La convergencia tecnológica
España no puede permitirse perder de nuevo el tren de la tecnología, sostiene el autor, quien subraya que el plan del Gobierno para la convergencia tecnológica con el resto de Europa debe cumplir la condición de que se crea en él, pero también ser realista y realizable
Convergencia es una palabra de moda, palabra que no ha dejado de estar de moda desde hace ya algún tiempo. Ha sido la convergencia entre sectores, la convergencia entre tecnologías, y ahora es la convergencia digital con Europa. Nos hemos dado cuenta de que estamos estancados, de que no mejoramos en los indicadores que se publican sobre casi cualquier asunto relacionado con la sociedad de la información (menos la bendita telefonía móvil). Y de que si es verdad lo que algunos cuentan sobre la relación entre tecnologías de información y la comunicaciones (TIC), productividad y competitividad, nos estamos dejando en el camino una buena parte del crecimiento económico español del futuro, del que no se cimenta en hormigoneras, golf, sol y economía sumergida, sino en tecnología punta, en exportaciones y en investigación y desarrollo. El que diferencia una sociedad moderna de una que aparenta serlo, en suma.
En la Fundación Auna hemos echado nuestras cuentas y casi nos salen rosarios. Para converger en 2010, fecha fijada en la Agenda de Lisboa para tener hechos los deberes, debemos redoblar los esfuerzos realizados hasta ahora y esperar que los líderes en cada materia frenen su crecimiento y no superen ciertas tasa que hoy podemos prefijar como de máximos. Pero si se revisan las previsiones de hace unos años se comprueba que en muchas ocasiones los máximos sólo sirven para ser superados.
Exceptuando la ya citada telefonía móvil y el uso de tecnologías de banda ancha en los hogares con acceso a internet, los plazos calculados se sitúan entre cuatro y cinco años cuando de lo que se trata es de usuarios de internet o de hogares conectados, y no menos de seis para que el B2C, la rama del comercio electrónico que implica al comprador final, alcance su mayoría de edad. Y no son plazos pesimistas si consideramos las premisas contenidas en el párrafo anterior.
Existen personas que consideran que se da excesiva importancia al número de internautas, que sostienen que es un indicador al que se concede más peso del que verdaderamente tiene, y ello hace que muchas acciones impulsoras se concentren en este hecho, frente a otras posibilidades. Pero la realidad es que cada nuevo usuario supone otra opción para desarrollar el comercio electrónico, un acicate para la Administración electrónica, ingresos adicionales para empresas del sector, lo que puede significar inversiones adicionales y desarrollo de la banda ancha, un estímulo para las empresas que elaboran contenidos,... Si consideramos además que difícilmente se podría hablar de sociedad de la información sin la existencia, y el uso, de internet, parece que tiene sentido la trascendencia con que se considera el número de internautas.
El Gobierno ha dado a conocer la próxima publicación del denominado Plan Avanza, popularmente conocido como plan de convergencia, cuyo objetivo es conseguir esa concurrencia con los países de nuestro entorno. Cuenta entre sus asesores con prácticamente lo más granado de quien en este país osa opinar sobre estos asuntos, por lo que esperamos un buen plan. No puede ser de otra forma si somos conscientes de lo que está en juego. Y para que sea un buen plan, la primera condición es que se crea en él, que no se haga porque toca redactarlo, sin creer en su importancia o en la de sus efectos. Lo segundo, que sea realista, que ponga el acento en los principales problemas ante los que nos enfrentamos. Suele ocurrir que el ánimo de contentar a todos deja insatisfecho a la mayoría. Y finalmente, que sea realizable y tenga en cuenta los profundos desequilibrios territoriales de nuestro país. De poco servirá que tan sólo converjan unos pocos.
La premura en llevarlo a cabo se torna en urgencia si le añadimos los plazos mencionados. Porque no se trata únicamente de la dilación en conseguir esa equiparación, sino de lo que nos vamos dejando en el camino, oportunidades que no volverán a presentarse, empresas que ya no se crearán o que habrán perdido definitivamente un mercado. Tan importante como el crecimiento es la velocidad del mismo. Y si las medidas que contenga el Plan Avanza deben ser el vector que dirija sus acciones, tan trascendente como esas medidas es su dotación presupuestaria, su implementación y su ejecución. Suele ser más complejo implantar una estrategia que crearla. Además, esta materia y las distintas tecnologías que influyen en su evolución configuran un impredecible horizonte sobre el que proyectar la evolución de los indicadores de referencia.
Debemos ser conscientes de que no podemos planificar el futuro, pero que podemos, debemos, planificar para el futuro. Un futuro a edificar sobre las posibilidades y las capacidades de un país que las tiene, en su población y en el sector tecnológico, y porque además lo ha demostrado en multitud de ocasiones, pero también sobre un país que ha llegado tarde demasiadas veces a citas con la Historia, y que no puede permitirse un nuevo plantón.