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Tribuna
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Consecuencias de la medida de Evo

Aunque prevista, la nacionalización de los hidrocarburos de Bolivia, decretada el Primero de Mayo por el presidente, Evo Morales, se suma a las incógnitas que sobrevuelan toda el área. El autor analiza los últimos movimientos en la zona y sus perspectivas

La nacionalización de las empresas energéticas decretada por el presidente boliviano, Evo Morales, ha dramatizado la preocupación empresarial y política en ambos continentes, muy especialmente en España. Resulta paradójico que la delicada coyuntura (cuando no su sistémica naturaleza) por la que atraviesa Latinoamérica se produzca precisamente cuando se había detectado un ciclo más de desdén de Estados Unidos por el sur.

Fue resultado en parte por la prioridad prestada a los escenarios del Oriente Próximo y a la obsesión por la amenaza del terrorismo internacional anclado en los aledaños del Golfo Pérsico, alejados del aislamiento relativo de los países latinoamericanos, dejados a su suerte. Desde una perspectiva europea y española, parecía que el vacío dejado por Washington representaba una oportunidad, esta vez mediante el tridente formado por las inversiones (espectaculares tanto desde el punto de vista comparativo como en sus sumas desde principios de los noventa), el apoyo a la integración regional (decidido, de la mano de la UE), y la ayuda al desarrollo (que junto con la UE superó a EE UU y al resto del planeta).

La consolidación de la democracia formal en todo el continente, excepto Cuba, dejaba libre un terreno para la acción europea y española, ya con la guerra fría fuera del escenario. Pero las secuelas de la errónea aplicación del Consenso de Washington y los males endémicos de la región (desigualdad, criminalidad, narcotráfico, emigración, desprestigio de la política tradicional) provocaron que el mal genio saliera de nuevo de la botella: el populismo llenó de nuevo el espacio disponible.

Los intereses españoles habían decidido mantener la comunicación y el buen trato con las muestras de izquierda moderada en Brasil, Chile (por supuesto), Argentina, Perú, diversas anclas en Centroamérica y a la expectativa de México. Incluso se apostaba por tratar por separado con fenómenos tan dispares como la supervivencia del sistema cubano y la peculiaridad del venezolano Chávez. Pero el eje insólito formado por La Habana, Caracas y La Paz ha trastocado todos los esquemas y la declaración de la nacionalización de la industria del gas en Bolivia se ha traducido en declaraciones de prudencia y preocupación tanto en el Gobierno español como en los medios, traduciendo el nerviosismo de las empresas españolas que tan decididamente habían apostado por el país andino, al que saben incapaz de regentar la compleja estructura energética.

Naturalmente, la decisión de Evo Morales ha llegado a remolque de la política de acoso y derribo de la ya debilitada Comunidad Andina (CAN) por parte de Hugo Chávez, de la que ya anunció su abandono como desenlace de su fuga hacia el Mercosur, que puede ser el damnificado más importante. Aunque se preveía el ingreso pleno de Bolivia en el esquema de integración regional que en su día fue el hijo predilecto de la UE y España, los movimientos incómodos de Paraguay y Uruguay, que se sienten despreciados por las decisiones pactadas y repentinas de Brasil y Argentina, hacen que las perspectivas no sean nada halagüeñas.

Lo cierto es que la integración sudamericana puede quedar en las meras declaraciones fundacionales de la Unión Sudamericana (de inspiración brasileña) y de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA). Quedarían como restos, precisamente la causa de la ira de Chávez, los acuerdos de libre comercio de algunos socios andinos (Colombia y Perú) con EE UU, además de la oscilación de algunos centroamericanos, atraídos hacia Washington, desdeñando su propia integración. La Comunidad del Caribe (Caricom), por otra parte, se mecería a su suerte, en un perenne dilema hamletiano de insularidad y dependencia doble de EE UU y Europa. En el trasfondo restaría un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) de compuesta solamente por los fieles (la mayoría cercanos geográficamente a EE UU), que solamente contentaría a los que computan el número de adheridos sin atender a su importancia económica o estratégica, aparte de que así se desvirtúa el mensaje fundacional de constituir una zona de libre comercio desde Alaska a Tierra de Fuego.

En todo caso, desde la perspectiva europea y española, estos movimientos unilaterales latinoamericanos (nacionalizaciones) o superficialmente integradores (Unión Sudamericana, ALBA, ampliación de Mercosur y reducción de la CAN) no hacen más que debilitar el ímpetu de apoyo de Bruselas y Madrid, precisamente en las vísperas de la IV Cumbre UE-América Latina y el Caribe a celebrarse en Viena la próxima semana. Teniendo en cuenta que en la nueva estrategia la aportación de recursos locales es tan importante como los procedentes de Europa, las incógnitas superan los datos fehacientes.

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