Todo esfuerzo en innovación es poco
La globalización ha trastocado el papel que juega cada activo en la generación de valor económico en todo el mundo. El capital, que siempre había sido el componente más sólido y determinante del proceso productivo, fue desplazado por la tecnología en la era industrial. Pero en la posindustrial, en la que están entrando las grandes economías con una terciarización intensa, es el conocimiento el primer pilar del desarrollo, el aliado que siempre buscarán el capital y la tecnología.
España no ha poseído nunca en abundancia ni una cosa ni la otra ni la tercera. Siempre ha tenido una economía muy dependiente en materia tecnológica, débil en musculatura financiera y discreta en el uso del conocimiento. Pero el futuro del progreso y del bienestar de los países está en la acumulación de conocimiento y en la intensidad tecnológica de la actividad.
Un informe elaborado por Analistas Financieros Internacionales (AFI) con el patrocinio de Indra desvela que los niveles de innovación en España son francamente preocupantes, con la mayoría de las variables que los determinan en mantillas. Una comparación con el resto de Europa nos coloca en los últimos lugares si contabilizamos el gasto en I+D, educación, utilización del capital riesgo no especulativo, creación de incubadoras de proyectos empresariales, registro de patentes, maridaje económico empresa-Universidad, etcétera.
El futuro, por tanto, es incierto, salvo que se haga un esfuerzo descomunal sin demora. Para alcanzar los niveles europeos es preciso triplicar el gasto agregado, público y privado, en investigación, desarrollo e innovación. De mantenerlos con el ritmo actual, pese al incremento del 25% del último presupuesto público, habrá que esperar 21 años para lograr los estándares de la Unión Europea.
Es necesario un compromiso nacional por el conocimiento, en el que se invierta más en los jóvenes que en los mayores, más en el futuro que en el pasado. Un compromiso para extender la cultura de emprender, en la que se valore también el fracaso como una oportunidad de aprendizaje para impulsar otras oportunidades. Un compromiso estable para acoplar los instrumentos educativos en secundaria y en la Universidad a las necesidades del futuro, con un sesgo más pronunciado hacia las disciplinas técnicas. Un compromiso, en definitiva, que estimule el esfuerzo y elimine las trabas cada vez más extendidas en todas las Administraciones a la libre iniciativa económica.
En materia de innovación, formación y estímulo emprendedor todo el esfuerzo es poco. El Gobierno debe repensar también, tal y como insinúan los autores del informe citado, sus estrategias presupuestarias para desviar ingentes cantidades de dinero gastadas en estimular la adquisición de activos inmobiliarios y otros no más productivos, que únicamente contribuyen a un encarecimiento desmesurado de un bien de primera necesidad, hacia el fomento de la inversión en educación, en proyectos empresariales y en investigación.
La distancia que nos separa del óptimo es enorme. Pero las condiciones de España son las mejores en años para afrontar un reto así. El fuerte crecimiento y el abultado excedente fiscal deben facilitar el camino.