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Columna
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Justificado europeísmo

Carlos Sebastián

España, a diferencia de Francia y Holanda, votó afirmativamente un tratado (sin apenas conocer su contenido), por el arraigado europeísmo de los ciudadanos españoles. æpermil;ste se desarrolla desde el final del franquismo, cuando identificamos los valores europeos con los de desarrollo político y económico que deseábamos disfrutar. La evolución de los últimos 20 años, lejos de frustrar esa identificación, la han consolidado. Por eso creo que está condenada al fracaso una política de alejamiento de Europa. Más grotesco resulta hacer una lectura triunfalista del mayor crecimiento de la economía española respecto a nuestros socios europeos.

La economía española ha recibido en los últimos años dos fuertes impulsos positivos que explican buena parte del diferencial de crecimiento. Uno por el lado de la oferta y otro por el lado de la demanda. El primero ha sido la entrada masiva de inmigrantes que ha aumentado sustancialmente la oferta de trabajo dispuesta a trabajar con un grado de flexibilidad mayor: en último término, más oferta de trabajo a un menor salario real.

Por el lado de la demanda, se ha producido una reducción enorme y permanente de los tipos de interés (mayor que en la mayoría de los otros países) como consecuencia del ingreso en la Unión Monetaria. La mayor parte de la reducción fue la consecuencia de la eliminación del riesgo de cambio por la integración de la peseta en el euro. Por otra parte, el tipo de interés real a corto plazo lleva varios años siendo negativo. Y lo es en mayor grado que en otros países por la mayor inflación española. De Europa hemos recibido, junto a este importante manto de credibilidad, aportaciones netas cada uno de los últimos diez años superiores en media al 1% del PIB español, lo que podría considerarse un segundo impulso de demanda (los dos asociados a la solvencia de Alemania, a la que, francamente, tenemos pocas lecciones que dar).

La economía española ha recibido de la Unión Europea un importante manto de credibilidad

Estos vigorosos impulsos de demanda se produjeron en un contexto inicial de relativo saneamiento financiero de las familias, que se han endeudado fuertemente desde entonces para financiar tanto la adquisición de activos como su consumo. La fuerte demanda de viviendas y las limitaciones en la oferta de suelo han causado una enorme revalorización de esos activos, que ha llevado a las familias a sentirse más ricas con lo que han aumentado su tasa de consumo. A ello también ha contribuido el buen comportamiento del empleo. Todo ello mantiene un ritmo elevado del gasto de las familias, que contrasta fuertemente con la atonía de ese componente de la demanda interna en Alemania y en Francia.

Pero los impulsos de demanda acabarán agotándose y no se reproducirán: los tipos de interés no sólo no van a bajar más sino que se elevarán ligeramente, las familias están enormemente endeudadas y la contribución desde Europa se va a reducir. Probablemente con los resultados de los referéndum francés y holandés se va a reducir más y antes.

En estos últimos años, junto al impulso positivo representado por la inmigración, ha habido por el lado de la oferta un lastre persistente: la productividad por hora trabajada ha aumentado poco y mucho menos que en la mayoría de los países europeos. Esto ha operado en sentido contrario al impulso de la inmigración, lastrando el crecimiento de la oferta y elevando los precios de producción (reduciendo la competitividad).

En conjunto, los impulsos de demanda han sido mayores que los de oferta y se ha traducido en un creciente déficit exterior, que, de nuevo, no representa un mayor problema a corto plazo por el manto de credibilidad que nos ha dado el euro.

Pero a medio plazo, el diferencial de crecimiento con Europa no puede mantenerse. Los impulsos positivos se irán agotando y el freno de la productividad ira adquiriendo más protagonismo. Como es bien sabido, el crecimiento de la economía viene dado por el aumento de la productividad por hora más el crecimiento del número de horas trabajadas. Y a largo plazo, este segundo sumando no puede seguir creciendo al ritmo al que lo ha hecho en los últimos años.

De lo dicho resultan evidentes varias cuestiones. En primer lugar, que nuestro europeísmo parece, de nuevo, justificado. En segundo lugar, que el diferencial de crecimiento que disfrutamos no es la consecuencia de la bondad de este Gobierno ni de los anteriores. En tercer lugar, que la próxima desaparición de ese diferencial no es tampoco responsabilidad de este Gobierno. Se debe más bien a la incapacidad mostrada por la sociedad española (en buena medida por una crónica escasez de liderazgo político) para abordar seriamente el difícil problema de la productividad, que no tiene recetas sencillas.

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