Una opción con demasiados inconvenientes
Según el Observatorio de la Sostenibilidad, en España nuestro sistema energético está en una situación crítica de sostenibilidad. Nuestro consumo de energía crece más que el PIB y con tendencias crecientes. Nuestra intensidad energética (cantidad de energía necesaria por unidad de PIB) sigue creciendo: entre 1990 y 2003, crecía un 0,5% anual en promedio mientras que en la UE se reducía en un 1,3% anual. Clara muestra de nuestra ineficiencia energética. Además nuestra dependencia del exterior es ya de un 78% y sigue creciendo. Es una dependencia total en el caso del combustible nuclear (España no produce uranio, y el proceso de su enriquecimiento se hace totalmente en el extranjero) y casi total en combustibles fósiles.
Precisamente en un contexto como el actual de aumento de los precios de los combustibles, el margen para aplicar de forma económicamente eficaz programas de ahorro y eficiencia energética y de energías renovables, es aún mayor que antes.
El potencial energético de las tecnologías renovables es inmenso: en España podría cubrir 10 veces toda la demanda de energía primaria prevista para el año 2050 y unas 55 veces la demanda de electricidad según un detallado estudio realizado por el Instituto de Investigaciones Tecnológicas.
Apostar por mantener la participación de la energía nuclear en el sistema eléctrico sería ir en la dirección equivocada. Desde la crisis del petróleo de los años setenta ha quedado constatado el fracaso económico, tecnológico, medioambiental y social de la energía nuclear, que se encuentra en una situación de pronunciado declive a nivel global. Su peligrosidad es innegable, como demostró la tragedia de Chernóbil. A los inevitables problemas de seguridad inherentes a cada diseño de reactor, se suman los problemas técnicos derivados del envejecimiento de las centrales nucleares y el agotamiento de su vida útil, así como los problemas de pérdida de cultura de seguridad.
Las centrales nucleares generan residuos radiactivos cuya peligrosidad permanecerá durante decenas de miles de años, y con los que no se sabe qué hacer. La gestión de estos residuos, sólo en España, costará a los ciudadanos más de 12.000 millones de euros, según los datos de la propia Enresa.
A pesar de la enorme cantidad de subsidios que ha recibido y recibe, la energía nuclear ha perdido la batalla de la competitividad económica en unos mercados energéticos cada vez más liberalizados. De hecho, el Banco Mundial y otros bancos multilaterales no financian hace tiempo proyectos nucleares, por no ser una opción eficiente en coste.
Un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) de 2003 concluyó que, en las condiciones actuales, la energía eléctrica de origen nuclear no es competitiva. Para que lo fuera los gastos de construcción deberían disminuir en un 25%; los plazos de construcción de las centrales, acortarse a cuatro años (actualmente es más del doble); que se redujeran los costes de operación y mantenimiento en un 8%,... Lo que difícilmente se logrará, entre otras cosas, porque tanto los costes de construcción como los precios del combustible nuclear son muy dependientes de la evolución de los precios del petróleo: en todas las etapas del ciclo nuclear se consumen grandes cantidades de combustibles fósiles. Considerando el ciclo de vida completo de las tecnologías de generación eléctrica no-fósiles (es decir, la nuclear y las renovables), por cada KWh producido, la energía nuclear emite más CO2 que cualquiera de las energías renovables.
Con el uranio, cuyo precio se ha triplicado desde 2003, hay más problemas. Se calcula que las reservas de uranio-235 fisionable, el combustible de los reactores nucleares, alcanzarán sólo para unas pocas décadas. Según la última edición del Libro Rojo de la Agencia de la Energía Nuclear de la OCDE, las reservas conocidas y recuperables a un coste inferior a los 80 dólares y a los 130 dólares (por kilogramo de uranio) son de unos tres y cuatro millones de toneladas, respectivamente, es decir, menos de la mitad de las necesidades previstas por la industria nuclear. A partir de ahí el coste de extracción sería aún más caro y su obtención será mucho más intensiva en energía fósil, con la consiguiente generación de CO2.
Si queremos tener una economía más competitiva, menos lastrada por la dependencia exterior, cumplir con compromisos internacionales como el Protocolo de Kioto y además encaminar nuestro sistema energético hacia la sostenibilidad de la que ahora carece, no tenemos más remedio que basar nuestra política energética en la eficiencia y en las energías renovables y pasar cuanto antes página en el capítulo de energía nuclear.