El arte de crear empresas
Antonio Cancelo compara la labor de un empresario a la de un artista y asegura que la puesta en marcha de una compañía puede igualarse al trabajo de un pintor, un escultor o compositor
Siempre he contemplado con asombro, y muchas veces con sincera admiración, la capacidad de aquellas personas capaces de crear obras de arte, de conjuntar una serie de elementos dispersos al alcance de cualquiera para construir mediante una sabia mezcla, sólo a su alcance, algo que a la mayoría de los mortales nos resulta inalcanzable. Esa singularidad distingue a los artistas de otras personas y los diferencia entre sí, construyendo obras diferentes a partir de los mismos materiales.
Espero que nadie se escandalice demasiado por mi atrevimiento a incluir dentro de un espacio habitualmente reservado a pintores, escultores, músicos, arquitectos, compositores, a, por ejemplo, creadores de empresas e investigadores. Ellos también crean, a partir de elementos conocidos, obras cuyo alcance desborda ampliamente el de los materiales utilizados. Podría discutirse si hay belleza en lo creado, cosa de la que estoy personalmente convencido. Resultaría chocante que al promotor de un empresa se le considerara un artista y, sin embargo, si se analiza detenidamente se encontrarán muchos de los elementos, si no todos, que caracterizan la creación. La idea, la inspiración, la visión, la anticipación de un resultado final armonioso que provoque la aceptación, la capacidad de producir algo singular, están sin duda presentes en cualquier proyecto empresarial.
Seguramente sea la variable económica, más visible en la creación de empresas que en otras tareas creativas, en las que, por cierto, también existe, la que desfigure en términos de percepción ese contenido creador que es el soporte básico para la concreción de cualquier idea empresarial. Para que una creación empresarial tenga éxito no basta con saber fabricar un producto o diseñar un servicio, error en el que se cae con frecuencia, se necesita poseer la capacidad necesaria para mezclar hábilmente elementos tan heterogéneos como personas, dinero, conocimientos, actitudes, relaciones, máquinas, cultura, sociedad, energía, pasión o fe, de modo que ese conjunto pueda posicionarse en el mercado con algún grado de ventaja respecto a otros intentos similares.
A diferencia de otras obras creativas, en los proyectos empresariales la cantidad, el orden, la orientación, de los factores señalados, tienen que evolucionar a lo largo del tiempo, ya que la obra estará permanentemente inacabada, ya que se ve ineludiblemente afectada por el paso del tiempo. En este caso no sirve la restauración, porque el modelo primigenio, por mucho éxito que hubiera alcanzado, explica solamente el pasado y no sirve para afrontar el tiempo venidero. Esa creación continuada hace que el factor riesgo penda con carácter permanente sobre el destino da la obra, lo que exige que la tensión creativa permanezca a lo largo de una historia que se desea indefinida. En algunas etapas de ese continuo creativo, generalmente en la adolescencia, surgen voces autorizadas que alertan sobre la conveniencia de hacer un alto en el camino, de relajar la tensión, de consolidar lo logrado, de reducir el grado de incertidumbre, de, en último término, considerar la obra acabada.
Esos consejos prudentes pueden proceder del interior de la empresa o del entorno próximo, y lo que en el fondo aconsejan es limitar el grado de creación y consecuentemente disminuir el riesgo que hasta entonces ha caracterizado el proyecto. Viene a ser algo así como: ahora que habéis alcanzado un espacio aceptable sed más prudentes, puesto que la prudencia es una virtud, y conformaros con mejoras menos comprometidas. Es decir, proceded a una buena restauración y olvidaros de crear.
A veces tales consejos adoptan una formulación ligera, en la que no se discute el fondo de la cuestión, proponiendo simplemente dilatar en el tiempo la construcción pretendida, como si esa dilación temporal no fuera en esencia una corrección básica del proyecto que se pretende desarrollar. Cuando esos consejos de prudencia proceden de personas a las que se reconoce por su trayectoria profesional, son dignas de respeto, reconocimiento y cariño, la certidumbre de partida puede tambalearse, ya que resulta difícil mantener una posición con la que muchos discrepan, coincidiendo en la conveniencia de variar el ritmo o la trayectoria. Estoy hablando de razonamientos que proceden de personas ecuánimes, a quienes no les guía ningún interés personal, no persiguen conseguir nada a cambio, actúan con honradez y con deseos sinceros de ayudar. Dicen lo que dicen simplemente porque lo creen y porque nos aprecian. Nos encontramos con una interpretación personal de la prudencia y del riesgo, que cada uno cuantifica de modo diferente.
Si tras la conveniente reflexión y el análisis pertinente, el autor de la obra, promotor o directivo responsable, se reafirma en las características del proyecto, aunque nunca tendrá una certidumbre absoluta, debe reexplicar las razones en las que se sustenta su propuesta, olvidarse de los consejos prudentes y seguir adelante. Superar el temor a las discrepancias de personas notables no es fácil pero si necesario.
Toda obra de arte implica un riesgo, tanto mayor cuanto más rupturista, cuantos más cánones establecidos se atreva a romper, cuanto más choque con opiniones autorizadas, y ese riesgo se multiplica cuando, como en el caso de los proyectos empresariales, estarán siempre inacabados, con lo que la tensión creativa debe permanecer a lo largo de toda su historia. Pero el riesgo encierra una belleza especial en tanto que compromiso para la realización de una obra deseada, de la que se debe empezar a disfrutar desde el momento en que se gesta la idea, es decir, con anterioridad al diseño del primer boceto.