el visto bueno a la oferta más beneficiosa.

El problema para hacer sostenible ese aparente crecimiento continuo del valor de Endesa, y que recuerda también al siemprealcista José de la Vega, radica en que el descuento de expectativas de futuro que justificarían un mayor valor de sus acciones, que no estuviese sólo motivado por la estrategia de mantener el control de sus actuales directivos, pasa por una diversificación de recursos energéticos y de productos y servicios como la que ofrece la integración con Gas Natural. Con el valor añadido de hacer en nuestro país lo que nuestros socios de la UE ya han realizado hace años: la creación de una empresa nacional de entidad suficiente como para afrontar la competencia energética.

Es una operación que concierne a las empresas implicadas, sin duda, pero sin olvidar que se plantea en un sector de especial singularidad y trascendencia, como el energético, en el que la generalidad de los países europeos mantienen presencia pública en las principales empresas, y en el que dista aún de existir una verdadera política energética común.

Es obvio que fusiones y adquisiciones son operaciones complejas, en las que intervienen multitud de factores, entre los que destacan las complementariedades estratégicas entre las empresas, las capacidades directivas y los efectos sobre la competencia. Y que su éxito no depende sólo de la empresa que se adquiere y de una valoración realista de la misma sino de lo que se haga con ella después, incrementando su Ebitda presente.

Un objetivo para el que empresas como Gas Natural y Endesa, que operan en ámbitos tecnológicos complementarios, tienen más posibilidades de generar sinergias y economías de alcance mediante una fusión, y para el que su también afinidad de mercado les permite ganar volumen y crear economías de escala en la producción y/o la distribución. Sin olvidar que un requisito indispensable de cualquier fusión son los adecuados tratamientos que se hagan de empleados y clientes, creando valor para todos los grupos de interés, no sólo para los accionistas.

En cualquier caso, los accionistas han de ser quienes tengan la última palabra para resolver la actual confusión de confusiones, y los poderes públicos la obligación de permitir la libre concurrencia de ofertas y de velar porque la decisión del mercado no menoscabe los intereses nacionales, los intereses de todos los stakeholders, especialmente de los empleados y usuarios, y la sostenibilidad medioambiental.

En teoría, la operación planteada por Gas Natural posee las sinergias necesarias para que sea interesante para los accionistas, los usuarios y la sociedad española en su conjunto. Es, ahora más que nunca, responsabilidad de todos el transformar sus potencialidades en realizaciones prácticas.

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