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Tribuna
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El éxito con sombras de la economía china

Con una de las tasas de crecimiento más elevadas del mundo, China ocupa una posición privilegiada en los mercados internacionales y recibe buena parte de la inversión directa extranjera mundial. Entre las claves de su éxito destacan la cautelosa liberalización del sector productivo y del mercado interno, la muy acertada integración en la economía internacional, y su insuperable competitividad fruto de los bajos costes laborales.

El acceso a la Organización Mundial de Comercio (OMC) ha constituido un estímulo adicional para el dinámico sector exterior del gigante asiático, su principal motor de crecimiento. China ha sustituido a EE UU como principal destino de las exportaciones de Japón y Corea del Sur, y ha desplazado a Japón como tercer importador mundial, y se estima que en 2005 y 2010 será, respectivamente, la mayor importadora y exportadora del este asiático.

El crecimiento y la transformación estructural de la economía han resuelto numerosos problemas pero al tiempo han surgido nuevos retos. Reflexionando sobre el futuro de China es necesario tener presente el peso de las restricciones que pueden obstaculizar el desarrollo de su economía, así como el entorno internacional en el cual tendrá que desenvolverse dado el peso del sector exterior en la buena marcha de la economía.

China arrastra problemas clásicos y comunes a todas las economías en transición, como la inconclusa reforma del sector financiero y el lento avance de la privatización del monolítico sector empresarial del Estado. Si bien es cierto que la escasa capitalización del sistema bancario y el excesivo volumen de créditos de dudoso cobro son aspectos preocupantes en el sector financiero, la adhesión de China a la OMC ha acelerado el lento proceso de liberalización del sector.

La privatización del sector estatal, aunque pausada por sus obvias implicaciones en materia de desempleo y desorden social, avanza, y se ha visto reforzada con el reconocimiento oficial de la propiedad privada como motor de crecimiento.

Existen, sin embargo, otros problemas de más compleja solución, como las alarmantes disparidades regionales de renta y el desarrollo desigual, el desempleo, el rápido envejecimiento de la población y el deterioro medioambiental.

En contraste con la mejoría experimentada por la mayoría de los indicadores económicos y sociales en los últimos 20 años la distribución desigual de la riqueza ha empeorado sensiblemente.

El origen de las disparidades regionales hay que buscarlo en el desequilibrio de la implantación de la inversión directa extranjera en el territorio. Atraída por los generosos incentivos fiscales y la más laxa regulación, el grueso de la inversión extranjera se ha concentrado en las Zonas Económicas Especiales de la costa. Fruto de este desequilibrio la renta per cápita en el interior del país equivale solamente el 46% de la riqueza del litoral.

El desempleo se ha agudizado los últimos años. La falta de incentivos en las zonas rurales, los bajos precios agrarios, el encarecimiento de los factores productivos y la subida de impuestos son factores que han desatado el éxodo rural hacia las grandes ciudades del próspero litoral. Sin embargo, las provincias costeras no son capaces de generar el nivel de empleo necesario para absorber el excedente rural pues deben, a su vez, hacer frente al desempleo urbano que origina la privatización del sector estatal.

El paro está asimismo vinculado al crecimiento de la población y a la necesidad de crear anualmente 15 millones de puestos de trabajo.

El descenso de la fertilidad fruto de la estricta política de control de la natalidad y la notable mejoría experimentada en la esperanza media de vida ha generado un importante proceso de transformación demográfica que se refleja en el envejecimiento de la población. Se estima que en 2040 el número de personas de la tercera edad alcanzará 400 millones, es decir, dos adultos en edad laboral por cada jubilado, con todas las implicaciones que conlleva para el rudimentario sistema de pensiones y seguridad social.

Desde la perspectiva medioambiental el problema más acuciante en el entorno ecológico chino es la continua merma de los recursos naturales. Las superficies aptas para el cultivo decrecen cada año a consecuencia de la erosión producida por las técnicas de cultivo intensivas y el empleo abusivo de agentes químicos. La desertificación del territorio avanza al preocupante ritmo de 2.500 kilómetros anuales. La contaminación también es severa y afecta tanto al agua como al aire. Los principales ríos, la costa y las aguas subterráneas acusan los efectos de la degradación, y la polución de las ciudades sobrepasa con creces los límites legales.

Nueve de las diez ciudades más contaminadas del mundo se encuentran en China, una consecuencia de la dependencia del carbón como factor energético principal y su lenta sustitución por energías renovables.

A pesar de los obstáculos el futuro de China es próspero. El Gobierno de la República Popular es plenamente consciente de las restricciones que pesan sobre su proceso de desarrollo y ha tomado las medidas apropiadas para mitigar el impacto de los desequilibrios. Durante el período reformista China ha demostrado en numerosas ocasiones su gran capacidad y su habilidad para sortear dificultades. Es por tanto lógico esperar en los próximo años la continuidad del proceso de convergencia que la economía está experimentando, que se verá realzado por su creciente protagonismo político internacional e indiscutible liderazgo comercial e inversor en la región.

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