La buena gestión empresarial
Actualmente existen dos formas de entender la empresa, según el autor: el modelo financiero y el socialmente responsable. En su opinión, ambos modelos manejan paradigmas distintos de buena gestión que dejan poco margen para la ambigüedad
En ocasiones se escuchan argumentos que pretenden ningunear la renovada forma de entender la empresa como ente esencialmente social con objetivos distintos al tradicional (modelo financiero), maximización del beneficio y del valor para el accionista.
Los logros sociales serían, para estas voces, aquellos legal y estrictamente necesarios que permitan alcanzar a la empresa su verdadera finalidad: el beneficio con mayúsculas. Es decir, podría interpretarse que el máximo exponente de una buena gestión vendría representado por aquella empresa capaz de maximizar su beneficio con la cantidad justa de comportamiento amoral legalmente permitido. Si se sobrepasara la frontera marcada por la justicia estaríamos hablando de un desliz que penalizaría el grado de excelencia en la gestión con el consiguiente riesgo de fracaso, hasta el punto de poder representar, en ocasiones, la propia desaparición de la compañía a nivel global (caso Arthur Andersen).
Se podrá estar en un estado intermedio, de camino hacia un modelo o hacia el otro, pero en ningún caso podrá negarse la existencia de uno y otro
La excelencia en la gestión la conseguirían, por lo tanto, aquellas empresas que supieran en todo momento moverse por el filo de la navaja, persiguiendo maximizar el beneficio con el comportamiento social o asocial necesarios para no traspasar lo legalmente establecido, que pudiera ser detectado y sancionado por el mercado. Digamos que los casos de escándalos financieros Enron, Parmalat y otros serían ejemplos de compañías que en un momento determinado no supieron calibrar el grado de fraude que venían cometiendo, de forma que sobrepasaron los límites de discreción exigibles, necesarios para permanecer inmunes a los controles del mercado.
Los grados de integridad de las personas responsables de las empresas se moverían, para estos pensadores, por una difícil escala en la que el beneficio personal sería la variable restrictiva, es decir, cuánto de íntegro tengo que ser para maximizar mi beneficio personal; o sea, la integridad como valor secundario supeditado al fin principal del beneficio particular.
El modelo de empresa basado en la responsabilidad social parte de la concepción social de ésta, en la que la defensa de los intereses colectivos prima sobre el lucro personal y en la que la integridad moral y el respeto a los demás se convierten en ley universal primigenia, por encima de cualquier otro fin imaginable. La obtención de beneficios empresariales son una consecuencia de este comportamiento moral superior que por otro lado garantiza el bienestar del individuo de manera sostenible.
Como vemos, nos encontramos ante dos formas de entender la empresa: el modelo financiero y el modelo socialmente responsable; ambos con paradigmas distintos de buena gestión: la maximización del benéfico ante la obtención suficiente de éste, el respeto ajustado (por los pelos) de las leyes frente al comportamiento moral superior y la defensa de los intereses particulares antes que el bienestar (bien) colectivo. Es decir, la buena gestión desde el fin primero de maximizar beneficios frente a la buena gestión desde la defensa original de los intereses colectivos (ver gráfico).
Tres máximas, por lo tanto, que definen claramente el modelo de empresa que tenemos y queremos, que dejan poco margen para la ambigüedad. No vale, pues, intentar explicar el modelo social de empresa como variante o desviación del modelo financiero, o declararse socialmente responsable con unas gotitas de maximización de beneficios e intereses personalistas. Se podrá estar en un estado intermedio, de camino hacia un modelo o hacia el otro, pero en ningún caso podrá negarse la existencia de uno y otro.