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Debate abierto

El futuro de la energía nuclear

Si el horror de Chernóbil supuso un antes y un después en la historia de la energía nuclear como suministradora de electricidad, y especialmente en su aceptación política y social, tal vez sea preciso reconocer que, sin tanto dramatismo, el Protocolo de Kioto reabre algún debate energético que parecía arrinconado. ¿Va ser posible cumplir con los compromisos adquiridos en él por diversas naciones, entre ellas España, si se sigue apostando con fuerza por generar kilovatios con combustibles fósiles? En el caso español, la energía base del futuro para cubrir la demanda de energía primaria y de electricidad es el gas natural, que, pese a ser un hidrocarburo, es significativamente menos contaminante que el petróleo y el carbón. Sus defensores argumentan que la combustión de gas natural emite un 40% menos de dióxido de carbono (CO2) que el carbón y entre un 20% y un 30% menos que los productos derivados del petróleo. Otra de las ventajas que destacan en el plano medioambiental es que el gas apenas produce emisiones de dióxido de azufre, ni partículas sólidas.

Pero algunos expertos dudan de que, pese a las indiscutibles cualidades del gas en relación a otros combustibles fósiles y las avanzadas tecnologías que se emplean en las modernas centrales de ciclo combinado, fuese posible cumplir con Kioto si se opta por el cierre escalonado de las centrales nucleares que existen en España. æpermil;stas, además de suponer entre el 25% y el 30% de la electricidad generada en el régimen ordinario, son actualmente la base de la suministro en determinadas horas de consumo.

æpermil;ste es, por tanto, otro razonamiento a añadir al complejo debate energético que, aunque se centre en España, es trasladable a otros países. Es además una polémica que se vive ahora con fuerza renovada en el mundo ante las diversas catástrofes climáticas que arrasan la Tierra, aunque algunas de las potencias que más contaminan no se hayan adherido al protocolo.

El Protocolo de Kioto y el cambio climático han reabierto polémicas que parecían arrinconadas

El actual desarrollo tecnológico de las energías alternativas no les permiten ser la base de la oferta

En otro ámbito, en el de las incertidumbres que generan los conflictos geopolíticos, el gas natural sí que puede aportar problemas en la seguridad en el consumo, aunque sean hipotéticos. Y más si el país consumidor depende de esa energía en un porcentaje medio o alto para la generación de electricidad y en el consumo directo como combustible en la industria o en los hogares. Una posible inseguridad adicional es la dependencia en alto grado de un determinado suministrador, como ha sido tradicionalmente el caso de España con su amplia e histórica relación con Argelia.

También es cierto que la estructura de suministro de España se ha ido diversificando y forman parte actualmente de ese club de importadores países tan diferentes como Nigeria, Qatar, Libia, Noruega, Omán, Malaisia y Trinidad Tobago, entre otros. No obstante, el total del gas importado en los seis primeros meses de este año, que aumentó en total casi un 30% en relación con el primer semestre de 2004, vino en un 47,4% de Argelia.

Otra característica del gas que preocupa a los reguladores del sistema energético, especialmente ante el elevado peso que está tomando en la generación de electricidad, es el método de formación de precios que siguen los países que cuentan con ese recurso. Si bien es cierto que no existe un cartel con la fuerza de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), también es verdad que el gas sube en función de los precios del crudo. Las eléctricas españolas, ahora uno de los principales compradores de esa materia prima, son bien conscientes de esa correlación.

Analizar el peso del gas natural en la estructura energética española, sus ventajas y sus inconvenientes, cuando el debate que se plantea es el del futuro de la nuclear no es una incoherencia. Porque cuando se examina, se rechaza o se apoya una energía se debe hacer siempre en relación a otras, por mucho que se pueda avanzar en las políticas de ahorro energético.

Diversificar tecnologías en generación de electricidad y en materias primas parece la conclusión más obvia desde un punto de vista de costes y de seguridad de suministro energético. Pero lo que sí tiene el debate sobre el uso de energía nuclear es un innegable componente de rechazo por una parte importante de la sociedad en países muy diversos, sentimiento que no despiertan otras energías. Y ese repudio no se debe solamente a factores psicológicos sin base técnica, incluido el miedo. Puede también argumentarse en hechos y accidentes constatados y en problemas que no han encontrado soluciones que satisfagan a todos los implicados, incluidos los ayuntamientos, como es el caso de los residuos de alta actividad. Y es que esos desechos pueden tardar miles de años en perder la radioactividad, para alcanzar emisiones a los niveles normales de otros materiales o minerales.

Una de las salidas más defendidas por los técnicos es el enterramiento de esos residuos en profundidades superiores a los 600 metros, siempre que no se trate de formaciones geológicas inestables. Y que los avances tecnológicos pueden dar mejores soluciones en el futuro es un tema que expertos, como los colegios oficiales de físicos, no ponen en duda.

Pero algunos sabios como Carlo Rubia, premio Nobel de Física de 1984, creen que el reto que tiene la comunidad científica y el conjunto de la humanidad es encontrar energías baratas, seguras y con capacidad para dar respuesta a largo plazo al aumento del consumo, que ya no sólo se produce en los países ricos. Y esos factores, a su juicio, sólo pueden ser proporcionados por la energía solar y la nuclear. Y sobre esta última se decanta hacia la tecnología de fusión como la basada en la unión de isótopos de hidrógeno más que la actual basada en la fisión del núcleo de átomos.

Pero ¿es la fusión la solución energética a medio plazo? Los responsables de la planificación energética, entre los que en alguna medida también se encuentran las empresas del sector, creen que es necesario apoyar las investigaciones en ese campo, aunque no confían en que sea la respuesta a la demanda, no ya a la actual sino la de los próximos años. La fusión nuclear se planteaba como las energía del siglo XXI pero parece que no lo va a ser al menos para las dos primeras décadas.

Tampoco las llamadas energías alternativas son una solución global en su actual desarrollo tecnológico. Un ejemplo: España, que ha apostado claramente por la eólica, no puede permitirse reducir capacidad instalada de otro tipo de centrales, que tienen que quedar como reserva, por la incapacidad de esas instalaciones de asegurar su producción al sistema eléctrico en cualquier condición climática y atmosférica.

La polémica sobre la energía nuclear transciende de los análisis económicos y técnicos, por más que sean necesarios, para formar parte de las decisiones que debe tomar una sociedad que conozca los pros y los contras de esta alternativa energética.

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