Una herencia controvertida
A los dos meses de ser nombrado presidente de la Reserva Federal Alan (Fed), Alan Greenspan se enfrentó a la grave crisis bursátil de octubre de 1987. Pero bajo su mandato los mercados que tan hoscamente le habían recibido le depararon una subida tan espectacular que debió formular la conocida queja de la 'exuberancia irracional', sin que desde su despacho en Washington hiciese nada serio para reducirla, amparándose, por un lado, en la peregrina excusa según la cual es muy difícil reconocer una burbuja hasta que su explosión confirma su existencia -lo cual equivalía a afirmar que entre los cometidos de un banquero central no se encuentra el neutralizar la evolución de los precios de algunos activos, en este caso las acciones, sólo porque son más difíciles de valorar que los de los coches- y, por otro, deslizando en sus habituales circunloquios ante el Senado que probablemente la teoría de los ciclos había muerto a manos de un crecimiento sostenido y basado en las ganancias constantes provocadas por productividad de la nueva economía.
Y aun cuando economistas tan serios como Robert Gordon mostraron un fundado escepticismo respecto a los maravillosos efectos económicos derivados de los ordenadores y de internet, Greenspan no alteró su posición ni la política monetaria de la Fed. Poco después la Administración demócrata de Clinton cedió el paso a la republicana de Bush y este puso en marcha tanto unas rebajas fiscales como una política de gastos que devoraron en poco tiempo el superávit presupuestario atesorado por el anterior inquilino de la Casa Blanca sin que el presidente de la Fed tuviese más que palabras de elogio para la actitud despilfarradora del jefe del partido de su preferencia.
Con el paso del tiempo la fama de Greenspan fue creciendo en paralelo al déficit fiscal y al de cuenta corriente, de modo que cuando se dispone a despedirse la economía estadounidense gasta al año unos 700 millardos de dólares más de lo que produce y su Presupuesto federal está en rojo por una cantidad que al finalizar el año se aproximará al 5% de su PIB. Si ha ello se añade que el ahorro de los hogares americanos en porcentaje de su renta disponible es ya negativo, el resultado es que el país más poderoso del mundo debe al resto del planeta aproximadamente el 28% o 29% de su producto -o sea algo más de tres billones de dólares-, si bien es cierto que al funcionar el dólar como moneda de reserva aun cuando los extranjeros que hayan invertido en el billete verde han cosechado rentabilidades negativas en los últimos cuatro años siguen comprando bonos del Tesoro y, además, una ligera mejora en el déficit por cuenta corriente americano se traducirá en una mejora más que proporcional en su deuda externa neta.
La herencia que Greenspan deja a su sucesor, el profesor de Princeton Ben Bernanke, se caracteriza no sólo por esos dos gigantescos déficit y una tasa negativa de ahorro de los hogares sino también por otra burbuja, en este caso la inmobiliaria, causada en buena parte por la política de tipos de interés bajos mantenida por su antecesor y una tasa de inflación al alza que probablemente requerirá subidas sucesivas del precio del dinero; en resumen un panorama delicado.
Pues bien, ¿qué se sabe de Bernanke amén de ser un brillante teórico monetario? No mucho excepto dos pistas interesantes: primera, que ha formulado la teoría del exceso de ahorro, según la cual existe tal cantidad de fondos en el mundo que EE UU no necesita ni elevar sus tipos de interés ni revaluar su moneda para financiar el déficit exterior, que no es consecuencia de un gasto exorbitado sino una buena oportunidad para invertir para el resto del mundo; la segunda reside en que parece dispuesto a prestar más atención a la evolución de la inflación como objetivo de la política monetaria de la Reserva Federal que Greenspan. Como es bien sabido, el principal objetivo del Banco es 'facilitar un crecimiento económico ordenado' y únicamente en segundo lugar estabilizar el valor del dólar y los precios. El problema es que, al parecer, Bernanke limita su interés a la 'inflación subyacente' y no a la inflación a secas que es la que conforma las expectativas de los mercados y de la inmensa mayoría de los agentes económicos. Pero habrá que darle tiempo al tiempo y, parodiando a un columnista francés, comparando a dos escritores compatriotas suyos, no afirmar prematuramente que preferimos a Greenspan cuando se equivocaba que a Bernanke aunque tenga razón.