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Tribuna
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No sólo un problema francés

EL contrato juvenil en francia La introducción del contrato de primer empleo, que permite el despido libre de los menores de 26 años durante el primer periodo laboral, ha provocado una oleada de protestas que tuvo su último acto ayer con una nueva jornada violenta. Los autores analizan las causas y las posibles consecuencias de este movimiento

En el variadísimo mundo mediático que nos controla resulta extraña la unanimidad (aunque quizá cada vez menos). Pero lo cierto es que tanto el editorial de El País del 29 de marzo (Psicodrama francés) como el de The Economist del 30 (France faces the future), por citar sólo dos significativos no siempre alineados, diagnostican lo mismo: las masivas protestas estudiantiles contra el contrato de primer empleo (CPE) propuesto por el jefe del Gobierno francés, Dominique de Villepin, lo que ponen de manifiesto es la profunda crisis de un país opuesto a todo cambio. Un país incapaz de adaptarse a un mundo globalizado, que intenta preservar a ultranza un modelo social necesitado de profundas reformas (sic).

Si la violencia de hace unos meses en los suburbios ponía de manifiesto el descontento de los hijos de la inmigración excluidos del sistema, sin trabajo y sin esperanza de conseguirlo, el de los últimos días lo hace con los de la tradicional clase media: los que quieren ser funcionarios (tres de cada cuatro), o tener un contrato indefinido 'para poder llevar una vida tranquila y segura'.

Verdaderamente, qué horror de país. ¡Qué falta de ambición, por favor! Las cosas todavía empeoran cuando comprobamos que mientras un 71% de los americanos, un 66% de los británicos y un 65% de los alemanes consideran que el sistema de libre mercado es el mejor posible, sólo un 36% de los franceses piensa lo mismo. No hay duda: esta -antaño- gran nación tiene los días contados. No es de extrañar fenómenos tan desagradables como el ascenso de Le Pen o el rechazo a la Constitución europea por miedo al tenebroso fontanero polaco.

Francia sigue siendo grande en su capacidad de anticipar fenómenos que terminarán por explotarnos a todos en la cara

Pero quizá, si reflexionamos un poco y vemos las cosas con una perspectiva un poco más amplia, nos demos cuenta de que ese país sigue siendo grande en su capacidad de anticipar fenómenos que unas décadas, o simplemente unos años después, nos terminarán explotando a todos en la cara. El problema francés es fácilmente identificable, porque Francia está viviendo desde hace tiempo a escala interna un dilema que a nivel mundial empieza sólo ahora a plantearse. Los suburbios franceses arden porque los excluidos no tienen trabajo. No quieren seguir así y queman coches para demostrar su descontento. El Gobierno considera que hay que hacer algo para remediarlo y propone la receta obvia -y sin duda la más correcta- de flexibilizar el mercado de trabajo para incentivar la contratación. Pero ahora los que protestan son los otros, los que consideran que ellos sí tienen alguna oportunidad de conseguir ese trabajo 'para toda la vida'. Puede que se equivoquen y que si rechazan la reforma ellos tampoco la tengan, pero así lo piensan.

¿Hay algún ingenuo que considere que esto no va a ocurrir pronto a escala mundial? No hace mucho el prestigioso filósofo americano Richard Rorty se planteaba la siguiente pregunta: '¿Salvamos a las clases trabajadoras de las viejas democracias mediante el proteccionismo, o abandonamos el proteccionismo para ayudar al Tercer Mundo? ¿Tratamos de conservar el nivel de vida en las viejas democracias para prevenir un movimiento fascista y populista de derechas en Estados Unidos, o tratamos de redistribuir la riqueza de un lado a otro de las fronteras nacionales? Probablemente no se pueda hacer ambas cosas. Me gustaría saber cómo resolver el dilema, pero no lo sé'.

æpermil;l no lo sabe, pero hay otros que lo tienen muy claro. La Administración Bush, siempre preocupada por exportar los valores liberales y democráticos, subsidia a los algodoneros de Tejas con 3.000 millones de dólares anuales. Como consecuencia, Malí, un país democrático y pacífico, pero que tiene el inconveniente de que su principal fuente de riqueza es el algodón, es el cuarto más pobre de la Tierra. Simplemente porque no puede competir en los mercados internacionales. La amenaza de hambruna acecha constantemente a más de un millón de sus ciudadanos.

Los ejemplos pueden multiplicarse y nos ponen en evidencia a todos, a los que creen poco en el libre mercado y a los que creen mucho, de boquilla, por supuesto. La última cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) así lo ha puesto de manifiesto para nuestra vergüenza. ¡Vaya hombre, va a resultar ahora que la vocación de funcionario o sucedáneo está más extendida de lo que parece a primera vista!, porque ¿qué otra cosa es un algodonero tejano subvencionado que quiere seguir estándolo?

El problema, para nuestra desgracia, es que los pobres se están espabilando. Los asiáticos presionan fuerte y poco a poco van ganando terreno. Menos mal que los africanos todavía son tan miserables y tan fácilmente presionables que resulta sencillo controlarlos. A cambio sólo inundan nuestros mares con sus miles de cadáveres flotando a la deriva, en su ingenuo y temerario intento de meramente subsistir. El espectáculo es sin duda desagradable, pero mucho menos acuciante para el político de turno que ver coches ardiendo en su circunscripción electoral.

Puede que algún día, dentro de no mucho, estos espectáculos u otros parecidos nos fuercen definitivamente a la reforma, y entonces, sospecho, saldrá gente a la calle a protestar, y los partidos políticos xenófobos y radicales ganarán votos de forma significativa y entonces, quizá, consideremos que los franceses no eran tan conservadores, refractarios a las reformas y singulares como ahora pensamos.

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