A vueltas con la responsabilidad
Los mercados de capitales y los grandes inversores institucionales ya han entendido la trascendencia que tiene la responsabilidad social corporativa (RSC) en la actividad de las empresas, según el autor, quien analiza el fenómeno y reflexiona sobre su importancia
Hace no mucho tiempo resultaba difícil encontrar en la prensa económica referencias a algo denominado responsabilidad social corporativa (RSC); hoy, lo complicado es lo contrario. Sin ir más lejos, The Economist dedicaba recientemente varias páginas a este asunto.
Como es sabido, la cultura empresarial de la responsabilidad social pone en evidencia que los resultados empresariales mejoran en la medida en que las compañías son capaces de establecer relaciones no oportunistas con sus grupos de interés. Que la predación está reñida con la longevidad y el éxito empresarial.
La cultura parece haber calado entre las grandes compañías; en el selecto club de las empresas que aparecen en los rankings elaborados por Fortune, son ya mayoría aquellas que elaboran informes de sostenibilidad, o responsabilidad social. Pretenden dar cuenta de la calidad de las relaciones que mantienen con sus grupos de interés concurrentes. Lo mismo sucede entre las empresas que conforman nuestro Ibex 35; las mejores compañías hace ya algún tiempo que comenzaron a formalizar sus políticas en materia de responsabilidad social corporativa. Que no es filantropía, recordemos.
También el Foro Económico Mundial entiende que las empresas deben abrazar la filosofía de la RSC porque es bueno para la cuenta de resultados
Aunque el éxito de la RSC habría que buscarlo en distintas fuentes, parece claro que los mercados de capitales han jugado un papel clave. Con una frecuencia cada vez más intensa, los inversores institucionales están prestando atención a las prácticas en materia social y ambiental de los valores de renta variable. Y a construir sus carteras en consecuencia. Estarán locos. Y serán pocos. O no: un vistazo a los rankings que regularmente elabora Global Investor, nos dice que un porcentaje sustancial de los mayores gestores de activos del mundo disponen de carteras de inversión construidas de acuerdo a criterios sociales y medioambientales; de responsabilidad social corporativa, en suma.
Entre ellos, nos encontraríamos con algunos que conforman carteras construidas bajo criterios 'éticos', consideraciones morales. Serían los fondos éticos tradicionales. Sin embargo, nos encontramos a otros que llevan las cosas más lejos. Y que se atreven a manifestar que las prácticas en materia social y ambiental son indicador acerca de la calidad en la gestión y gobierno de una determinada compañía; y que, por tanto, estos asuntos deberían ser del interés de cualquier gestor de activos que se precie.
Además, instituciones tan poco sospechosas de abogar por el colectivismo como la Bolsa de Londres, diseñan herramientas que facilitarán a los inversores institucionales el acceso a la información social y ambiental de los valores cotizados. También el Foro Económico Mundial entiende que las empresas deben abrazar la filosofía de la RSC. Porque es bueno para la cuenta de resultados.
Tal interés ha sido traducido, en países avanzados, en normas que imponen requisitos de transparencia informativa a los gestores de fondos y planes de pensiones; éstos han de declarar en qué medida criterios de responsabilidad social corporativa son tenidos en cuenta a la hora de conformar carteras de inversión. Tal ha sucedido en el Reino Unido. O en Alemania. O en Australia. También en otros países pasan cosas; por ejemplo, la legislación francesa obliga a las compañías cotizadas a dar cuenta de determinados parámetros sociales y medioambientales. Porque resulta del interés de los inversores.
Y en España, en línea con otros países avanzados, y siguiendo la estela marcada por la Comisión Europea, el Gobierno actual parece estar estudiando una serie de medidas que impulsen la adopción de la filosofía de la responsabilidad social corporativa entre las empresas españolas.
Y mientras lo anterior sucede, The Economist dedicaba espacio en un número reciente a ningunear todo lo relacionado con la RSC. El argumento sería el habitual; los mercados funcionan bien, la responsabilidad social corporativa es la última estupidez. Quienes la abanderan son espíritus bienintencionados, sospechosos de no entender el capitalismo. Ni ninguna otra cosa. Y se acabó.
Los artículos de The Economist han tenido una amplia repercusión. Normal, dada la reputación del medio. En cualquier caso, conviene poner las cosas en su sitio y recordar que The Economist tiene un tanto oxidada la maquinaria de detectar tendencias. ¿Recuerdan aquél artículo de 2001 en el que, hablando del CEO de Enron, podía leerse que 'sólo un tonto dudaría de la visión de un gestor tan exitoso'? Malditas hemerotecas. Además, y esto es más grave, la revista británica no alcanza a distinguir la diferencia entre filantropía y responsabilidad social corporativa.
En cualquier caso, lo paradójico del asunto es que The Economist choca de plano con lo que los mercados de capitales comienzan a practicar. Y con lo que algunos de los mayores inversores institucionales del mundo entienden. Lo que nos llevaría a concluir que entiende que el mercado se está equivocando. El mundo al revés.