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Columna
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¿Predicar en el desierto?

Comienza el gobernador del Banco de España su discurso de presentación del Informe Anual 2004 afirmando que la economía mundial alcanzó en ese año un crecimiento excepcional, debido sobre todo al empuje de la demanda procedente de Estados Unidos y China mientras que la aportación de Japón y la zona euro resultó decepcionante, confirmando su escasa flexibilidad y poca capacidad de adaptación a las cambiantes condiciones de los mercados mundiales.

En ese marco resulta natural que los desequilibrios globales se acentúen, siendo especialmente preocupantes los que afectan a la economía americana, tanto más cuanto se trata de un país, añado yo, que acapara la cuarta parte del consumo de petróleo, cuyo precio ha subido de forma peligrosa en el pasado ejercicio y que, si bien no ha propiciado por el momento efectos demasiado negativos en las grandes economías mundiales, podría, de persistir, crear situaciones comprometidas cuya solución exigiría políticas monetarias y, concretamente, fiscales más activas que las hasta ahora mantenidas.

El análisis del gobernador no es nada optimista en lo que a las perspectivas de la zona euro se refiere, habida cuenta, no sólo del lastre que el encarecimiento del petróleo y la apreciación del euro suponen para su crecimiento sino, concretamente, porque se mantienen incólumes los factores básicos que retienen la capacidad de crecimiento de un grupo de países que no han sabido obtener los beneficios esperados de su integración económica y de la moneda única.

Los agujeros negros de la economía española perviven año tras año por la falta de decisión de los Gobiernos para encarar los costes de su solución

La evolución de la economía española merece una reflexión detenida sin eludir la denuncia de algunos agujeros negros que año tras año perviven por la falta de decisión de los sucesivos Gobiernos para encarar los costes de su solución. Cierto que hemos crecido más que la mayoría de las economías de la zona euro y no es menos evidente que ello se ha debido a la conjunción de una pujante demanda interna que ha generado empleo y ampliado la oferta de la economía. Como también lo es que el mantenimiento de unas finanzas equilibradas contribuyó a esa estabilidad -lo cual refuerza los argumentos a favor de su mantenimiento, ahora y en el futuro-.

Pero el reto reside en que, también un año más, la economía española ha mostrado la persistencia de carencias estructurales que provocan tensiones inflacionistas sobre precios y costes, y amplían el desequilibrio exterior. Y aunque durante el ejercicio en curso nuestro crecimiento siga siendo elevado, estaremos navegando sobre aguas turbulentas mientras padezcamos diferenciales de inflación amplios, prosiga el creciente endeudamiento de nuestras familias y se acentúen las pérdidas de competitividad.

Esa última se caracteriza por una doble faceta: somos menos competitivos y por ende nuestros productos tienen cada vez menos aceptación en el exterior -incluyendo en este apartado la oferta turística-, y las importaciones de productos extranjeros en nuestros mercados son cada vez mayores -recomiendo al lector que preste especial atención al recuadro 1.4 del informe-. Pero, además, el empeoramiento de nuestra competitividad se manifiesta en nuestros precios, reflejo de unos costes laborales unitarios elevados y de unas ganancias ridículas en la productividad del trabajo.

El gobernador asevera que el débil crecimiento de la productividad de los factores indica la presencia de otros factores preocupantes que parecen frenar la incorporación de las innovaciones y del progreso técnico a los procesos productivos. æpermil;l no lo dice pero acaso no estaría de más que el Servicio de Estudios de la institución examinase en qué medida la masiva incorporación de mano de obra inmigrante, poco o nada cualificada, ha permitido a muchas de nuestras empresas retrasar la necesaria incorporación de capital más moderno y eficiente, aun cuando ello hubiera elevado a corto plazo la tasa de paro.

El discurso, que subraya la confianza del banco en la solidez de nuestras instituciones financieras, no podía cerrarse sin reiterar, primero, la necesidad de proseguir con las mejoras obtenidas en la reducción del saldo fiscal de carácter estructural -en este punto, intercalando de nuevo una opinión personal, las preocupaciones vendrán de la actuación de las comunidades autónomas-, el reforzamiento del papel de las políticas de oferta y la adopción de una posición más activa en la explicación a toda la sociedad española de que nuestro bienestar futuro está ligado a la adopción de reformas que apuntalen nuestro potencial de crecimiento -y aquí, '¡decíamos ayer!', las reformas del mercado de trabajo y de los mecanismos de negociación colectiva ocupan un lugar prioritario-.

Mucho más podría decirse tanto del informe como de las cuentas financieras -deténgase el lector en el apartado 3 de su Nota metodológica para conocer las novedades incorporadas-, pero mi recomendación es que aproveche la tranquilidad del verano para una lectura detenida de ambos y después juzgue si el discurso peca o no de un punto de complacencia.

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