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Referendum Constitución Europea

La alta abstención presagia una ratificación complicada

La respuesta del electorado español ha puesto de manifiesto las dificultades que puede encontrar el proceso de ratificación de la Constitución europea. La consulta española era, a priori, una de las más sencillas entre las diez que se esperan realizar.

La ausencia de euroescépticos convertía a España en el país propicio para el pistoletazo de salida. Pero el 57,7% de abstención registrado confirma el riesgo evidente del resto de referéndum anunciados (Francia, Reino Unido, Polonia, Portugal, Holanda, República checa, Dinamarca, Irlanda Luxemburgo). Sobre todo en aquellos países donde la importante movilización de los partidarios del no puede sacar partido de la escasa participación. Ya hay precedentes. El primer referéndum sobre el Tratado de Niza en Irlanda, país claramente europeísta, arrojó un sorprendente resultado contrario a la ratificación. Dublín sufrió la humillación de tener que repetir la convocatoria para obtener una clara victoria del sí.

Se trata, pues, de un terreno minado no sólo para la mayoría de los Gobiernos que los convocan, sino, sobre todo, para el propio futuro de la Constitución europea.

La verdadera batalla se librará en Francia, donde Chirac se juega su propio prestigio

El presidente francés, Jacques Chirac, se juega su larga carrera política en una convocatoria prevista para antes del verano. Si todos los referéndum 'los carga el diablo', como recordaba el presidente del Parlamento europeo, Josep Borrell, el francés resulta especialmente peligroso. La cita puede convertirse en un plebiscito sobre Chirac, al que en su propio partido le ha surgido un rival, Nicolas Sarkozy, ávido de asaltar el poder.

Pero, además, París atraviesa una grave crisis de identidad respecto a su compromiso con la integración europea, un proyecto que Francia siente que comienza a escapársele de las manos. Por último, la Constitución, y el tema colateral de la adhesión de Turquía, no sólo divide al país, sino a los propios grupos políticos.

Si la eurocrisis francesa es de nuevo cuño, al otro lado del canal de la Mancha surge la amenaza de la eterna reserva británica hacia el continente.

Un batacazo en cualquiera de los dos países abriría una grave crisis en la Unión Europea. Pero de distinto signo. Un no francés resonaría en toda la Unión y equivaldría a la inutilización del bimotor franco-alemán que alienta el proyecto constitucional. París no podría repetir el referéndum salvo que el texto se modificase radicalmente para justificar una segunda consulta. Un rechazo británico, en cambio, podría desencadenar una renegociación de la propia presencia de Londres en la Unión.

Blair ha dejado por ello para el final del proceso de ratificación la cita con las urnas (2006). De este modo, el debate y la campaña no se centrará tanto sobre la s virtudes o carencias de la Constitución, como sobre el deseo de Reino Unido de permanecer o no en la Unión. Una dramática elección que revalidaría la consulta de 1972 previa al ingreso e intentaría resolver, de una vez por todas, el eterno debate británico sobre su vínculo europeo.

Bruselas espera que en octubre de 2006, dos años después de la firma de la Constitución en Roma, la ratificación se haya llevado a cabo en los veinticinco países de la Unión. De no ser así, el funcionamiento de la Unión seguiría rigiéndose durante un tiempo indeterminado con el actual Tratado de Niza, que la mayoría de los firmantes consideran insatisfactorio.

Sin Constitución, un texto que otorga a cada país un derecho de voto proporcional a su población, sería necesario negociar con cada nuevo país que ingrese en la Unión su peso en el Consejo de Ministros de la Unión. Además, continuaría en vigor el sistema de voto previsto en Niza (cuya fecha de caducidad se fija en la Constitución para octubre de 2009), el cual hace muy difícil en una unión de 25 miembros alcanzar los votos necesarios para adoptar cualquier acuerdo.

La Constitución resulta también imprescindible para impulsar la política exterior, de defensa, y de Justicia e Interior, tareas pendiente de la Unión tras haber consumado la integración económica y monetaria.

Algún socio puede apearse del camino

 

 

España se convirtió ayer en el sexto país de la Unión Europea que deja encarrilada la ratificación de la Constitucióin europea. Los 19 países restantes disponen hasta octubre del año 2006 para aceptar o rechazar el texto del Tratado Constitucional. No se descarta que para entonces alguno de los veinticinco socios actuales se encuentre en la tesitura de tener que elegir entre seguir en la Unión Europea o abandonar el club si no logra ratificar el citado Tratado. La propia Constitución votada ayer en España prevé que, si 20 miembros han ratificado el texto, el Consejo de la Unión decidirá cómo proceder con los socios renuentes. 'Si hay masa crítica suficiente al final, uno o dos no van a parar al resto', advierte el eurodiputado popular Íñigo Méndez de Vigo. La situación puede ser especialmente delicada para alguno de los socios más recientes, como la República checa o Polonia. En ambos países no sólo se espera una escasísima participación, sino incluso una posible victoria del 'no' en la consulta. Dinamarca, un socio más veterano de la Unión Europea pero no de los fundadores, también deberá resolver de una vez por todas sus eternas dudas sobre su compromiso político con la Unión Europea.

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