El diferencial de inflación
Pese al buen comportamiento de los precios de consumo en diciembre la tasa de inflación ha terminado el año en el 3,2%, con una tasa media del 3,0%. En 2003 se había registrado la misma inflación media, pero el año cerró con una tasa del 2,6%.
El diferencial de inflación con la zona euro sigue siendo excesivo, habiendo acabado el año en 0,9 puntos. En todos y cada uno de los años desde que se produjo la integración monetaria el diferencial medio ha estado por encima del punto porcentual, excepto en el que acaba de terminar, que se ha situado en nueve décimas. Desde la integración los precios de consumo españoles han crecido 7,1 puntos más que los de la media de la Unión.
Es interesante observar la evolución del diferencial por componentes. El componente energético ha registrado, como era de esperar, un diferencial muy pequeño. Por el contrario, el de los precios de los servicios se ha mantenido alto, siempre por encima de un punto porcentual y más de dos entre mayo de 2000 y abril de 2001 (período en el que se elevó la inflación de servicios en España por presiones de la demanda interna).
En los precios industriales no energéticos el diferencial entre España y la UME fue variable, pero con una media alta (de 1,3 puntos) hasta finales de 2003, pero ha desaparecido prácticamente en 2004. No hay razones, sin embargo, para esperar que esa desaparición vaya a ser permanente. Por último, el diferencial de los precios de los alimentos es muy variable: fue muy alto en la segunda parte de 2002 y primera del 2003 (porque los precios españoles, a diferencia de los del resto de Europa, mantuvieron un comportamiento inflacionario cuando se superó la crisis de las vacas locas), se redujo a finales de 2003 y ha vuelto a incrementarse sensiblemente en el ejercicio pasado.
El mayor crecimiento de los precios sería lógico, y no supondría ningún problema, si la calidad de los bienes de consumo españoles hubiera mejorado más que los de los bienes del resto de Europa, pero no hay razones para suponer que este sea al caso.
Aunque es discutible que este diferencial en el comportamiento de los precios de consumo sea una buena medida de la evolución de la competitividad, sí que tiene una fuerte relación con ella. En primer lugar, porque las causas de uno y otros pueden ser las mismas, y en segundo lugar porque un mayor crecimiento de los precios al consumo incidirá sobre el comportamiento de los salarios y, por tanto, sobre los costes laborales.
El mayor crecimiento de los precios se debe o a un mayor aumento de los márgenes o a un mayor aumento de los costes unitarios. Si los márgenes crecen más es porque la estructura de los mercados lo permite y un mayor crecimiento indica una menor competencia. Los costes unitarios crecen más porque los salarios aumentan más o/y porque la productividad crece menos. Y esto es relevante para explicar el diferencial de los precios de consumo y para explicar la evolución de la competitividad.
La posible diferencia estriba en que en los precios de consumo pueden ser relevantes las diferencias (de margen y de coste unitario) en los sectores domésticos de distribución, que pueden no afectar directamente a la pérdida o ganancia de competitividad.
Todo parece indicar que en los sectores manufactureros (de producción) es la divergencia en productividad de España respecto a la Unión la que está causando un mayor crecimiento de los costes unitarios españoles, y por tanto una pérdida de competitividad. Es posible, además, que los mayores costes y márgenes de la distribución de estos productos a los consumidores contribuyan también al diferencial positivo (al menos hasta este último año) de este componente del IPC.
En los sectores de servicios, también se observa un peor comportamiento de la productividad, pero aún son más importantes las diferencias en el comportamiento salarial y, en algunos subsectores, de los márgenes. El mayor crecimiento salarial se debe al mal comportamiento del mercado de trabajo, pero también, en buena parte, al mayor crecimiento de los precios de consumo que estimulan reclamaciones salariales. Las deficiencias en la competencia de los servicios no sólo elevan los márgenes sino que facilitan que se traslade a los precios el mayor encarecimiento salarial.
No existe ya el recurso a un ajuste en la paridad nominal para compensar la perdida de competitividad, por lo que si se mantiene esta situación el ajuste se hará por factores reales (actividad y empleo).