La Constitución europea y los 'shocks'
Ante el referéndum sobre la constitución europea La mayoría de los procesos provenientes de la Unión Europea han sido positivos para España, según subrayan los autores. Ambos analizan, desde diferentes enfoques y con la vista puesta en la consulta del próximo domingo, la relación de España con la Unión
Desde que la economía española, a principios de los años setenta del siglo pasado, se fue insertando más y más en la economía internacional se ha visto sometida a diversos shocks o procesos traumáticos, unos de carácter negativo y otros de carácter positivo, que han dejado profunda huella en lo que hoy es nuestra estructura económica y en el desarrollo de nuestro país.
De entre los negativos, los más importantes quizá han sido los asociados a las crisis del petróleo, pero tampoco nos han faltado contagios de inestabilidad cambiaria o shocks negativos provenientes de la ahora llamada Unión Europea como el que supuso para la estabilidad del Sistema Monetario Europeo el proceso de unificación acelerada de Alemania a principios de los años noventa.
Pero, en general, es preciso reconocer que la mayoría de los shocks provenientes de la Unión Europea han sido de carácter positivo e incluso crucialmente positivo para nuestro país. No de otra manera pueden calificarse las consecuencias de nuestra adhesión a los Comunidades Europeas a partir de 1986. Las ventajas y desafíos -finalmente resueltos en su conjunto de manera feliz- que representaba la propia adhesión se vieron complementados por el nuevo optimismo que por la época recorrió Europa, y que llevó a la creación del espacio único y al desarrollo final del mercado interior, así como a establecer los primeros pasos de la integración de los mercados financieros con la libertad total del mercado de capitales. España inició en aquel momento un proceso de convergencia hacia los niveles de vida europeos que se había revertido dramáticamente durante la década anterior, entre 1975 y 1985.
Otro tanto hay que decir del proceso de formación de la Unión Monetario Europea en la segunda mitad de los años noventa, que desembocó en la creación del euro y, en nuestro caso, la desaparición de la peseta.
De la eliminación del riesgo-país y de la baja consiguiente de los tipos de interés en nuestros mercados todavía nos estamos beneficiando. A lo largo de estas dos décadas, en los momentos buenos y en los menos buenos, hemos recibido también el influjo benéfico de los fondos estructurales y de los fondos de cohesión que de manera generosa, pero también con un uso eficiente por las autoridades españolas, nos han llegado desde la actual Unión Europea.
Pero también hemos llegada a sentir la pesadumbre en los momentos o periodos de europesimismo. Si la Europa de los primeros noventa estaba preparando el trascendental Tratado de Maastricht, al mismo tiempo, mediante la descoordinación de las políticas económicas y bajo el peso del coste de la unificación alemana estaba sembrando las simientes de la recesión de los años 1992-1994 y de la desorientación que siguió hasta que, mediada la década, se impuso políticamente la decisión de llegar hasta el final con la Unión Monetaria. Los periodos de europesimismo nos perjudican a todos, pero ciertamente a nosotros de manera muy significativa.
Hoy no estamos precisamente en un periodo de europtimismo. El lento crecimiento de la zona euro, del que nosotros nos hemos salvado relativamente, los desafíos de la ampliación de la Unión Europea a 10 nuevos miembros, las nuevas formas y volúmenes de la inmigración, el mal momento que atraviesa la relación atlántica no constituyen el mejor caldo de cultivo para el optimismo, como tampoco ayudan el agravamiento de las incertidumbres geoestratégicas o los amenazadores desequilibrios de la economía norteamericana.
Y en estas condiciones se plantea la entrada en vigor de la primera Constitución de la Unión Europea (en el caso de España, mediante la fórmula previa del referéndum, que se celebra el próximo domingo), una entidad que se ha ido construyendo más por la iniciativa de los líderes políticos a lo largo de su historia que mediante el respaldo expreso de la voluntad de las ciudadanos europeos.
Hoy se pide este respaldo en muchos de nuestros países y se da la oportunidad a la aprobación expresa de un conjunto de derechos y deberes que constituirán, a partir de ahora, el marco en el que se podrán seguir construyendo la Unión Europea. Si la respuesta fuera negativa o insuficiente probablemente entraría la Unión en un periodo de desorientación y pesimismo que nosotros, los españoles, también tendríamos que pagar. Si la repuesta es positiva es probable que asistamos en los próximos años a la reaparición de un fuerte dinamismo europeo. Creo que nos equivocaríamos gravemente si por pequeñas críticas puntuales o insatisfacciones que difícilmente puede colmar ningún texto constitucional o, lo que sería peor, por desidia no acudiéramos a la cita del referéndum.
Ex ministro de Economía
Nos equivoca-ríamos gravemente si por críticas puntuales o por desidia no acudiéramos a la cita del domingo