Melancolía otoñal
Al estado de insatisfacción con uno mismo y de irritación con los demás que suele originarse al concluir las vacaciones veraniegas ha dado en llamarse actualmente depresión posvacacional. No estaba yo muy convencido que ello no fuera una de esas habituales piruetas de ignorancia con la que los psicólogos bautizan aquello que no pueden explicar, hasta que he leído que el número de divorcios aumenta exponencialmente en septiembre. Perdonará el lector esta digresión si confieso, sin caer en tan preocupante situación ni pasar por los juzgados, que sí padezco lo que me atrevería a calificar de melancolía otoñal, debida sin duda a la condición de confusión, mal humor intelectual e impotencia anímica derivada de la comprobación que los numerosos problemas y actitudes sociales y políticas que abandoné airado al iniciarse el verano ahora, entrado el otoño, continúan irritándome más si cabe. Valgan como muestra algunos ejemplos.
La imagen más expresiva del verano no es para mí la famosa estampa de Durero sino las llamas que han arrasado miles de hectáreas de nuestros cada vez más menguados bosques -sin mencionar las hazañas arboricidas del Consistorio madrileño-, cobrándose de paso vidas humanas ante la indiferencia general, pues que yo sepa nadie ha tomado en esta ocasión las calles al grito de 'Nunca más'.
Claro es que persisten, además, otras modalidades de violencia, en este caso contra la especie humana, ante las cuales tampoco observo reacción social alguna. Sin ir más lejos, ahí está la noticia que somos el país europeo con mayor consumo de cocaína por habitante, que entre 1996 y 2004 han aumentado un 250% las interrupciones de embarazo entre las adolescentes en la Comunidad de Madrid o que en ella el 35% de los escolares sufren acoso.
La sociedad española continúa creyendo que allende nuestras fronteras somos un modelo admirado
¿Será porque nuestro sistema educativo no cumple lo que los ciudadanos afirman esperar del mismo: o sea, formar buenos ciudadanos y facilitarles los conocimientos que les permitan trabajar? De nuevo me refiero a la comunidad en que vivo: en junio se realizó una prueba de conocimientos entre 56.000 alumnos del último curso de primaria; pues bien, uno de cada tres no consiguió superar el cinco de nota media. Se comprenderá así que nuestros jóvenes fracasen estrepitosamente en las calificaciones internacionales. Como es sabido, en el último informe PISA, nuestros alumnos de 15 años quedaron muy por debajo de la media de los países de la OCDE en comprensión de lectura, matemáticas y ciencias y, además, el 33% no supera el bachillerato, a lo que se une el que seamos el único país en el cual los universitarios no aumentan sus posibilidad de encontrar trabajo al finalizar sus estudios, lo cual muestra la confianza que se tiene en la calidad del aprendizaje que reciben -no quiero mencionar ahora la locura que supone la actual legislación laboral referente a empleos fijos y temporales que llevamos años reformando por consenso-.
æscaron;nase a ello que nuestro gasto en I+D es el más bajo de la antigua Europa de los 15 y que países como Eslovenia o la República Checa nos superan en este esfuerzo.
Claro es que en esta patria nuestra -no me atrevo a llamarla nación, término este de problemática aplicación- padecemos una maldición: a saber, que todo Gobierno que llega al poder parece tener como prioridad cambiar de arriba abajo el sistema educativo, como si esto de la enseñanza fuese como la moda, que ha de adecuarse cada temporada a los nuevos patrones diseñados por unos geniales creadores que saben lo que conviene ponerse encima. Y aquí reside uno más de los motivos de mi irritación; lo que me atrevería a calificar de la insoportable vanidad de los políticos.
Pero me da la impresión que la sociedad española sigue tan satisfecha consigo misma, lo cual puede deberse, entre otras razones, a que continúa creyendo que allende nuestras fronteras somos un modelo admirado. Convendría, sin embargo, que repase el estudio elaborado por Javier Hoya y que puede consultarse en www.r-i.elcano.org/analisis sobre cuál es la imagen de España. Según este análisis, de los seis aspectos en que se centra el estudio -turismo, exportaciones, política interior, inmigración e inversiones, cultura y calidad humana de la gente-, sólo en cultura ocupamos un puesto aceptable -el quinto entre 25-, en el resto nuestra posición oscila entre el 10 en turismo y el 15 en la dimensión comercial.
En resumen, la percepción general nos sitúa en la posición 12ª -o sea, únicamente por delante de Irlanda entre los países europeos incluidos y en la frontera con los países menos desarrollados-. Comprenderá ahora el lector las razones tanto de mi melancolía otoñal como de mi desasosiego cuando algún alto responsable político se declara antropológicamente optimista.