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Tribuna
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Reforma fiscal: ¿estrategia conservadora o apuesta de futuro?

El PSOE ganó las elecciones en 2004 con un discurso innovador en materia fiscal. El Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF) actual, como señala en su programa, es injusto, ineficiente y complejo. Si este es el diagnóstico, sólo una reforma profunda podría solucionar estos problemas y conseguir así un sistema impositivo más equitativo, más eficiente y más sencillo. De hecho, estos fueron los términos utilizados por el presidente del Gobierno en su discurso de investidura.

Sin embargo, los avances sobre los planes del Ministerio de Economía y Hacienda relativos a la futura reforma del IRPF son insuficientes. Aparentemente la reforma fiscal en marcha se trata de retoques menores, reforzando el modelo existente. Por ejemplo: se baraja pasar de 5 a 4 tramos, corrección mínima de deducciones y una elevación menor del mínimo exento por contribuyente y por hijo.

La pregunta relevante que nos hacemos muchos ahora es: ¿por qué el Gobierno ha dado marcha atrás en su anunciada 'profunda' reforma fiscal? Responderé al final.

El espíritu de la innovadora reforma fiscal del PSOE era un tipo único, con un amplio mínimo exento y sin apenas deducciones. A mi juicio, un impuesto de este tipo generaría efectos muy positivos sobre la actividad debido a la reorientación de los recursos productivos que conlleva.

Un tratamiento fiscalmente neutral de las rentas favorece una asignación de los recursos más productiva. Además, la reducción del tipo marginal y la sustitución de una tarifa con tipos crecientes por una de tipo único tienden, según algunos estudios académicos, a aumentar la oferta de trabajo y el ahorro de la economía. Estos tres efectos, asignación más eficiente de recursos, aumento de la oferta de trabajo y aumento de ahorro, tienen efectos positivos sobre el crecimiento de la renta.

Imaginemos que el Gobierno implementase finalmente esta reforma 'atrevida'. Un escenario prudente nos llevaría pensar en ganancias de eficiencia por la reordenación fiscal muy moderadas. Pensemos que los tres efectos mencionados generan un aumento permanente del PIB del 1% en el medio plazo. Si es así, la reforma fiscal implicaría un aumento de la renta per cápita anual de 200 euros y de forma permanente. Además, pondría a disposición del fisco alrededor 600 millones de euros adicionales al año. Y este escenario se puede calificar de prudente.

Se podría argumentar que este tipo de impuesto no es aplicable dado que hay una realidad económica muy compleja. Sin embargo, la experiencia de los países que han adoptado un tipo único ha sido más que satisfactoria. A modo de ejemplo puedo citar Rusia o Eslovaquia. Eslovaquia reformó su sistema impositivo en 2004 e implantó un tipo único del 19% en el IRPF. La recaudación del IRPF creció más de un 25% y su crecimiento económico fue del 4,7%. Merece la pena señalar que diversas instancias de la UE se temían que la reforma aumentara el déficit público y la dependencia de Eslovaquia de los fondos estructurales. Pero ha ocurrido totalmente lo contrario. Muchos dirán que los que han seguido el camino del tipo único son países menos desarrollados y no comparables con España. Es cuestión de opiniones.

Si las ventajas de este impuesto son evidentes ¿por qué parece estar dando marcha atrás el Gobierno socialista? La respuesta, a mi modo de entender es el excesivo conservadurismo en esta materia. El Ministerio de Economía y Hacienda está dispuesto a reformar los impuestos siempre que se garantice que se mantiene la recaudación tributaría. Este requisito se cumple fácilmente con las reformas 'de mínimos'. Pero pasar del actual sistema tributario a uno mucho más simple implica asumir un riesgo transitorio. Las autoridades fiscales pueden equivocarse al fijar el tipo o el mínimo exento y generar, por ejemplo, un punto de déficit público. Aparentemente este riesgo es difícilmente aceptable por un ministerio comprometido con el equilibrio presupuestario a lo largo del ciclo.

Desde mi punto de vista, el miedo al error y a sus costes de corto plazo impiden avanzar hacia un sistema fiscal más racional, eficiente y moderno. Y es que si no hay una clara apuesta de futuro en lo referente al sistema fiscal, pronto se podrá decir del mismo 'antes muerto que sencillo'.

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