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Tribuna
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Una estrategia española para China

Cuantos más artículos se leen sobre China, más preocupa su avance, no tanto por las cifras, modelo político o patrón de crecimiento, todos con fisuras y asimetrías propias de un país emergente (las desigualdades sociales o el sector financiero, por citar las más llamativas), sino por la solidez de su avance a medio y largo plazo, así como por el aletargamiento mental con que lo contemplan el resto de las economías occidentales.

Si China gana la batalla, cumpliendo el triste augurio del manido informe de Goldman Sachs sobre las BRIC, y encabeza el crecimiento mundial en 2050, lo hará por el diseño y la implantación de una estrategia. Que ésta sea a medida y atípica, es secundario, no así su unicidad.

De hecho, lo verdaderamente llamativo será cómo gran parte de la eficacia de dicha estrategia será debida a la pereza, autocomplacencia o falta de visión de otros países, dado que si echamos un vistazo, por ejemplo, al continente europeo, veremos cómo los árboles no dejan ver el bosque, y cada país por separado se enfrenta a problemas propios de diletantes ociosos, y en conjunto, la preocupación suprema es la vigencia y alcance del Estado de bienestar, más allá de su dudosa financiación. La planificación estratégica europea, si es que existe, no ha sido comunicada o no es compartida, o tenida siquiera en consideración por sus ciudadanos, que parecen vivir en una eternas vacaciones mentales pagadas, de su cultura y rentas pasadas.

En agudo contraste, cuando hablamos de China, paradójicamente, las personas individualmente consideradas están perfectamente alineadas con las prioridades estratégicas de su país, considerando el crecimiento y la creación de empleo claves para su propia supervivencia. Visto así, la derrota parece que puede ser por goleada, y EE UU, consciente del ajedrez global, ha servido en bandeja en la ecuación de canje al continente latinoamericano, repleto de materias primas, todas valiosas para la avidez china, a cambio de compartir la locomotora mundial y contar con financiación para su déficit, haciendo valer su expertise financiero.

Si a España le interesa disponer de estrategia propia, y no seguir a merced de una Europa completamente desorientada, le conviene acercarse a China como introductor de embajadores de los países iberoamericanos, que por la razón aducida escalarán posiciones y beneficiarán a quién esté a su sombra.

Pero por encima de todo lo apuntado parece perfilarse una conclusión: la importancia de pensar a largo plazo para poder avanzar; la importancia de establecer metas, concienciar e implementar con madurez, sangre fría y coherencia una estrategia de crecimiento, aunque sólo sea para no ser un convidado de piedra en lo que en el futuro pueda acontecer y tener la conciencia tranquila de que, con mayor o menor acierto, con mejores o peores resultados, nuestra economía hizo algo por su futuro, y no fue un testigo mudo de su propia inoperancia.

Independientemente de lo que haga la economía española, parece que veremos cómo los escasos países europeos que conceden importancia a pensar (encabezados por los nórdicos), configurarán verdadera islas y tomarán posiciones en el mapa de crecimiento mundial al margen de sus vecinos del sur de Europa, estatuas de sal en el panorama del siglo XXI que ya se está cociendo.

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