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Columna
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Crisis agrícola, presente y futuro

La agricultura española está atravesando por uno de sus momentos de mayor crisis. El pesimismo generalizado se extiende por casi todos sus sectores y regiones. Y no se trata del tradicional lamento del agricultor. Esta vez, desgraciadamente, el lobo se ha presentado de verdad. Por una serie de causas coyunturales, como sequía y heladas, las cosechas de un importante número de cultivos se han reducido sensiblemente. Encima, los precios de los productos agrarios siguen en mínimos históricos, mientras que el coste de los insumos -sobre todo los derivados del petróleo- suben sin cesar. Se nos podrá decir que todas son causas circunstanciales y que pueden cambiar en el futuro. No lo sabemos. Pero el caso es que el incremento de los costes frente a la disminución de los precios es una tendencia sostenida durante años, sin que parezca -salvo en determinados cultivos- que pueda cambiar a corto plazo. A medio es probable que sí, ya que no es razonable pensar que los productos agrarios sigan bajando ininterrumpidamente.

Además de los factores antes citados, la reforma de la Política Agrícola Común (PAC) que entrará en vigor la próxima campaña supondrá una progresiva disminución de las subvenciones agrarias. Así que, además de la lógica incertidumbre, los agricultores se encontrarán con una segura disminución de sus rentas procedentes de fondos comunitarios.

Y, por si fuera poco, el actual presidente de la UE, Tony Blair, lleva tiempo predicando un discurso que puede tener como consecuencia una mayor reducción de las ayudas agrarias de la acordada inicialmente. Su argumento es bien conocido: no tiene sentido gastar tanto dinero en agricultura cuando lo rentable sería invertir en tecnología, investigación y formación.

Los fondos de investigación deben aplicarse también a las tecnologías agroindustrial, agraria y de distribución

Sin duda alguna este nuevo enfoque prosperará, entre otras cosas porque tiene parte de razón. Pero también encierra peligrosas e injustas consecuencias para un sector agrícola que ha estado narcotizado por las subvenciones y por la total ausencia de políticas agrarias, ya que desde hace muchos años nos hemos limitado a seguir las orientaciones de Bruselas, sin prepararnos para un futuro de mayor competencia y menos ayudas.

El sector agrario ha perdido el discurso frente a un mundo urbano que supone una abrumadora mayoría de la población. Y, por vez primera, se oyen voces urbanas que se levantan contra la agricultura, acusándola de consumir ingentes presupuestos y la mayor parte de la cada día más escasa reserva de agua. La voz de los agricultores se irá apagando a medida que supongan un menor porcentaje de la población y del empleo.

La superficie media de las explotaciones españolas es pequeña, lo que dificulta su competitividad. Y además, dado el boom inmobiliario y el carácter de valor refugio y de estatus social de las fincas, la tierra tiene un altísimo precio en España, muy superior al de otros países europeos de nuestro entorno. La bajísima rentabilidad del campo no permite a los agricultores comprar nuevas tierras, por lo que no pueden incrementar su eficacia productiva. Sólo son ricos cuando venden, como los poseedores de cuadros y obras de arte.

Debemos reseñar que cada día menos personas quieren trabajar en el campo, lo que supone un rápido envejecimiento de sus empresarios y trabajadores, por una parte, y una compleja gestión de inmigrantes por otra.

Visto lo anterior podríamos preguntarnos: ¿tiene futuro el campo? Pues creemos que sí, aunque tendrán que producirse varias reformas estructurales. De todo ello se ha hablado en las sesiones del Congreso del Mundo Rural celebrado en Bañolas (Gerona) y en el Congreso de Cooperativismo Agrario de Murcia, celebrado en Lorca. Expongo a título telegráfico sus conclusiones. Hay que aprovechar los nuevos fondos de desarrollo rural, que todavía no están bien definidos, para conseguir que otorguen mayor competitividad al campo. Es imprescindible construir un discurso que haga comprender al mundo urbano la importancia que sigue teniendo el mundo rural y sus inversiones. Los fondos de investigación deben aplicarse también a las tecnologías agrícolas, agroindustrial y de comercialización. Se tiene que tender a una mayor superficie de explotación, a su total mecanización y a la integración en el proceso productivo y de comercialización. La gestión compartida y los servicios agrarios permitirán ahorro de costes y flexibilidad productiva. El turismo rural y la naturaleza serán actividades con creciente demanda.

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