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Tribuna
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A velocidad de crucero

José Carlos Díez

El pasado martes conocimos el avance de la Contabilidad Nacional, correspondiente al cuarto trimestre de 2004, publicado por el INE. La economía española creció un 0,8% trimestral y un 2,7% anual. El dato confirma que nuestra economía ha superado la suave desaceleración del pasado verano y que, en el segundo semestre, ha vuelto a recuperar su velocidad de crucero. En 2004, la economía creció un 2,7%, frente al 2,5% de 2003.

El mismo día conocimos el crecimiento de nuestros socios en la UEM, lo cual aumenta el mérito de la economía española. El conjunto de la Eurozona creció un 0,2% trimestral, pero el PIB en Alemania e Italia se redujo un 0,2% y un 0,3% trimestral, respectivamente. Sólo nuestros vecinos franceses han compensado el pésimo dato del tercer trimestre y han crecido un 0,7% trimestral.

La incorporación al euro ha permitido a la economía española disfrutar de tipos de interés reales a los que históricamente no estábamos acostumbrados. Esto ha favorecido el incremento del consumo privado y la inversión, especialmente en construcción. Pero no nos quitemos mérito, ya que nuestros vecinos portugueses tampoco estaban acostumbrados a estos tipos y la tasa de crecimiento de su economía ha sido muy inferior a la nuestra.

Sólo las economías de cementerio no generan desequilibrios, pero tampoco crean empleo y bienestar

Por lo tanto, los datos de contabilidad nacional van en contra de los que han defendido la tesis de que, en 2005, menos y peor. Nuestra economía se ha comportado mejor en el segundo semestre del pasado año y paradójicamente, la mala situación del resto de nuestros socios europeos retrasará la subida de tipos, por parte del BCE, y esto permitirá que nuestro modelo de crecimiento se prolongue por lo menos hasta 2006.

Pero, ¿dan la razón a los que han defendido el escenario de más y mejor?, pues lamentablemente no. El mismo martes el Banco de España publicó los datos de balanza de pagos de noviembre. Nuestro modelo de crecimiento lleva aparejado un exceso de demanda agregada, que se materializa en presiones inflacionistas y en un fuerte aumento de las importaciones y, por ende, del déficit por cuenta corriente. En noviembre los datos de balanza de pagos nos sorprendieron positivamente porque se confirmó la recuperación de los ingresos por turismo, que finalizarán el año con crecimientos positivos, después de las caídas de los meses de verano y por una recuperación de las exportaciones, que llevaban varios meses reduciendo su tasa de crecimiento. Sin embargo, la ecuación de nuestro crecimiento tiene que encajar y las importaciones volvieron a crecer con fuerza empeorando el saldo de la balanza.

De enero a noviembre el déficit de la balanza comercial ha crecido un 36%, con respecto al mismo periodo de 2003 y la balanza por cuanta corriente un 18%. Tanto que criticamos a EE UU por sus déficit gemelos, nuestro déficit corriente cerrará 2004 próximo al 5% del PIB y eso que nuestro Gobierno, a diferencia del estadounidense, está muy próximo al equilibrio presupuestario. Por suerte nosotros financiamos nuestro desequilibrio externo en euros y al resto de europeos les sobran grandes cantidades de ahorro para prestarnos, sin que tengamos que sufrir los efectos de una fuerte depreciación de nuestro tipo de cambio.

Como conclusión, debemos dejar de fustigarnos por nuestros desequilibrios. Sólo las economías de cementerio no generan desequilibrios, pero tampoco generan empleo y bienestar. Ya quisieran Alemania e Italia tener nuestros problemas coyunturales. Pero tampoco debemos vanagloriarnos por nuestro modelo de crecimiento. Los tipos están en mínimos históricos, pero en el medio plazo subirán y esto incrementará el servicio de la deuda acumulada por las familias españolas la última década, reduciendo su capacidad para consumir.

La política fiscal debe compensar el impulso que supone para España la política monetaria del BCE. El déficit cero es insuficiente. El pasado año nuestra economía habría necesitado un superávit superior al 1% del PIB y en 2005 todo apunta a que volveremos a quedarnos cortos con la propuesta de estabilidad. Además debemos iniciar cuanto antes un periodo intenso y constante de reformas estructurales que otorguen a las empresas mayor flexibilidad para adaptarse a los frenéticos cambios en la economía mundial, en general, y en la economía española, en particular.

Pertenecer al euro nos protege de fuertes shocks de volatilidad en los tipos de interés y de cambio, que fue lo que llevó a nuestra economía a frenar en seco en 1992, para corregir los desequilibrios acumulados la segunda mitad de los ochenta. Pero nuestro modelo no es sostenible y en nuestra mano está cambiarlo. Eso sí, menos retórica y más medidas concretas.

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