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Columna
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El eje enmohecido de la Unión Europea

Transcurrido poco más de un mes desde la abrumadora aprobación española del proyecto de Constitución Europea, sus entusiastas defensores habrán encontrado en la reciente Cumbre motivos para reflexionar.

En efecto, la reunión del Consejo Europeo el pasado 23 de marzo tenía en su agenda un propósito esencial: impulsar la modernización económica de Europa decidida nada menos que hace cinco años en la llamada 'Agenda de Lisboa'. Además, se trataba de bendecir el acuerdo alcanzado por los Ministros de Economía y Hacienda para revisar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC).

Pues bien, para los fervorosos creyentes en la futura cohesión que el texto constitucional se encargaría de fomentar y que algunos pocos españoles se han apresurado a apoyar, el tropiezo con la cruda realidad de la defensa a ultranza de los más descarnados intereses nacionales ha debido ser lacerante. Expliquemos el por qué, empezando por el PEC.

Los defensores de la revisión aducen que se trata de impulsar el crecimiento de economías como la alemana o la francesa flexibilizando el Pacto; es decir, aceptando, como los vilipendiados EE UU, déficit públicos superiores al 3%. Olvidemos también que la historia del PEC demuestra que dicho razonamiento no es aplicable a las economías de países pequeños -como Portugal o Irlanda- para intentar convencernos que es razonable tragarse la justificación según la cual excepciones tales como la fase del ciclo, la realización de reformas estructurales, la inversión en I+D o la financiación de acontecimientos especiales justifican los desequilibrios presupuestarios y avalan las promesas de su pronta corrección.

Habría que explicar por qué Francia y Alemania, ardientes defensores de la revisión, llevan tres años superando el límite del 3% y sus economías continúan sin dar signos de recuperación apreciable -las últimas previsiones del FMI indican que Alemania crecerá este año menos del 1% y su tasa de paro llegará al 12,6%, mientras que Francia quizá alcance el 2% y su desempleo rozará el 10%-, pero se trata de un detalle sin importancia. Así pues, que Dios reparta suerte.

Vayamos ahora al asunto que ocupó la atención de los Jefes de Estado y Gobierno reunidos en Bruselas; a saber, el examen del proyecto de Directiva de Servicios, sometida a una feroz trinca, ¡aciertan Vds.!, por parte de Francia y Alemania. Chirac lo calificó como muestra de 'neoliberalismo', una forma posmoderna de 'comunismo', y una amplia coalición formada por socialistas -con el presidente de la Eurocámara a la cabeza-, sindicalistas y defensores del santo oficio conocido como 'modelo social europeo' se opuso frontalmente a su entramado general pero, de forma especial, al ' principio del país de origen', según el cual los suministradores de servicios de cualquier país de la UE podrían ofrecerlos en cualquier otro de la Unión siempre que cumplan la normativa de su propio país.

Franceses y alemanes han rechazado el proyecto de directiva alegando que se ampararía un 'dumping social' promovido por los países más pobres de la UE, que rebajarían los salarios y la protección social. Los germanos, siempre precisos, han calculado incluso el número de matarifes teutones que perderían su empleo a favor de los mataderos de Centro Europa. Resultó inútil que la Comisión se apresurara a subrayar que las objeciones más notarias eran injustificadas -por ejemplo, la Directiva no se aplicaría a servicios considerados 'esenciales', como la sanidad o el transporte- y que, igualmente, jamás interferiría en las regulaciones nacionales referentes, por mencionar las más sensibles, al salario mínimo o la duración de la jornada laboral.

El resultado es que el proyecto deberá volver a los arcanos de la Comisión a fin de ser maquillado a conveniencia de los refinados dictados franco-alemanes. Es de temer, por tanto, que el texto que vuelva a una próxima cumbre sea un híbrido deslavazado que en modo alguno sirva al ambicioso pero estéril objetivo de convertir a Europa en la primera potencia económica mundial en el año 2010.

Y una vez más se habrá puesto de relieve que el proyecto europeo fue todo un éxito mientras su ambición se circunscribió a proporcionar a Francia un seguro contra las invasiones germanas y a Alemania una credencial de respetable pacifismo; pero ahora, que se trata de impulsar una verdadera confederación de 25 Estados, la alianza franco-alemana se revela como un eje herrumbroso que carece de una auténtica visión general capaz de cimentar una potencia mundial basada en una economía competitiva, una visión global, una política exterior segura y una capacidad militar eficaz. Lo que, por desgracia o por suerte, tiene EE UU.

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