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Tribuna
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La nueva ruta de la seda

A mediados del siglo XIX, el geólogo alemán Ferdinand von Richthofen llamó la Ruta de la Seda a una red de comercio existente desde el siglo II antes de Cristo en las amplias llanuras del Asia Central. Denominada a veces en plural, supuso durante gran cantidad de centurias una vasta red de rutas que unieron Oriente con Occidente y que permitieron un comercio fluido y constante entre ambos. Viajeros míticos como el renombrado Marco Polo o el no tan conocido William de Rubruck transitaron por sus caminos dando fe en sus escritos de la importancia e intensidad del tráfico comercial que por ellas fluía.

En 1988, la Unesco puso en marcha el proyecto Estudio Integral de las Rutas de la Seda: rutas del diálogo, por el cual se emprendieron una serie de expediciones para volver a trazar algunas de esas sendas y mejorar el conocimiento que de ellas se tenía. Hoy en día, iniciado el año 2005, unas nuevas Rutas de la Seda volverán a aflorar desde un pasado ya muy lejano, trayendo consigo un nutrido conjunto de consecuencias económicas.

Derivada de los acuerdos comerciales alcanzados en el año 1994 durante las negociaciones de la Ronda de Uruguay del GATT (el hoy denominado Organización Mundial del Comercio, OMC), se produce (diez años después) la total liberalización del mercado de productos textiles y de ropa, eliminándose así las restricciones provenientes de las cuotas a la importación desde los países emergentes hacia los industrializados. A ello hemos de añadir la entrada de pleno derecho en el mercado internacional por parte de China tras su ingreso en la OMC en 2001, con su peculiar estatuto de Economía de mercado socialista al modo chino.

La reacción de las textiles españolas ante la competencia asiática ha sido la deslocalización

La pujanza del modelo chino resulta cada vez más obvia para Occidente. Desde iniciativas tan concretas como las adquisiciones por el grupo chino SAIC de marcas como Rover o Ssangyong o la compra a IBM de su división de ordenadores por parte de Lenovo hasta acciones más generales como la creación a partir de este año 2005 de la mayor zona de libre comercio del mundo con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean) nos permiten hacernos una idea de la capacidad de competir que un futuro puede tener una país que, desde los últimos 15 años, aumenta su PIB a un ritmo de más de 8 puntos anuales.

En concreto, en el sector textil, China se ha convertido en los dos últimos años en una potencia dominante. Sus exportaciones a EE UU se han multiplicado por 11 y se espera que el comercio de importación con este país multiplique por tres sus transacciones con la UE. Por el contrario, ha conseguido reducir los precios en un tercio, convirtiendo así al país más poblado del mundo en el sastre del planeta, seguido muy de cerca por la India.

Esta situación afecta de manera directa al tejido productivo español, de tal forma que también en estos dos últimos años el ritmo de destrucción de puestos de trabajo ha ido afectando a un colectivo que supera ya los 35.000 puestos y que supuso el cierre de más de 800 empresas del sector textil. Las estimaciones menos pesimistas apuntan a un aumento de la cifra de trabajo destruido hasta los 72.000 empleos en el horizonte temporal del año 2010.

La reacción de las empresas españolas ha derivado fundamentalmente en un proceso de deslocalización, bien llegando a acuerdos con socios locales, sobre todo en el sudeste asiático, o bien radicando su propia producción en estos países.

El sector de la producción textil es uno de los más vigilados en cuanto al impacto social que tienen sus prácticas laborales; de este modo, han planteado a sus socios orientales la exigencia de someterse a prácticas de responsabilidad social para ser homologados como proveedores contrastados y así poder cumplir con las exigencias en materia social y laboral con respecto a terceros. Estas demandas han sido consideradas por los empresarios chinos como restricciones a su imparable avance, considerándolas barreras comerciales enmascaradas, impuestas para contrarrestar su ventaja competitiva basada en la mejora de los precios soportada en un menor peso de los costes laborales.

Resulta pues imparable el progreso económico de este nuevo gran tigre asiático, el cual no es compensado con similares logros en los ámbitos político y social; por el primero en lo que respecta al avance hacia posiciones más democráticas y pluralistas, por el segundo legislando con el objetivo de prohibir y eliminar prácticas abusivas en el ámbito laboral.

En contraposición, en las sociedades históricamente democráticas y liberales, se producen situaciones generales que presentan hondas implicaciones económicas y, consiguientemente, sociales.

Según un estudio de 2004, la tendencia del Impuesto sobre Sociedades en los países de la OCDE ha sufrido un recorte del 10%, pasando de situarse cercano al 40% en 1996 a rozar casi el 30% en el pasado año. En el caso de los países de la UE la tendencia ha sido todavía más acusada, debido a las recientes incorporaciones por parte de los antiguamente denominados Países del Este, que tienen unos niveles impositivos con un tipo medio del 21,3%.

En definitiva, el acoso externo producido por los nuevos actores en el teatro de la competencia mercantil, sumado a la modificación de la situación interna de las economías de los países desarrollados, está creando un escenario donde la responsabilidad social tiene ya una vertiente estratégica directa. Con respecto a la presión externa, haciendo que los mercados emergentes no utilicen la baza de los costes laborales y la reducción de márgenes como argumento basándolo en la conculcación de legislaciones internacionales en normativa laboral.

En el ámbito interno, la reducción de la recaudación por parte del Estado debe ser compensada de alguna manera con otras iniciativas que contrarresten la bajada de los niveles de bienestar colectivo alcanzados históricamente. De este modo, la Responsabilidad Social Corporativa supone en estos momentos no sólo un planteamiento derivado de posiciones morales o de asunción del avance del modelo social-capitalista actual; es también uno de los elementos básicos que permitirán garantizar la ventaja competitiva de las economías desarrolladas, sobre todo en sectores como el textil que, en estos momentos, se encuentran en trance de profunda reestructuración. De no hacerse debidamente, los nuevos caminos de la ruta de la seda terminarán por hacer variar irremediablemente el paralelogramo de fuerzas actual de los mercados internacionales.

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