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Tribuna
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La incógnita de los biocombustibles

Durante los últimos meses varias empresas españolas han anunciado ambiciosos proyectos para poner en marcha plantas de fabricación de biocombustibles. La asociación de Acciona con el grupo Repsol YPF por un lado, y la iniciativa de Isolux, Santander y los antiguos ejecutivos de Comunitel por el otro, han sido dos de los casos más llamativos. Estos proyectos se unen a los de empresas como Abengoa, que ya cuenta con varias plantas de bioetanol en España y en Estados Unidos, pero, ¿a qué responde este interés?

La producción de biocombustibles no es novedosa, aunque su desarrollo ha estado en general limitado por que han resultado poco competitivos económicamente frente a los combustibles fósiles. La situación ha cambiado notablemente dado el contexto actual. Los elevados precios de los derivados del petróleo y el creciente apoyo público a los biocombustibles en sus diversas formas han disparando el interés de los inversores. En nuestra opinión, si bien este negocio tiene un alto potencial, existen numerosas incógnitas que motivan a recomendar cierta cautela a las compañías que se plantean incursionar en el sector.

El precio del petróleo y sus derivados es sin duda el factor con mayor impacto en la rentabilidad de los biocombustibles. La posible reducción de los precios actuales volvería a situar a los biocombustibles contra las cuerdas, y recordemos que en sólo los últimos cinco años los precios internacionales de gasolina y gasoil se han triplicado. Con unos costes marginales de producción más cercanos a los 20 dólares por barril que a los 30, la sostenibilidad de estos precios a largo plazo es cuestionable.

Otro factor muy importante es el apoyo público a los biocombustibles, respaldo que se fundamenta en sus ventajas ambientales y energéticas: reducción de emisiones, ser una fuente de energía renovable y reducir la dependencia energética; tomando distintas formas dependiendo del país. En España las ayudas a la producción se concretan en una exención del impuesto especial de hidrocarburos, que supone entre un 30% y un 40% de rebaja frente al precio de venta de la gasolina y del gasoil. Cualquier variación en estas ayudas podría tener un impacto muy importante en la rentabilidad, por lo que la voluntad política de mantenerlas al aumentar su coste con el nivel de producción, o en caso de considerarse otras alternativas energéticas, será crítica para los fabricantes.

Además del apoyo público y el precio de los carburantes, existen otros factores menos evidentes que pueden también alterar de manera importante la rentabilidad. El coste de las materias primas es un claro ejemplo. En el caso del biodiésel, dicho coste puede suponer en torno al 70% de los costes de fabricación, y se encuentra condicionado por la evolución de los precios internacionales de aceites vegetales, precios que pueden sufrir importantes oscilaciones en el futuro debido a la creciente demanda para usos energéticos. Asimismo, el movimiento anual internacional de aceites es de alrededor de 17 millones de toneladas y la Unión Europea requeriría unos 60 millones de toneladas adicionales para cubrir la demanda potencial si se alcanzan los objetivos fijados.

Otro aspecto importante a considerar es la sobrecapacidad: los proyectos anunciados hasta el momento cubrirían la totalidad de los objetivos fijados por la Directiva europea, lo que podría dar lugar, en caso de ejecutarse las inversiones, a un exceso de producto en el mercado y a la consiguiente reducción de precios. Cabe destacar que en el mercado de los combustibles bastan pequeños volúmenes de excedentes para provocar importantes variaciones de precios.

El negocio de los biocombustibles no es un negocio fácil. A pesar de su elevado potencial de crecimiento, sólo las compañías que se adelanten en la toma de posición, que se aseguren un suministro de materias primas a precios estables y sepan manejar el riesgo de precio de combustibles, serán las que puedan capturar su valor.

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