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Tribuna
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La de las Américas, ¿una cumbre más?

Los máximos mandatarios de las Américas (con la excepción de Fidel Castro) se reúnen hoy en la ciudad bonaerense de Mar del Plata en una nueva Cumbre de las Américas, la cuarta. Desde que en diciembre de hace 11 años el presidente Bill Clinton convocara en Miami un cónclave de semejantes proporciones, que entonces solamente tenía como precedente el celebrado en Punta de Este en 1967, mucha agua ha pasado bajo el puente americano de la integración y la cooperación económica.

El ambiente político, social y económico no es el mismo ahora que en mitad de los sesenta (en plena Guerra Fría y todavía bajo la esperanza de la Alianza para el Progreso) o en plenos noventa, mucho antes del 11-S.

La UE (el modelo o la referencia de todo intento de regionalismo) era entonces apenas un atisbo que no había rebasado el dintel de compartir el carbón y el acero con el que Robert Schuman y Jean Monnet diseñaron 'hacer de la guerra algo impensable y materialmente imposible', según todavía resuena su Declaración de Inter-Dependencia de 1950.

Hace una década la UE era ya percibida no sólo como competidora para la hegemonía económica de Washington. Hoy, la UE atraviesa un momento delicado, con un liderazgo inestable como se vio en Hampton Court, y unos electorados en duda acerca del futuro de la experiencia más exitosa de integración pacífica y voluntaria de la historia europea.

Hoy también, el espectacular esquema anunciado en Miami es un desastre de proporciones continentales, con el liderazgo norteamericano cuestionado, más modestamente preocupado en generar alternativas menos ambiciosas y más cercanas. La incorporación de Centroamérica mediante el desarrollo de Cafta (Acuerdo de Libre Comercio de América Central por sus siglas en inglés), con el añadido de la República Dominicana, es el penúltimo episodio de la saga del Imperio Contraataca, que comenzó con Nafta (Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte, en inglés) , en respuesta al Acta æscaron;nica y el Tratado de Maastricht en la UE.

Pero la UE revoloteará bajo el azul cristalino de la costa atlántica de la Argentina, acompañando a los helicópteros de seguridad por la llegada de George Bush, quien, con Castro ausente, sufrirá el reto mediático del incómodo bolivariano Hugo Chávez.

Estarán acompañados de un puñado de presidentes moderadamente conocidos (el superviviente Lula, el reforzado anfitrión Kirchner, el mexicano Fox y el chileno Lagos, y el colombiano Uribe, ya en plena campaña de reelección), y el resto de desconocidos, compitiendo por unos segundos de televisión.

Todos, incluido Bush, comparten un criterio y están hermanados por una fobia. Todos llegarán blindados de soberanía nacional presidencial; todos seguirán aquejados de alergia a la integración regional. De ahí el fracaso inicial del Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA) que pretendía unir el continente de Alaska a Tierra de Fuego. De ahí que la UE siga incólume como punto de referencia, pero también como modelo abandonado. El resultado será que el éxito relativo de la UE es paradójicamente la causa de su fallo como esquema a imitar.

¿Cómo es esto posible? En primer lugar, porque desde el renacimiento de la fiebre de nuevo regionalismo en las Américas se ha confundido la mera cooperación económica, basada casi exclusivamente en la reducción arancelaria (una mera zona de libre comercio, el primer escalón de la integración regional), con la verdadera integración, cimentada en compartir la soberanía.

El modelo soslayado, que a trancas y barrancas sigue su marcha en Europa, era una operación tenaz que se originaba en la construcción no solamente de una unión aduanera (que solamente el Mercosur contempla seriamente en el hemisferio). También consideraba como insoslayable la puesta en práctica de un mercado común provisto de cuatro libertades de movimiento, plenas y sin trabas: bienes, capitales, servicios y personas. De momento, solamente se tolera el tráfico condicionado de mercancías, y el único tránsito de personas es el de la trata de blancas y los viajes de balseros organizados por mafias.

La pérdida de rumbo del espejismo creado en Miami es también una derrota de la UE. Lo que en algún momento se consideró imparable creador de una saga universal se puede quedar en un ejemplar único, como un copito de nieve sin descendencia. Los atisbos y meras etiquetas verbales en África (la nueva Unión Africana) o en Asia (el experimento del sudeste) quedarían entonces en evidencia al ver que en el continente americano la supranacionalidad y la confianza en instituciones comunes se dejan a merced de las olas del libre comercio condicionado y controlado. No es exactamente lo que Monnet y Schuman tenían en mente.

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