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Tribuna
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Irán y el problema de la energía

La llegada de un nuevo presidente más fundamentalista a la República Islámica de Irán empieza a producir sus efectos tanto en la política interna del país, que había vivido la política templada del anterior presidente Jatamí, como en la exterior, con la recuperación de un discurso agresivo no sólo hacia Israel sino hacia Occidente en general.

Si a ello se une la activación de su propio desarrollo atómico, nos encontramos ante un problema que no por repetido deja de tener trascendencia, especialmente para Europa, muy dependiente, desde el punto de vista energético, de todo el Oriente Próximo. De ahí que tome fuerza un debate que parecía superado acerca de la necesidad de la energía nuclear que, por el momento, es la única alternativa rápida y eficaz frente a la hipótesis de las perturbaciones procedentes del mundo islámico.

La gran crisis del petróleo de 1973 puso de manifiesto la vulnerabilidad de Europa en materia energética. Las medidas adoptadas entonces y la explotación de los yacimientos petrolíferos del mar del Norte, dependientes del Reino Unido y Noruega, atenuaron el sentimiento de fragilidad y temor que se había desencadenado, pero no significaron la eliminación de los problemas. No obstante, se trasladó a las opiniones públicas la idea de que no estaba en el horizonte una amenaza seria en los suministros de petróleo y, por tanto, se podía prescindir de la energía nuclear, procurando el desenvolvimiento de otras energías alternativas.

Toda Europa participó de esas tesis, incluida España que allá por los años ochenta del pasado siglo paralizó su programa de creación de centrales nucleares. La excepción la protagonizó Francia que mantuvo su autonomía e independencia en materia nuclear sin renunciar a esa fuente de energía, cuya importancia estratégica se ha ido acrecentando con el paso del tiempo. El país vecino se ha dedicado a producir energía nuclear, sin que conste contratiempo alguno en los aspectos de seguridad y contaminación. Gracias a eso, nuestros vecinos franceses están abasteciendo de energía a quienes, como nosotros, tienen déficit estructurales u ocasionales de electricidad.

Por otra parte, los últimos acontecimientos vividos por la crisis del gas entre Rusia y Ucrania han excitado la inquietud en el seno de la Unión Europea hasta el punto de que algunos países, como Alemania, empiezan a desempolvar el debate sobre la energía nuclear, tan denostada y maltratada, a veces con escaso fundamento, en otros tiempos. Y me refiero a un país, Alemania, que en materia energética ha hecho grandes esfuerzos para desarrollar energías alternativas, estimulando especialmente la energía solar. Los alemanes se sitúan en el grupo de cabecera europeo en cuanto a consumo y producción de paneles solares, muy por delante de España, a pesar de que contamos con una climatología excepcional.

Con todo, resulta impensable que las energías alternativas, solar, eólica, etcétera, puedan convertirse en un plazo medio en generadoras capaces para suplir una eventual merma del abastecimiento petrolífero. No dejarán de ser complementarias de las tradicionales, entre las que cabe incluir la nuclear.

Puede parecer extemporáneo suscitar un debate, el de la energía nuclear, que para muchos está zanjado, pero en la eterna discusión sobre el ser y el deber ser tenemos que caer en la cuenta de que nuestras dependientes economías se encuentran ante dilemas de especial gravedad, que se derivan de la falta de entendimiento, cada vez mayor, entre el mundo islámico y Occidente y la aparición de regímenes políticos de corte radical en países productores de petróleo. Son circunstancias inquietantes, que deberían obligar a los gobernantes a prever y programar soluciones tangibles a las amenazas constantes de países que se han constituido en adversarios permanentes de Occidente.

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