Lo que cuenta es la moneda
Los mercados han reaccionado con relativa calma ante el rechazo francés y holandés a la Constitución Europea. Después del no danés a Maastricht, también vía referéndum, los mercados cayeron con fuerza, a pesar de que aquel tratado no tenía la rimbombante etiqueta de Constitución Europea -pese a que lo que se acaba de votar sigue siendo un tratado- y de que Dinamarca no es Francia en términos históricos, económicos ni políticos.
Pero aquel rechazo ponía en cuestión la entrada en vigor de la moneda única. Suponía un serio golpe a las aspiraciones de crear un espacio monetario europeo. Ello suponía disipar el riesgo cambiario en los mercados menos sólidos o con menor liquidez y denominar todos los activos financieros en la única divisa cuyo soporte podía compararse al del dólar estadounidense. De paso, las condiciones para entrar en el euro obligaron a Europa a apretarse el cinturón y adoptar -al menos en apariencia, visto lo ocurrido con las cuentas, inexactas, de Grecia e Italia- una cierta disciplina financiera. Disciplina que luego se perdió, pero en su día Maastricht sirvió a los gobiernos para desviar la culpa de los recortes de gasto.
Superada la crisis que inició la obstinación danesa, entró en vigor el euro. El euro, entre otras cosas, ha armonizado los movimientos de los mercados, puesto que la divisa y los tipos de interés son los mismos. Ha dejado en un segundo plano los asuntos económicos locales lo que, en un paradójico efecto secundario, ha terminado por vincular las Bolsas europeas aún más a Estados Unidos.
Eso explica, en parte, la poca respuesta de los mercados de renta variable, a pesar de las voces que hablan de una ruptura de la Unión Monetaria. No se puede descartar nada, pero hoy por hoy jugarse el dinero apostando por el desmantelamiento del euro es poco menos que tirarlo.