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Columna
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¿Adónde va España?

Vuelven las grandes palabras. Se enardece la pugna por el pasado. Cunde el convencimiento de que apoderarse de la interpretación de la historia es clave para alcanzar el dominio del presente. Pío Moa se convierte en el intelectual de cabecera de esa sociedad opulenta española, tantos años apacentada por Luis María Anson, que carece de los niveles culturales más básicos. Los libros se prefieren terminados en punta para su utilización como arietes. El Partido Popular se tira al monte, cambia la seda por el percal, y se instala en el maximalismo para exigirnos a todos un acto de reparación y desagravio por haberles desalojado del Gobierno el 14 de marzo de 2004.

Se percibía una pesada sobrecarga de mesianismo aznarista. Era insólito que sin un solo rasgo carismático, con la mera tenacidad del opositor de provincias, Jose, alentado por Ana, se hubiera convertido en un líder coaccionante. Pensaban los analistas que la sobredosis de exposición al contacto con el presidente Bush y con otros próceres internacionales había sido la causa del cambio sustancial que todos pudimos apreciar en la segunda legislatura de Aznar. Por eso, primero el anuncio de su renuncia a reincidir en las elecciones generales como candidato y después la derrota de sus colores produjo un sentimiento de liberación jubiloso que perdura aún de manera muy mayoritaria cuando ha transcurrido más de un año.

Según podía leerse literalmente en el argumentario de la página web donde una agencia norteamericana ofrece los servicios de José María Aznar como conferenciante, nuestro ex presidente es un verdadero líder capaz de llevar a su país adonde no quería ir. Es decir, que el actual presidente de FAES aparece como un verdadero ofertón, que nadie debería perderse, como una nueva encarnación de Moisés, capaz de encaminar a los españoles incrédulos y escépticos o aliados con los filisteos a la guerra de Irak, entendida como la tierra prometida de comienzos del siglo XXI, que mana petróleo y otras delicias sin cuento. En suma, la mayor ocasión que vieron los siglos como escribiera Cervantes de la batalla naval de Lepanto.

Pero todo apunta en la dirección de que ha vuelto a cumplirse el adagio según el cual días de mucho vísperas de nada. Porque se diría que estamos en aquellos momentos que se pensaron ingenuos del maoísmo bajo el lema de que florezcan cien flores. Es como si al talante diferencial se le atribuyeran los efectos ilimitados del bálsamo de Fierabrás. Desaparecido el caudillaje aznarista era lógico que se pulverizara la disciplina de corte militar. Pero la alternativa a esa aberración castrense tampoco es la desorientación errática. Como advertía el inolvidable Arturo Soria, frente a la disciplina militar, la disciplina orquestal, de cuya superioridad nadie duda. Claro que ese salto cualitativo requiere o el rapto de inspiración del jazz, que sólo sucede en momentos privilegiados, o la previa composición de una partitura.

Y ahora lo que se echa en falta cuando, a propósito de algunos debates como el de la articulación territorial de los poderes públicos, se mira al nuevo presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, es precisamente la partitura. Sabemos que el procedimiento, el diálogo, anticipa en alguna medida los resultados. Pero estamos advertidos también (véase æpermil;xito, razón y cambio en física de Andrés Rivadadulla,) de que la ciencia -y por añadidura, la política- es inconcebible sin teoría, es decir, sin partitura como veníamos sosteniendo más arriba.

Porque hemos de reconocer que la naturaleza sólo nos proporciona manifestaciones que deben interpretar el científico y el político. Es al observador participante a quien corresponde descifrar qué sucede, cómo tiene lugar e ir más allá de las apariencias equívocas. Continuará.

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