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CincoSentidos

Vacaciones solidarias de cooperante en una ONG

Los programas de uno a tres meses pretenden sensibilizar a los voluntarios más que asignarles una labor

El doctor Emilio Sastre atiende a unos 450 niños de una aldea de Camerún durante sus cinco semanas de vacaciones. Una tarea altruista que cada verano, desde hace ocho años, le cuesta 1.000 euros, unos cuantos kilos de peso y perderse el veraneo con su mujer y sus hijas. No le importa. Aunque sabe que su trabajo no sirve más que para tapar pequeños agujeros de un problema endémico, se siente compensado cuando le reciben los críos de la aldea, que merodean por la casa donde se aloja esperando la llegada de El blanco, le Docteur Emilio, como muchos le llaman.

Sastre no es el único. La cooperación en países subdesarrollados ha dejado de exigir dedicación completa durante meses y cada vez son más los españoles que sacrifican sus vacaciones para echar una mano allí donde hace falta. Las ONG organizan viajes en los que el voluntario paga el avión y la organización proporciona gratis el alojamiento y la manutención. Algunas comunidades autónomas también se han apuntado al carro. Castilla-La Mancha, por ejemplo, incluye el voluntariado internacional en su programa actividades juveniles para el verano y subvenciona el viaje a los cooperantes, de manera que éstos sólo tienen que costearse los pequeños gastos personales.

Aunque la brevedad de la estancia limita la capacidad de acción y, a pesar de la buena voluntad, no todos tienen la oportunidad de ayudar tanto como el doctor Sastre. Annie Joh, portavoz de la ONG Setem, lo explica: 'El objetivo de estos programas es la sensibilización del cooperante porque, lógicamente, en cuatro semanas no va a solucionar males estructurales'. Se trata de crear una red de araña. El voluntario vuelve concienciado y contagia a su entorno.

Así le sucedió a Helena Provencio, de 37 años. 'La televisión provoca que veamos la pobreza como una película, pero cuando estás allí detectas que la necesidad es algo real', declara. Ella viajó en 2002 y 2003 a Ecuador para colaborar con la organización de mujeres Santa Marta durante uno y dos meses, respectivamente. Allí, donde hay un altísimo índice de maltrato familiar, enseñaba a las indígenas a ser independientes de sus maridos, a sacar a la camada de hijos adelante sin un hombre que lleve el dinero a casa. Cuenta que, a la vuelta, le sobrevino una sensación de frustración. No sabía cómo articular sus ganas de colaborar. Encontró la respuesta enrolándose en la ONG Setem, comprando productos de comercio justo, reciclando o 'dando la coña' a sus amigos sobre subdesarrollo e inmigración.

El pediatra Emilio Sastre tampoco olvida en Camerún su compromiso con el 'hospitalillo' en el que colabora todos los veranos. En España recoge material usado y con la ayuda desinteresada de su amigo Antonio Reguera, que tiene una empresa de transporte marítimo, lo envía a la aldea Rey Bouba. Esta semana estaba muy contento porque ha conseguido 20 camas de un hospital que acaba de cerrar y un ecógrafo nuevo, aunque algo obsoleto. Rey Bouba sólo contaba con 18 jergones viejos para un distrito hospitalario de casi 40.000 habitantes. Hasta ahora.

Aunque sigue teniendo carencias. Un médico, seis enfermeras y ningún método diagnóstico (no hay análisis, ni radiografías, ni respiradores) no dan abasto. Y la experiencia e intuición no bastan. Sastre explica que lo peor es ver morir a niños que en España tendrían cura. Aun así, los voluntarios coinciden en señalar que la miseria no roba la sonrisa a las personas que han tratado.

Carolina Rocío Cebrián vivió un mes con una familia en el campo de refugiados de Smra, en el Sahara, gracias al programa de Castilla-La Mancha, del que ya se han beneficiado unos 700 jóvenes. Dormía en una jaima, se lavaba cuando podía y comía lo que la familia: arroz. Quedó impresionada por la entereza de Issana Jatre, la matriarca que la alojó: 'Su marido nunca estaba. Ella se ocupaba de todo y, encima, se le murió un hijo en Cáceres, ahogado en una piscina, durante una estancia subvencionada por España. Ella visitó a la familia cacereña de acogida para consolarla, porque estaban destrozados'.

'No se trata de ir para estar de fiesta en la playa'

La mayoría de organismos que disponen de programas de cooperación durante los meses de verano seleccionan a los candidatos mediante una entrevista personal para asegurarse de que éstos no buscan unas vacaciones exóticas a buen precio. En algunos casos, además de la prueba es obligatorio asistir a un curso de formación en cooperación al desarrollo. Las 78 personas que han viajado a Brasil, Togo, India o Nepal con la ONG Setem Madrid han tenido que abonar unos 200 euros para participar en un curso de varios fines de semana de duración para 'dotarles de una comprensión mínima del lugar a donde van. Porque no se trata de ir de vacaciones, estar de fiesta en la playa y emborracharse. Los voluntarios tienen una serie de responsabilidades que deben llevar a cabo', explica Annie Joh, portavoz de la asociación.Economías norte y sur, finanzas éticas, cooperación para el desarrollo y talleres prácticos son los temas que abordan. A pesar de las precauciones, desde las asociaciones aseguran que, salvo alguna excepción, los interesados en este tipo de iniciativas suelen tener una cierta sensibilidad.La voluntaria Helena Provencio lo explica: 'Puede haber algún jeta, pero lo normal es el caso contrario, personas que quieren colaborar a toda costa y, con su buena intención, estorban más que ayudan'.

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